En algunos años, el Mundial de Qatar 2022 será una materia de enseñanza en escuelas y universidades, no por su nivel futbolístico, sino como el mejor ejemplo de que el sportwashing existe; pero ¿funciona?.
Han transcurrido algunas horas desde que aterricé de vuelta en la Ciudad de México y nunca pensé decirlo pero extraño Qatar, o mejor dicho, extraño la experiencia mundialista de Qatar, donde diariamente despertaba, caminaba 400 metros del departamento en el que me estaba quedando hasta la estación del metro Hamad.
Compraba un café, me subía y cuatro estaciones después llegaba a las puertas del centro de prensa, ubicado en el Qatar National Convention Center, un espectacular edificio diseñado por el arquitecto japonés Arata Isozaki que ha ganado cualquier cantidad de premios y reconocimientos por su diseño, construcción y conveniencia. Basta decir que el lobby principal del QNCC te recibe con una de las siete esculturas que existen en todo el mundo de Maman, la impresionante araña de bronce creada por Louis Burgois.
Un Mundial cómodo y lujoso
En el centro de prensa, uno se podía encontrar con grandes (y muy cómodos) espacios de trabajo, cafeterías, restaurantes, tienda de autoservicio, una terraza donde se proyectaban los partidos en pantalla gigante, con acceso a vino y cerveza, así como tintorería, salón de belleza y hasta un gimnasio para mantenerse en forma.
De ahí salían los diferentes autobuses que nos transportaban (con wifi y aire acondicionado) a los diversos estadios para presenciar los partidos, e incluso hasta octavos de final tenías la oportunidad de salir de un partido, subirte a un camión y llegar al otro sin problemas. Vaya, hubo algunos afortunados que en primera ronda, pudieron asistir a los cuatro partidos que se jugaban diariamente.
Futbolísticamente hablando, Qatar 2022 ha superado las expectativas de propios y extraños, nos ha regalado historias inspiradoras como la de Marruecos o Japón, historias que nos estrujaron como la de Irán, goleadas históricas como el 7-0 de España a Costa Rica, momentos de júbilo como el penal atajado de Guillermo Ochoa a Robert Lewandowski, la ilusión de ver a Phoden, Saka y Bellingham con Inglaterra, y por supuesto, la maravilla de ver a figuras como Kylian Mbappé y Lionel Messi en su máximo esplendor.
Como ciudad, Doha lució espectacular. Grandes rascacielos que se iluminaban con las banderas de los países participantes, aficionados impregnando de júbilo las principales calles, una oferta gastronómica que poco tiene que envidiar a las grandes urbes, parques, enormes y excéntricos centros comerciales, museos con grandes exposiciones, y en el “peor” de los casos, podías ir a la playa o a las dunas del desierto.
¿Qatar 2022 es un Mundial ejemplar?
Hasta aquí, cualquiera podría decir que Qatar ha sido un Mundial ejemplar: infraestructura y servicios de primer nivel, transporte, comida, ocio, gente súper amigable, y por supuesto, ocho magníficos estadios creados por arquitectos tan reconocidos como Zaha Hadid o Sir Norman Foster, que (en teoría) son un referente de modernidad y sustentabilidad.
Sin embargo es imposible pensar que Qatar es un mundial ejemplar cuando está viciado de origen, con los escándalos de corrupción con los que se designaron las sedes del 2018 (Rusia) y 2022 en Qatar que terminaron por cimbrar y encarcelar a varios integrantes del máximo comité de la FIFA.
Personalmente, mi experiencia mundialista ha sido vivir en una contradicción continua: ¿Cómo sentirse cómodo o “disfrutar” de todas las comodidades que ofrece Qatar, cuando sabemos lo que hay detrás de ellas?
¿Cómo disfrutar de un mundial que por un lado, predica con el lema de inclusión y respeto, pero al mismo tiempo se celebra en un país que castiga y condena a la comunidad LGBTQ+, que restringe la libertad de las mujeres, o que somete a los trabajadores migrantes a condiciones completamente inaceptables?
¿Estamos dispuestos a dejar de lado todo esto, para aceptar las frases comunes que nos caerán por cascadas los próximos días, señalando que “Qatar es el mejor mundial de la historia”?
Los números que compartirá FIFA en los próximos días, así lo harán ver: El mundial con mayor audiencia televisiva, el que mayores ingresos llevó al organismo (que espera obtener ganancias de 6 billones de dólares), cientos de miles de asistentes a los partidos, y probablemente el cierre de una gran historia con la imagen de Lionel Messi, levantando el tan añorado trofeo.
Tal vez la única cifra que no sabremos con certeza, es la de los trabajadores que murieron construyendo los estadios e infraestructura necesaria para llevar a cabo este mundial.
Las contradicciones de Qatar
La contradicción con la que vivo este Mundial es la misma con la que vive Qatar, un país que quiere abrirse al mundo, pero que no está dispuesto a aceptar al mundo de hoy.
Desgraciadamente, no es el único país que sigue cometiendo diversas violaciones a los derechos humanos, y en su defecto, hay que decir que al menos, gracias al mundial, realizaron diversas reformas para mejorar las condiciones de vida de los trabajadores migrantes.
Pero ¿realmente se encargarán de supervisar que las nuevas leyes se cumplan? O será un simple discurso, como el “dar la bienvenida a todos los aficionados homosexuales” pero al mismo tiempo, armar un gran conflicto por el simple hecho de portar un arcoiris.
A primera vista, Qatar parece un gran mundial, pero no lo es.
Si, ha sido un mundial entrañable, pero ¿acaso no todos los mundiales lo han sido de alguna u otra forma?
Ojalá que las lecciones que nos deja, sean aprendidas para evitar que otro mundial así, se pueda repetir.