Por: Encarni Remolina
Termina septiembre e inevitablemente el 2 de octubre llena nuestras cabezas y nuestros corazones. Es como si el uno no existiera, desde 1968 para México, octubre empieza el día 2. Día gris en que el gobierno de Díaz Ordaz asesinó y desapareció a un número aún indefinido de estudiantes y personas que se encontraban reunidas en Tlatelolco.
Hoy se sabe incluso que los Juegos estuvieron cerca de cancelarse debido a la matanza y que el representante del Comité Olímpico italiano llegó a declarar que él y sus atletas se retiraban porque “no habían venido a ver morir a jóvenes”.
Y es que parece increíble pensar que solo diez días después de esa infame e inolvidable tarde en la Plaza de las Tres Culturas se celebrara a tan solo 16 kilómetros de ahí, la inauguración de los Juegos Olímpicos de México 68. Cinco años antes, el Comité Olímpico Internacional había escogido a la moderna gran Tenochtitlán sobre Buenos Aires, Lyon y Detroit quienes eran los competidores por la sede.
Por primera vez en la historia los juegos se realizarían dentro de un un país en vías de desarrollo, sería la primer sede hispanohablante y la primera en Latinoamérica. Más de 5 mil deportistas de 112 países habían llegado hasta la capital del país en lo que el gobierno mexicano veía la mayor oportunidad de demostrar al mundo que la Ciudad de México era una urbe moderna a la altura de Londres, Roma o París. También fue la primera vez en la historia de las Olimpiadas que se realizó antidoping a los deportistas siendo el sueco Hans Gunnar el primer sancionado por dar positivo a alcohol. Las pruebas de género para verificar el sexo de los deportistas se implementaron también en esta edición de la competencia.
En un principio, Ordaz había nombrado al Lic. Adolfo López Mateos como presidente del Comité Organizador de los XIX Juegos Olímpicos pero este por cuestiones de salud dejó el cargo en manos del Arq. Pedro Ramirez Vázquez. La primera batalla que el arquitecto tuvo que ganar 27 meses antes de la inauguración de los juegos fue la de convencer a la prensa internacional de que aunque serían las olimpiadas celebradas a mayor altura respecto al nivel del mar (aún son las Olimpiadas más altas de la historia), los atletas serían capaces de competir igualitariamente.
En estas olimpiadas se rompieron 23 récords y fue la primera vez en la historia que una mujer, la corredora y representante de México, Enriqueta “Queta” Basilio encendió la famosa antorcha durante la ceremonia de inauguración cuyo trayecto había imitado la ruta de Cristobal Colón durante su primer viaje a América. Desde Grecia a Génova y luego a España donde un descendiente directo de Colón puso la antorcha en el buque de la armada española de nombre “Princesa” para cruzar el Atlántico. Después de dos paradas, una en las Islas Canarias y otra en San Salvador, finalmente llegó a Veracruz y 17 nadadores trasladaron la antorcha por tierra en relevos hasta la Ciudad de México.
También durante la ceremonia de inauguración de los que habían malamente llamado los Juegos de la Paz, tocaron el Himno Nacional al mismo tiempo que el Presidente entró al estadio para evitar abucheos y durante su corto discurso de apertura sonaron conchas y percusiones al estilo prehispánico.
Esta edición de los Juegos Olímpicos fue la primera transmitida por televisión vía satelital a 600 millones de personas en todo el mundo y los avances tecnológicos también permitieron que el tiempo oficial en las distintas competencias se midiera electrónicamente en lugar de en forma manual. El cronógrafo fotográfico, al que se le debe la imagen que captura el cruce a la meta en una carrera debutó también este año.
México 68 marca un antes y un después en la historia del diseño, y se dice que fue a partir de estas olimpiadas que el estándar que se esperaba de los siguientes logos y temáticas a nivel mundial subiera de nivel. El gobierno, que en ese momento vivía lo que se llegó a llamar “El Milagro mexicano” por el crecimiento de la economía (de unos cuántos) y de la Ciudad, abrió una convocatoria internacional para encontrar al diseñador que se haría cargo del tan especial evento.
Lance Wyman, un diseñador neoyorkino de 29 años llegó hasta la Ciudad de México en 1966 para primero, estudiar la historia artística de las culturas prehispánicas y después, hacer el diseño que resultaría no solo uno de los elegidos si no lo que marcaría el inicio de un nuevo estilo pictográfico y de estilo que terminaría implementándose después también en el metro de la ciudad de México.
El estadounidense trabajó con un equipo formado por el diseñador industrial británico Peter Murdoch y el arquitecto mexicano Eduardo Terrazas entre otros. Todo el diseño surgió en torno a la idea original que incluía los cinco aros olímpicos y el año de los juegos del mexicano Pedro Ramírez Vazquez que hoy recordamos haber diseñado algunos de los lugares más emblemáticos de la Ciudad de México como el Estadio Azteca, la Basílica de Guadalupe o el Museo de Antropología e Historia.
Fue Wyman el que estableció el uso de colores brillantes y la repetición de líneas que el diseñador había identificado en el arte popular mexicano en especial el wixarika comúnmente conocido como huichol. Los íconos que se utilizaron durante las olimpiadas son muy parecidos a los que seguimos conociendo en el metro hoy en día y que representan cada una de las estaciones. Claro que los olímpicos utilizaban imágenes que evocan a un deporte: una bicicleta, la cabeza de un caballo, unos remos sobre unas olas o un aro que cuelga y una mano que a su vez cuelga del aro para gimnasia.
Carmen Barroso García en su ensayo Movimiento Olímpico y Diseño sobre los Juegos de México 68 lo describe así.
“El sistema gráfico creado para las Olimpiadas de México ‘68 puede ser considerado como uno de los más exitosos en lo que a innovación y propuesta visual se refiere, así como también como un eficaz medio de comunicación internacional con un alto valor funcional, ya que prácticamente facilitó la vida de las personas que vivieron inmersas en su entorno durante ese tiempo”.
Y aunque fue en estas olimpiadas que por segunda vez se intentó incluir una mascota en los juegos, el hoy casi olvidado jaguar con manchas geométricas verdes que simulaban flores no funcionó más que como un souvenir aislado del resto del diseño que terminó por opacarlo.
Hubo enormes globos de helio con el logo de las Olimpiadas flotando por toda la ciudad y marcaron las principales vías de tránsito con colores distintivos del evento que ayudarían a los visitantes a llegar a los distintos sitios que habían sido construidos para la competencia como el Palacio de los Deportes, la Alberca Olímpica o el Velódromo de la ciudad.
A Sudáfrica no se le permitió competir debido a su política de segregación racial conocida como Apartheid que estuvo vigente hasta 1992. Y aunque en Estados Unidos se habían dado ya algunos avances hacia la igualdad como la firma del acta de derechos civiles en 1964 y la correspondiente al derecho a voto, la realidad es que la igualdad estaba aún lejos de ser un hecho.
De ahí el famoso puño o mejor dicho puños enguantados que simbolizaron la lucha de los afroamericanos por la igualdad y que fueron levantados por Tommie Smith y John Carlos. Tommie Smith acababa de batir el récord a pesar de la tan temida altura de la ciudad de México al terminar en 19.83 segundos los 200 metros planos seguido por el australiano Peter Norman y con John Carlos en tercer lugar. Al subir al podio ambos estadounidenses llevaban insignias del Olympic Project for Human Rights que había amenazado con boicotear las olimpiadas ese año y aunque el australiano no levantó el puño, si pidió prestada una insignia que llevó en su pecho mientras el público los abucheó.
Cabe mencionar que la Australia de los sesentas, había comenzado también una política segregacional llamada White Australia en la que incluso se llegó a separar a niños aborígenes australianos de sus familias para ser criados por familias blancas. Y a pesar de que ese sería prácticamente el fin de la carrera de los tres deportistas, Norman, en un documental que hizo su nieto años después llamado “Salute” declaró que había sido un orgullo formar parte de lo sucedido en ese podio.
“Si gano soy americano no afroamericano. Pero si hago algo malo, entonces se dice que soy un negro. Somos negros y estamos orgullosos de serlo. La América negra entenderá lo que hicimos esta noche”, Tommie Smith
Los dos americanos fueron expulsados inmediatamente del Comité Olímpico pero el Comité Mexicano se negó a sacarlos del país diciendo que habían entrado con visa de deportistas y que México así los honraría hasta su salida.
Y como algo de paz tenía que incluirse en el evento además de la paloma que era parte del diseño oficial y que fue después modificada y utilizada por los estudiantes en forma de protesta, se creó la Ruta de la Amistad, la serie de esculturas que podemos hoy contemplar a lo largo de 17 kilómetros de periférico sur. Cada una fue realizada por un artista plástico reconocido de cada país en esa época.