Por Daniel Montes de Oca | @montesdeoca11
Messi no había tocado el balón cuando Argentina ya perdía 1-0 en Quito…
Salió a la cancha luego de su ritual tradicional que Jorge Valdano describe de forma excepcional en el libro ‘Futbol: El juego infinito’.
“Messi está apoyado contra la pared en el túnel de vestuarios. La televisión indaga con un primerísimo plano para ver si capta algún secreto, un gesto que delate su estado de ánimo. Pero no, el crack está impasible…
“La afición que espera fuera lo adora o lo odia a él por encima de cualquier otro. Toda su ilusión está puesta en el partido, pero la porción más grande de la expectativa le corresponde a Messi…
“El hombre que sigue apoyado contra la pared, como aburrido, disimula toda esa demanda. Pero a mí no me engaña: planea algo”…
Y sí, Leo lo tenía todo planeado. Era un partido en el que su legado estaba en juego y evitar una mancha en el mismo resultaba tarea obligatoria para, de paso, clasificar a la Copa del Mundo a una albiceleste que sin el ‘10’ no sería nada.
A final de cuentas un Mundial sin Messi no es Mundial, por ende se encargó de confirmar su presencia con una actuación apoteósica.
Hoy Messi tenía prohibido recordarle al mundo que es humano. No bastarían cuatro pases de gol servidos en bandeja o alguna anotación que no resultara decisiva, así que apareció la versión más común de ‘La Pulga’… La de extraterrestre.
Un socio necesitaba Leo, uno por lo menos. Cuando lo encontró, en medio de la adversidad fabricó una jugada con Ángel Di María que selló con una caricia al balón que, gustoso tomó destino de red. La reacción albiceleste fue casi inmediata.
Añade el propio Valdano que: “Messi está condenado a ser un genio sin pausa, a jugar como si el partido entero fuera un resumen televisivo donde cada acción es relevante. Pero sobre todas las cosas, está obligado a ganar, como si a estas alturas no supiéramos que el éxito y el fracaso son dos grandes impostores”…
Y Messi ganó; también Argentina y el propio futbol. El segundo y tercer gol fueron dos portentos: Se puso frente al arco y desafió a cuanto ecuatoriano se le cruzó para depositar el esférico en su lugar favorito. Un disparo fue poderoso y el otro colocado.
Para ese entonces los detractores de Leo ya lo honraban con su silencio. El “pecho frío” cargó con la selección para llevarla a Rusia.
Al final del partido Messi apenas podía caminar rodeado por tumultos y cubierto de gloria, mientras en el estadio ecuatorianos y argentinos coreaban su nombre incrédulos tras haber sido testigos de historia pura.
Nadie quería perderse el abrazo del ‘10’ y Messi ya había abrazado a la felicidad; a final de cuentas sigue siendo humano… Y divino.