Por: Daniel Montes de Oca
Lionel Messi eligió el escenario perfecto para marcar su gol 500 con el Barcelona. El guion también resultó inmejorable: minuto 92, el Clásico empatado 2-2, última jugada del partido, y el ‘10’ tuvo piernas para llegar a la cita con la historia…
Triunfo blaugrana en el Santiago Bernabéu y el argentino desafió a la tribuna retirándose su playera para mostrarla desde el trono que le confiere su grandeza.
Dice Jorge Valdano que “Messi tiene la ventaja de correr con pasos cortos, porque en cada paso puede cambiar de idea”…
Y así sucedió en el 3-2 ante el Madrid: Leo picó lleno de fe mientras observaba la conducción de Sergi Roberto, y en cada zancada definió el destino de esa jugada final.
Después, Jordi Alba leyó a la perfección el movimiento de Leo, quien llegó pleno para hacerle creer al mundo que su definición a máxima velocidad fue cosa de niños.
Soberbio, mayúsculo y excepcional, el comandante del Barça nunca le dio la espalda al partido y se posicionó siempre a la espera del balón. Talento, sacrificio, sangre, generación de juego, y un doblete al servicio de los suyos.
No lo frenó un codazo de Marcelo, que lo hizo sangrar; tampoco Casemiro, quien se valió de patadas y el permiso del árbitro para tratar de detenerlo… Mucho menos Sergio Ramos ni el Bernabéu. Messi jugó de todo; Messi jugó de Messi.
El argentino tiene 500 goles en 577 partidos con la casaca blaugrana; sin embargo, no son solo los números los que definen su grandeza. Cada toque, cada esfuerzo, cada regate lo instalan en el Olimpo.
Messi olfateó una revancha deportiva en el Bernabéu luego de la eliminación de la Champions a manos de la Juventus; el argentino olió la sangre, y como alguna vez lo describió el escritor mexicano Juan Villoro: cuando Leo se empeña en algo, su mejor versión aparece y nada lo detiene hasta que consigue su cometido…
“Cuando un niño quiere una bicicleta es capaz de muchas cosas. Cuando un hombre juega como el niño que quiere una bicicleta, es el mejor futbolista del mundo”…
