Han pasado siete días de que los Juegos Paralímpicos Río 2016, todos llenos de emociones nobles y grandes hazañas.
Además del gran orgullo que han provocado los mexicanos en todo el país, también dejan algo más que medallas: lecciones de vida. Atletas paralímpicos que han tenido que luchar contra el deporte que practican, contra el rival que les toca en ese momento y contra su propio cuerpo.
Por supuesto, una limitación para ellos es una oportunidad. Quien ve marginado en cierto aspecto a estas personas está en lo incorrecto. Ellos pertenecen a un grupo selecto que puede presumir de ser formado por las personas más fuertes mentalmente hablando.
Nada puede derrumbar su voluntad y esto provoca que el público lo reconozca. Estas personas sacan lo mejor de cada uno de nosotros. Invocan a un sentido de orgullo, un sentimiento de agradecimiento y de admiración que en ningún otro evento deportivo podrás ver.
Las historias son invaluables. Cada uno de ellos llegó de diferente manera a este punto en su vida y lo aprovechan al máximo. Es imposible ignorarles. Su presencia en los Paralímpicos demuestra la fortaleza que puede tener un ser humano.
Y lo mejor de todo: son personas con un sentido de humildad palpable a larga distancia. Jamás los verás en algún tipo de escena o problema. Todos comprenden el por qué están ahí, el fruto de su trabajo. Ese mismo trabajo se ve reflejado en medallas, en preseas que son el final de cuatro años de lágrimas, sudor y sacrificio.
Son admirables, son de lo mejor que tiene que ofrecer la humanidad y hay que agradecer que el mundo tiene personas como estos grandes atletas.