Este no fue un fin de semana cualquiera.

Por primera vez en muchos años, el fútbol mexicano suspendió su torneo de liga como consecuencia del paro anunciado por los árbitros, en protesta a las endebles sanciones y turbios manejos que desde hace tiempo se vienen dando al interior de la Federación Mexicana de Fútbol y que extrañamente se han acentuado en el presente torneo.

Digamos que si tuviéramos que hacer un breve resumen del Clausura 2017 en la Liga MX, éste sería: violencia en los estadios, jugadores fracturados por sus propios compañeros de profesión, árbitros agredidos fisicamente por jugadores, amedrentados por directivos y una serie sanciones de que hasta cierto punto podrían ser un reflejo de la impunidad que se vive en el país.

¿Un partido de veto al Luis Pirata Fuente, después de la batalla campal que protagonizaron aficionados de Tigres y Veracruz?

¿8 semanas de castigo a Rubens Sambueza por fracturar al Conejito Brizuela, a pesar de que todos conocemos los antecedentes violentos del jugador del Toluca?

¿10 partidos de castigo a Pablo Aguilar por dar un cabezazo a un árbitro?

¿$150 mil pesos de multa a Ricardo Peláez por amedrentar al colegiado?

¿Una lesión contra ‘Chucky’ Lozano que se fue como si nada? 

Frases como el “si robé, pero nomás poquito” podrían encontrar un eco en el fútbol nacional: “si no hay sangre no es falta” o “no lo quería agredir, pero no me pude detener”. Más allá de estar a favor o en contra de la decisión tomada por la Asociación Mexicana de Árbitros, lo ocurrido este fin de semana debería servir como ejercicio de autocrítica para directivos, jugadores, aficionados y  hasta para los propios árbitros; a quienes si bien hay que reconocerles el valor mostrado para adoptar esta abrupta, pero necesaria medida, tampoco podemos exentarles de toda responsabilidad.

Pero vayamos por partes: desde hace mucho tiempo se ha especulado sobre la constante intervención de directivos y federativos en el manejo de los árbitros. Incluso, en Septiembre del 2015, el ex-arbitro Erim Ramirez denunció en una entrevista para el periódico Reforma, la forma en la que algunos federativos “advertían” a los árbitros sobre algunos jugadores “rápidos” o “talentosos” a los que “tenían que proteger” , predisponiéndolos a tomar ciertas decisiones a favor de unos o en contra de otros.

Si bien el error humano es parte de nuestra naturaleza, no podemos no cuestionar el cúmulo de polémicas decisiones que suelen darse en nuestro balompié. Al grado en el que los programas de análisis y debate deportivo han tenido que crear una sección dedicada exclusivamente a analizar con la ayuda de repeticiones si era penal o no era penal, si era tarjeta amarilla o tarjeta roja, si fue justa o injusta la decisión.

De lo que casi nadie ha hablado, es justamente de la pobre preparación y capacitación que se brinda a los árbitros. No solamente en el aspecto físico y futbolístico, sino también mental; un factor tan importante como cualquier otro dentro de su trabajo. Tan es así que en repetidas ocasiones hemos encontrado a personajes que buscan ser los principales protagonistas de los partidos. ¿Se acuerdan de Chiquimarco sacando dos tarjetas amarillas a dos jugadores diferentes con las dos manos, al mismo tiempo? Otros, por naturaleza o por indicación, llegan al estadio con un aire de prepotencia que muchas veces termina provocando a los propios jugadores, a los técnicos y, en algunos casos extremos, hasta los propios aficionados. Así que ¿por qué no enfocar mayores y mejores esfuerzos para mejorar realmente el arbitraje?

En cuanto a técnicos y jugadores se refiere, no podemos no hacerlos corresponsables de la situación cuando durante años, se han dedicado a simular y/o exagerar faltas para engañar al árbitro y forzar una decisión a su favor. Ya saben, una trampa que suele ser justificada y hasta celebrada con frases como “eso es sacar el colmillo”.

Los aficionados también somos responsables de siempre buscar en el árbitro al máximo culpable de nuestras desgracias. Si un equipo pierde, fue por el arbitro. Si un equipo gana, fue por el árbitro. Y del cúmulo de chiflidos y mentadas que se llevan gratuitamente los de negro, semana a semana, mejor ni hablamos.

Por último está la responsabilidad de los árbitros, a quienes habría que preguntar ¿por qué esperar hasta ahora para emplazar a una huelga y exigir así mayor respeto y respaldo por parte de la Federación Mexicana de Fútbol?  No es por ser mal pensado, pero ¿podemos confiar plenamente en que este paro obedece única y exclusivamente a temas futbolísticos o será tan solo parte de alguna grilla política de las tantas que hemos visto desarrollarse en el gremio arbitral durante los últimos años?

Si hay  responsables  del deplorable estado del fútbol mexicano, esos son los directivos, quienes equivocadamente asumen que por el simple hecho de ser los dueños de los balón, pueden saltarse absolutamente las reglas habidas y por haber. Un ejemplo de ello es el Draft de transferencias. ¿Otro? La multipropiedad de equipos. Si eso hacen con reglamentos internacionales, ¿se pueden imaginar lo que no harán “en cortito”, al interior de su federación?

Si señalamos a los dueños como principales responsables, es justamente porque ellos, al ser las cabezas de sus equipos y de toda la federación, son los que deberían poner el ejemplo. Respetar las reglas. Jugar Limpio. Aceptar las máximas del juego y no tratar de acomodar todo de acuerdo a su conveniencia. Es justamente la prepotencia del dinero, la que parece permear cada vez más y más a toda nuestra sociedad. Políticos que salen impunes, “Ladies” y “Lords” agrediendo a policías, Mirreyes pisoteando personas e instituciones por el simple hecho de creerse superiores “es México, capta wey“.

El fútbol es un agente de cambio. Y si algo podemos sacar de este fiasco es justamente un alto para enmendar el espinoso camino que ha tomado el fútbol mexicano y que directa o indirectamente se refleja en nuestra sociedad.

Así que ¿tienen el valor o les vale?

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