Por Daniel Montes de Oca | @montesdeoca11
La historia del futbol inglés no puede concebirse sin el West Ham, un club con 122 años de tradición que representa a la clase obrera y trabajadora de Londres, la cual subsiste de forma milagrosa.
El equipo fue fundado en 1895 por los trabajadores del acero del Río Támesis, por ello su escudo luce los martillos que dieron origen a su sobrenombre: Hammers.
En este largo camino de más de un siglo apenas presume en sus vitrinas tres FA Cups, una Community Shield y una Recopa de Europa; sin embargo, no son los trofeos ni los grandes triunfos los que alimentan su existencia. El West Ham es una tradición.
En la década de los sesenta la prensa ingresa nombró al equipo como The Academy of Football, debido a la gran cantidad de futbolistas talentosos que salían de su cantera.
Frank Lampard, Rio Ferdinand, Joe Cole, Michael Carrick y Jermaine Pennant, entre otros, son ejemplos recientes.
Incluso, el bajista y líder de la banda Iron Maiden, Steve Harris, también jugó durante su juventud en el conjunto de los colores azul cielo y vino tinto.
Si nos remontamos algunas décadas atrás, la selección inglesa campeona del mundo en 1966 tenía una columna vertebral conformada por futbolistas del West Ham: el legendario Bobby Moore, Geoff Hust, Martin Peters y Ray Wilson; por ello, los fieles seguidores del conjunto de Londres cuentan que el ‘West Ham’ venció en la Final de aquel Mundial a Alemania Occidental con tres goles de su delantero y canterano Geoff Hurst. De hecho, existía una estatua enfrente del demolido Upton Park que recordaba la hazaña.
Su nueva casa es el estadio Olímpico, un complejo moderno y espectacular con capacidad para 60 mil espectadores que desplazó al Upton Park, que fue sede durante 112 años de los también conocidos como Ironworks.
Enclavado en una de las áreas más pobres de la capital inglesa, el barrio engendró rivalidades y peleas. Se dice en Inglaterra que el prototipo de seguidor del West Ham es el obrero inglés alto, fuerte y con la cabeza rapada.
Sin embargo, en medio de esta violencia hay cabida para la ternura, pues cada vez que comienza un partido de los Hammers en casa, los hooligans entonan el I’m Forever Blowing Bubbles, canción americana de principios del siglo XX, que es su himno popular y el motivo por el que el campo se llena de burbujas.
West Ham inmortalizó su gloria en una canción que le rinde tributo al fracaso. Su himno no es un cántico aspiracional que prepara a los ‘guerreros’ para la batalla; es, si acaso, una dulce melodía de lamentos que aún alimenta sueño alguno.
En cada contienda, los ‘martilleros’ del West Ham entonan Blowing Bubbles, al tiempo que una maquina llena la cancha de burbujas. Pocas cosas tan conmovedoras como los temibles skinheads soplando burbujas y cantando al ritmo de la dulzura.
(Acá, un pequeño fragmento de ‘I’m Forever Blowing Bubbles’)…
I’m forever blowing bubbles,
Pretty bubbles in the air
They fly so high, nearly reach the sky
And like my dreams they fade and die…
Fortune’s always hiding,
I’ve looked everywhere
I’m forever blowing bubbles,
Pretty bubbles in the air
United! united!
El delantero mexicano Javier Hernández tiene nueva casa, y se trata de un equipo con una tradición intachable y una influencia amplia y arraigada. El West Ham es una tradición, y también es el club que le canta a sus fracasos con burbujas de jabón.