Una de esas cosas que todo aficionado al fútbol tiene que hacer por lo menos una vez en su vida, es ver a Brasil.

“No quiero ser el mejor, sino jugar con los mejores”.  Neymar.  28 de Junio del 2013. 

No importa si no nos tocó la legendaria selección de Brasil de Garrincha, la de Pelé, Rivelino, Zico, Bebeto, Romario, Roberto Carlos, Ronaldo, Kaká o Rivaldo.  Como dicen por ahí, cuando se trata de fútbol Brasil es Brasil.  Es un poco, como para todo fan de la música, ver al menos una vez en la vida a U2, aunque sea en el 360 World Tour, pero es de esas cosas que uno simplemente tiene que hacer.

La primera vez que me tocó ver en un estadio a la selección brasileña, fue en los cuartos de final de  Alemania’06,  cuando sorpresivamente fueron eliminados por Francia 1-0, cortesía de la mágica combinación Zidane – Henry.

Ahí, aprendí que aunque nos digan que “en el fútbol pueden existir las jerarquías, pero al final siempre son once contra once”, no es así. La selección brasileña es diferente. Es lo más parecido a un rockstar que puede existir en el balompié. Se le puede comparar con Led Zeppelin si desempolvamos la magia de la selección de Garrincha y Pelé, o con algo mucho más superficial, como podría ser Justin Bieber, ahora que tienen a Neymar.  Como sea, el circo mediático, el despliegue de seguridad y logística que suele acompañar a Brasil es una de las cosas más impresionantes que se pueden ver en el mundo del fútbol, pero ver a Brasil, en Brasil es una verdadera locura:  fanáticos gritando a distancia los nombres de cada una de las figuras de la actual plantilla:  Oscar, Marcelo, David Luiz y obviamente Neymar.   Decenas de elementos policiacos, blindando pisos de hoteles y elevadores para que nadie pueda siquiera mirar a las estrellas.  Un autobús que es tan sólo parte de un largo cortejo donde podemos ver cuatro motocicletas de policias, otros tres vehículos de guardia y dos helicópteros que desde el aire supervisan y coordinan los cortes viales que se tienen que hacer en tierra, para que la comitiva brasileña pueda trasladarse de un lado a otro sin ningún problema.

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Vaya, para no ir más lejos.  El hotel donde se está hospedando la selección brasileña, previo a la gran final de la Copa Confederaciones, decidió recoger los telefonos celulares de todos sus empleados cuando entran a trabajar, para evitar que a alguno, le gane la emoción y se tome una foto con los ‘huéspedes de gala’, y para asegurarse que así sea, todos y cada uno de estos empleados, debe pasar por un detector de metales al salir  del vestidor para incorporarse a sus labores.

Mucho se ha hablado sobre las protestas que han inundado las calles de Brasil en las últimas semanas, sin embargo, pareciera que la atención mediática y del pueblo brasileño ha cambiado por completo en las últimas horas, después de que su selección se clasificara a la final de la Copa Confederaciones, donde enfrentará a España, en un partido que en las calles de Río de Janeiro ha sido denominado “El partido del siglo”  y nadie mejor que Neymar, para saber que una victoria la noche del domingo en Maracaná, podría cambiar al menos por unas horas el ánimo de la gente en las calles, pasando de las protestas a los festejos:   “Estamos conscientes del momento social y queremos darle una alegría al país.  Nosotros apoyamos las marchas, porque son para hacer un mejor Brasil, así que es válido”  responde el nuevo jugador del Barcelona, a una pregunta de un periodista británico, que no pareció caer en gracia tanto a la FIFA, que ha “sugerido” a los medios acreditados enfocarse al fútbol como al Jefe de Prensa de la selección brasileña, que si me preguntan, bien podría ser un personaje de Will Ferrell.

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Más o menos para tener una idea, Brasil es la selección que más periodistas ha acreditado en esta Copa Confederaciones y en los canales de televisión local, es común encontrarnos con el clásico reporte “en vivo” desde el lobby del hotel, en donde el pobre reportero que lleva tres días haciendo guardia, tiene que rellenar espacios con el clásico “La selección brasileña ya está en su hotel.   Después del entrenamiento, el grupo bajó al comedor, para degustar sus alimentos en medio de un buen ambiente.  El menú incluyó ensaladas, pollo, pescado y pasta.  Después de comer, los jugadores regresaron a sus habitaciones y por la tarde tendrán una sesión de video para analizar a su próximo rival.  Es mi reporte Joaquín”.   Para darse un quemón, la conferencia del día de hoy, que en teoría debía durar 15 minutos, se prolongó por casi una hora,  y de ahí, a presenciar el entrenamiento en el estadio del Vasco Da Gama, el cuál está ubicado a 14 kilómetros del hotel de concentración.  14 kilómetros, que cuando vas escoltado por cuatro motocicletas, tres autos guardia y dos helicópteros no tienes ningún problema para cruzar, pero cuando eres chilango menso, atrapado en el tráfico de Rio de Janeiro, se convierte básicamente en un trayecto de dos horas.

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Una de las calles que hay que cruzar para llegar al estadio de Vasco da Gama

El estadio de Vasco da Gama, mejor conocido como el São Januário es uno de los más antiguos de Brasil.  Construido en 1927, también  ha sido considerado como uno de los cinco estadios más hostiles del mundo.  En parte, por la pasión de la ‘torcida’ brasileña, pero también en parte, por la zona en donde ha sido edificado, la cuál es una de las colonias más marginadas y temidas de Rio de Janeiro.  De hecho, hasta parece hasta irónico pensar que uno de los equipos mejor cotizados en el planeta, por el valor de sus figuras, termine entrenando en uno de los barrios más peligrosos de Rio de Janeiro,  aunque tal vez esa sea la forma de decirnos que, antes de ser figuras, sus jugadores son parte del pueblo brasileño.

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Rodeado de callejones, y alguna que otra favela, el São Januário  fue el epicentro de la histeria que levanta  Brasil.   Por fuera, las calles se desbordaban de señores, chicas y niños que con pancartas y camisetas, añoraban con tan sólo poder ver o saludar a alguno de sus jugadores.  Dentro de él, cientos de periodistas atiborrabamos las tribunas, para presenciar uno de los últimos entrenamientos de la verdeamarela, antes de disputar la final de la Copa Confederaciones.

Minutos después de haber publicado esta entrada, la selección brasileña regresaba a su hotel de concentración. En medio de todo el dispositivo de seguridad, centenas de personas gritaban desesperadamente el nombre de sus ídolos. ¿El último en bajar del autobús? Neymar, que, cuando saludó a la distancia a unas señoritas que estaban esperándolo en primera fila, provocó que una de ellas, cayera desmayada. Les digo, Brasil, es Brasil.

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