El futbol es maravilloso, heroico. Va de milagro en milagro, y en cada relato inesperado, podemos testificar a ese pequeño David venciendo un Titán con una simple pata de palo. Milagros inesperados le llaman. Sí, por lastimado y jodido que uno esté, en está liturgia siempre podemos encontrar almas gemelas, idealistas dispuestos a lanzar cohetes en la noche más deprimida. Porqué en esta misa pagana, puede uno descubrir contemporáneos en cualquier lugar del tiempo y compatriotas en cualquier lugar del mundo…
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Y aun así, hablando de futbol y del Tri, parece que la fatalidad nos abraza. Acostumbrados a tener una mueca en lugar de una inmensa sonrisa, nos da migraña en vísperas de cada partido. Con Alemania tenemos “razones”, contra Corea ponemos “pretextos”. Y cada vez que eso ocurre, y mientras eso dura, uno tiene la suerte de sentir que es algo en la infinita soledad del universo: Se llama duda…
¿Pero que pasaría sí fuera tu hijo el Chicharito Hernández? Te seguiría nublando el juicio. O como olvidar el día que el Olimpismo azteca encontró en Oribe a un gigantesco hidalgo. Sonó el himno mexicano de la mano de Mozart cuando la “momia” Julio Gómez, se enfrento al destino despiadado de la eliminación, y con una chilena lo mandó a la lona. Es verdad también nos hemos despedido de los mundiales de forma inhumana. Con Penales inventados que agrandan la angustia…
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Ya estarán los dioses dándose un festín cada que juega México. Es lo que tiene portar los colores del Tri, del desánimo al aliento inmenso. Le preguntaron a Guillermo del Toro: “Usted tiene una habilidad extraordinaria para ver el lado oscuro de la naturaleza humana, la fantasía y el terror, pero a la vez es una persona realmente alegre y amorosa. ¿Cómo logra ese balance?” Del Toro contestó de inmediato: “Soy mexicano”. Y eso nos da un plus, bienvenido Rusia, que todos creemos en el Tri…