En septiembre de 2023, Netflix nos invitó al set de la serie de Cien años de soledad. Viajamos a Bogotá, la capital de Colombia, y de ahí nos fuimos a Ibagué donde en una locación secreta, llegamos a Macondo, aquel pueblo soñado por los millones de lectores de Gabriel García Márquez.
Recorrer las calles de Macondo y entrar a la casa de los Buendía, nos reveló las dimensiones de la producción de Cien años de soledad, una obra que hasta hace unos años, se definía entre la mayoría como “imposible”. AQUÍ les dejamos nuestra crónica.
Y en parte, todo fue gracias al guion que desarrollaron varios escritores, entre las que destacan Natalia Santa y Camila Brugés, con quienes tuvimos oportunidad de platicar sobre la construcción de una serie que en cada una de sus partes, se lee.
Cien años de soledad, una historia que sólo puede entenderse en español
Una de las condiciones para adaptar Cien años de soledad a la pantalla, fue que se realizara en español. Dicho así, parece obvio; pero dentro de la industria, se ha jugado con la representación y la sonoridad de las historias. Sin embargo, lo que ocurre en Macondo sólo se puede “explicar” en español.
Recientemente se adaptó la obra de Pedro Páramo de Juan Rulfo para una película (también de Netflix). También se creó una serie de Como agua para chocolate, adaptación de la novela de Laura Esquivel. Estas son dos de las obras más aclamadas y populares dentro del realismo mágico… y ni qué decir de Cien años de soledad.
De acuerdo a las historias, el realismo mágico es un género y una narrativa que corresponde al español y a un escenario latinoamericano. Forman parte de nuestro imaginario, de lo que entendemos de nosotros mismos y cómo reconocemos los conflictos que han construido a la región.
Así que le quisimos preguntar a Natalia y Camila si su relación con el español, después de una lectura tan extensa como para realizar una adaptación a la pantalla, habría cambiado.
Natalia: Para mí, el descubrimiento de la reelectura, fue la historia de Colombia y lo violento de esa historia, lo violento que somos como nación. Esa fue mi nueva percepción de Cien años leyéndola con distancia.
Y me maravilló la capacidad de García Márquez de retratarnos como nación, de retratar nuestra historia de violencia de una manera tan cruda, tan fiel y al mismo tiempo tan universal. Es una historia de violencia con la que cualquier otro latinoamericano se puede identificar.
Camila: Particularmente con el español, no. Como el ejercicio que estábamos haciendo no giraba en torno al lenguaje español per sé, no hubo una reflexión sobre eso. Pero como dice Nata, hubo profundas reflexiones acerca del lenguaje literario y cómo se traslada a la pantalla.
Y sobre la novela en sí, no sé si el descubrimiento, pero quizás fue ir muy profundo a estas cosas que nos está recordando Gabo. Cómo a través de un mecanismo en el que hay una repetición de una maldición de la familia, que aparentemente gira en torno al amor, también nos está diciendo que nos repetimos en la violencia y en los actos bárbaros.
Dice cosas muy fuertes y muy actuales, y es esta sensación de que no podemos cambiar, de que estamos condenados a eso: a una tragedia terrible, violenta, de guerra.
Lo que permanece en palabra y lo que se convierte en imagen en Cien años de soledad
La obra de Gabriel García Márquez es veloz. Es una máquina de palabras que describen personas, emociones, objetos, acciones, ambientes. Esa es una de las virtudes de la literatura, que a través de la palabra, lo describes todo.
Y para la televisión o el cine como en esta adaptación de Cien años de soledad, algunas palabras son textuales y otras se convierten en imágenes o sonidos. ¿Hubo algún proceso en el que tuvieran que elegir lo que permanecía como palabra y lo que se convertía en sonido o imagen?
Natalia: La palabra es imagen. Creo que el ejercicio fue de cómo convertir un montón de reflexiones sobre el mundo, los personajes, los sentimientos, en parte de una narración. Pero las imágenes están. De hecho, lo que más se puede traducir son las imágenes que él crea, lo que es propio del lenguaje.
Además, siempre lo hemos dicho: García Márquez tiene la capacidad de en tres líneas, contarte una historia. Como fueron, ponte, José Arcadio (el primogénito) con Rebeca, que cuando se fueron a vivir juntos fueron felices y tuvieron uno de los hogares más felices, pero no te cuenta cómo es esa felicidad, ni esa cotidianidad. Pero tú con tres líneas la puedes ver.
Cien años de soledad, una serie que otorga pausas
No es lo mismo un lector que un espectador, ¿o sí? Creemos que la principal diferencia entre uno y otro radica en que el lector está obligado a darse pausas para reflexionar sobre lo leído, para imaginarse el escenario que habitan los personajes y su rostro, sus voces.
Pero a un espectador, como parte del lenguaje audiovisual, se le otorgan esas pausas. Sin embargo, la otra realidad es que no en todas las producciones existen de acuerdo a las necesidades de la historia, sino pensadas en lo que se cree, busca el espectador. Y esto, muchas veces, es un error.
Pero no un error de Cien años de soledad, una serie que te ofrece las pausas que un lector se haría, en los momentos indicados. Y lo hace de una manera bellísima para mostrarnos el paisaje o los detalles más íntimos de los espacios, incluso en los cuerpos de los que nos relatan la historia.
Camila: Yo creo que eso conecta con otra cosa que mencionaste antes, y es ese ritmo vertiginoso que tiene la novela. Para nosotros eso es un problema, justamente porque si no te detienes nunca en qué es lo que le pasa a los personajes, lo que sienten, cómo están emocionalmente, sólo tienes un videoclip.
Como guionistas, a diferencia de los directores, no estamos pensando tanto en la imagen como tal. Nuestro rol es pensar qué le pasa a los personajes. Y entonces nos ocupamos y decimos, “Hay que parar acá y tienen que tener un momento en que estos dos se quiebran e intentan matarse“, por decir cualquier cosa.
Eso naturalmente implica que vas a frenar el ritmo de contar cómo se mueve Macondo, rápidamente: hicieron un exilio, fundaron un pueblo y frenas cuando Úrsula y José Arcadio tienen una pelea y empiezan a desacomodar. No sé exactamente cómo explicarte eso, pero yo creo que la respuesta está en que cuando construyes unas historias, tienes estos hitos que son como los puntos de no retorno de los personajes en sus relaciones.
Ahí paras, ahí te detienes y todo va en función de que tú como espectador o nosotros como escritoras, demos los lugares en los que se pueden conectar emocionalmente con los personajes porque si no, no te vas a conmover, no te vas a ver identificado, no vas a ni siquiera a entender no importa.
Puede ser hermosa, pero si no te conectaste, me importa un carajo. Entonces, nuestro lugar era encontrar, preservar y conversar muchísimo con los directores, con la producción, con todo el mundo. Decir como, “Esto puede ser hermoso, pero si tú no te conmueves y si no te toca, si no te deja pensando, si no te dueles por Úrsula o por el coronel, lo hicimos fatal”. Nos tiene que doler, nos tiene que emocionar.