La Ciudad de México guarda en sus calles varios secretos con los que uno suele encontrarse por sorpresa. Eso fue lo que ocurrió con el sitio de este Vagando, con el cual me topé sin planearlo una tarde cualquiera.

De pronto te ves atrapado por el tráfico, y para librarlo decides meterte entre las calles de una colonia. Manejas confuso, zigzagueando entre las calles con la esperanza de que tu improvisado atajo rinda frutos y te ponga en camino a tu destino. A lo lejos miras una torre estilo asiática; la curiosidad te lleva a olvidarte de tu plan original y te diriges hacia esa extraña estructura que sobresale desde varias calles a la distancia… entonces te topas con una pagoda oriental.

1. Unidad Infonavit Iztacalco

La colonia Unidad Infonavit Iztacalco surge durante la década de los 70’s, poco después del llamado “milagro económico de México”, periodo que marcó la tendencia arquitectónica de los próximos años en cuanto a los conjuntos habitacionales elaborados con materiales de construcción a bajo costo.

Este conjunto habitacional fue construido para responder a las necesidades de vivienda digna de los trabajadores. Se compone de 5,130 viviendas con una población cercana a las 23 mil personas. En sus orígenes contó con zonas comerciales, teatro al aire libre, escuelas, centros deportivos y un lago artificial de 6 mil metros.

Casi 40 años después, ese lago fue convertido en un parque y la Unidad Infonavit Iztacalco no se encuentra en las mejores condiciones pues varios de los edificios se encuentren seriamente deteriorados.

Esta colonia se ubica al oriente de la Ciudad de México, entre las calles de Francisco del Paso y Troncoso (eje 3 Oriente), Río Churubusco, Tezontle y Apatlaco, en la delegación Iztacalco.

2. Una pagoda en el oriente de la ciudad

Pagoda: Edificio tradicional de países asiáticos como Japón, China, Tailandia, Vietnam o Corea. Se les considera la evolución de la estupa india, estructura en la que se resguardaban reliquias sagradas. Originalmente, la mayoría de las pagodas se construyeron con fines religiosos, y se encontraban dentro o cerca de los templos budistas.

Adentrarse en esta colonia es como hacerlo en un laberinto de edificios con una dinámica muy peculiar. A pesar del abandono que puede notarse en estas edificaciones, las avenidas y calles de este barrio transpiran vida. Gente que viene y va, niños jugando en los parques, jóvenes disputando cascaritas en las canchas de cemento; en medio de todo esto se encuentra la pagoda de Iztacalco.

Al llegar hasta ella me encontré con un edificio verde con detalles orientales. La sorpresa fue mayor cuando vi que se trata de una Iglesia Católica dedicada al culto de San Felipe de Jesús. No lo pensé dos veces y decidí conocerla. Caía la noche y casi no había gente, por lo que la experiencia fue aun mejor.

Lo que más impresionó al llegar fue el campanario, en cuya parte alta se encuentra un reloj. Verla de cerca es sorprendente y remite al visitante a las construcciones tradicionales de Asia.

En cuanto se pone un pie dentro de los patios de la Iglesia, uno descubre que el concepto oriental va más allá de la fachada de este centro religioso. Las escaleras que van y vienen, unas fuentes e incluso las formas de las farolas para iluminar los accesos al templo van acorde a la arquitectura asiática.

Al entrar a la iglesia, la sensación de estar en tierras orientales continúa, pues si bien se tienen todos los elementos característicos de un templo católico, también hay alusiones asiáticas, sobre todo en los candelabros.

Quizás está de más decir que me encontraba fascinado por esa treta del destino que me llevó a encontrar la réplica de una construcción asiática en el corazón de una colonia conformada en su mayoría por unidades habitacionales. Entonces me puse a indagar sobre la historia de esa Iglesia, y entendí el por qué de su singular concepto…

3. La higuera que reverdeció

No pretendo hacer de este texto una clase de catecismo, pero es necesario hacer un breve resumen sobre quién fue Felipe de Jesús.

Felipe de las Casas nació en la Ciudad de México en 1572, hijo de españoles, era muy inquieto e hiperactivo, tanto que una vez su nana, un tanto fastidiada de sus travesuras señaló una higuera y le dijo “¡Ay Felipe! Esta higuera reverdecerá, el día en que tú seas santo”.

Siendo muy joven ingresó al noviciado franciscano pero lo abandonó. Años después su padre lo envió a Manila, en Filipinas, donde vivió de forma frívola por un corto periodo de tiempo, hasta que sintió la necesidad de retomar su vocación y volvió con los franciscanos, pero ahora en Manila.

Cuando se le ofreció ordenarse sacerdote en México, Felipe de las Casas abordó un barco junto a otros frailes, sin embargo una tormenta hizo que la embarcación se desviara a Japón. Aprovechando el viaje, los franciscanos decidieron hacer labores de misión en aquella nación. Desafortunadamente para ellos, al poco tiempo Toyotomi Hideyoshi ordenó una persecución contra los cristianos. Debido a que Felipe había llegado a Japón como consecuencia de un naufragio, pudo haberse salvado de la tortura y la prisión, pero prefirió ser solidario con los misioneros que habían llegado antes y de manera libre decidió correr su misma suerte.

Así fue llevado junto con el resto de los franciscanos por varias ciudades; en estas procesiones sufrieron diversas burlas y a cada uno le cortaron una oreja. Al llegar a Nagasaki, estos franciscanos, tres jesuitas y algunos laicos japoneses fueron colgados en cruces. Felipe de Jesús murió como mártir el 5 febrero de 1597 atravesado por unas lanzas a los costados de su cuerpo.

Cuenta la leyenda que el día de su muerte la higuera reverdeció. Junto con sus compañeros fue beatificado el 14 de septiembre de 1627 y canonizado el 8 de junio de 1862, convirtiéndose en el primer santo mexicano.

Esta historia, situada en su mayoría en Filipinas y Japón, nos deja claro porque esta iglesia en Iztacalco tiene un estilo asiático, y explica por qué en su interior hay una bandera de Japón y otra de Filipinas. Por cierto, en los vitrales de la Iglesia también se hace alusión a la vida de este santo.

4. El Santuario de San Felipe de Jesús

En 1994, esta curiosa iglesia sólo era un terreno amplio con una capilla y un par de salones de trabajo. Fue ese año cuando un nuevo padre (Nicolás Álvarez Casillas) llegó y planteó la idea de hacer de ese templo todo un santuario. Se planeó un ambicioso y moderno proyecto arquitectónico, cuyos fondos serían obtenidos de la venta de criptas. Por años, trabajadores, miembros de la iglesia y fieles ayudaron a su edificación. Incluso se hizo un comedor para los trabajadores que laboraban en la obra. También se levantó un salón de eventos para rentarlo y obtener más recursos.

En menos de una década el templo fue terminado, en el comedor sigue vendiéndose comida a precios accesibles y el salón de eventos sigue en funciones.

Por cierto, una de las cosas que más me llamó la atención al visitar esta Pagoda fue el toparme con las fotos de 25 personas tanto en la fachada como en el altar principal. Esas fotos corresponden a los 25 mártires mexicanos de Cristo Rey, quienes durante la guerra cristera fueron martirizados y perdieron la vida. Fueron canonizados en el 2000. Varias de las reliquias de este santo fueron llevadas hasta este templo de Iztacalco y fueron colocados en una cruz ubicada en el presbítero.

La presencia de estas reliquias hizo que en mayo del 2003 esta pagoda adquiriera el título de Santuario.

5. La belleza del contraste

Independientemente de las creencias que se tengan, la visita a este sitio poco conocido del Distrito Federal resulta revitalizante. Sabemos que la Ciudad de México está llena de estos contrastes que muchas veces parecen incongruentes, pero que en este caso, nos brinda un paisaje urbano capaz de seducir a cualquiera. Éste es tan sólo uno de los cientos de tesoros escondidos que guarda esta ciudad.

El Santuario de San Felipe de Jesús se encuentra en la calle Peyote s/n de la colonia Unidad Infonavit Iztacalco. No hay pierde, llegando a esa calle seguramente se toparán con ella. Las estaciones de metro más cercanas son Iztacalco y Apatlaco, de la línea 8.

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Por Gabriel Revelo

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