Y ustedes… ¿cuánta historia creen que pueda guardar un barandal?

Aunque no lo crean, la Ciudad de México es tan rica en historias que incluso un simple barandal es capaz de remontarnos por los años, contándonos un poco más de lo que somos.

Conformada por varias capas, cual si de una cebolla se tratase, basta hurgar un poco en cualquier lugar o elemento de esta metrópoli para toparnos con huellas y vestigios, que a su vez, nos llevan al descubrimiento de otros, y así hasta el infinito.

En esta ocasión, nuestro punto de partida se encuentra en la Calle 5 de Mayo del Centro Histórico de la ciudad, en un local comercial donde está La Palestina, negocio dedicado a la venta de artículos de piel, así como de productos para la monta de caballos.

Foto de http://centrocdmx.nguideqr.mx/

La Plaza del Volador

Desde la época prehispánica, en la gran Tenochtitlán había un centro astronómico donde cada 52 años se efectuaba la Ceremonia del Fuego Nuevo. Tras la conquista, Hernán Cortes decidió demoler este inmueble que se encontraba junto al palacio de Moctezuma II, donde años después se edificaría Palacio Nacional.

En la parte oriente del terreno se comenzó a construir el Edificio de la Real Casa de Altos Estudios y la Plaza del Volador. Ésta última quedó lista en 1624 y a lo largo de su historia fue usada como escenario para la celebración de corridas de toros, carreras de liebres y peleas de gallos, o bien, para la venta de verduras y frutas. Se le llamó así porque ahí se realizaba el Ritual de los Voladores de Papantla.

Para 1792 se instituyó oficialmente como mercado y se convirtió en uno de los principales centros de abastecimiento de la ciudad. Aunque sufrió varios incendios y remodelaciones, sobrevivió al paso de los años y para 1891 se convirtió en bazar.

En la actualidad, este terreno de aproximadamente 7,828 metros cuadrados se ubica el Palacio de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en Pino Suárez no. 2, Colonia Centro.

Uno de los comerciantes que trabajó en la Plaza del Volador fue Juan Rosales Ortiz, un hacendado talabartero (persona que hace cosas con cuero) procedente de Zacatecas, que con sus ahorros en 1884 abrió “La Palestina”, negocio especializado en la venta de productos de piel y de montura para caballos, como sillas de montar o arreos.

Como entonces la mayor parte de la ciudad aún era rural y el uso del caballo frecuente, La Palestina tuvo éxito desde sus inicios.

Uno de los primeros rascacielos de la ciudad

En 1905, en la esquina que ahora conforman las calles 5 de mayo y Bolívar, se inauguró uno de los primeros edificios de cinco pisos de la ciudad.

Aunque buscaba recrear la elegancia y grandeza que tenían las antiguas edificaciones, este “rascacielos” también siguió la ola de modernidad que desde años atrás impulsaba Porfirio Díaz. Este inmueble, obra de los arquitectos Alfredo Robles y Manuel Torres Torija, es conoció popularmente como “Edificio 5 de Mayo”.

En la planta baja de este edificio se reinstaló La Palestina, que por aquellos tiempos seguía siendo muy frecuentada. En el exterior de este negocio se colocó un barandal de bronce para que los clientes ataran a sus caballos…

Savia Moderna

Unos meses después de la inauguración del Edificio 5 de Mayo, en su último piso se estableció la redacción de Savia Moderna, una revista fundada por los literatos Alfonso Cravioto y Luis Castillo Ledón, quienes junto a un grupo de jóvenes literatos, intentaron desapegarse de aquellas doctrinas con tendencia al romanticismo, el clasicismo o el modernismo, inclinándose mejor por el desarrollo propio y la modernización de la literatura mexicana.

Entre sus colaboradores estaban nombres como los de Manuel Carpio, José Gamboa, Rafael López, Roberto Argüelles Bringas, Antonio Caso, Eduardo Colín, Jesús Acevedo, Jesús Villalpando, Ricardo Gómez Robelo, José Elizondo, Alberto Herrera, Julio Uranga, Marcelino Dávalos, Enrique Urthoff y Pedro Henríquez Ureña.

El primer número, publicado a finales de marzo de 1906, abría con un texto editorial titulado “En el Umbral”, donde los directores de la revista explicaban que el propósito de su revista era desechar todo sectarismo y apostar por la libertad y belleza artística. Este número rendía homenaje a Manuel Gutiérrez Nájera, poeta, escritor y cirujano mexicano fallecido doce años atrás. En los siguientes números se recordó a otras figuras de la cultura mexicana como Justo Sierra y Manuel J. Othón.

Aunque esta revista sólo se editó hasta el quinto número (julio de 1906), su importancia radica en ser uno de los semilleros de donde surgieron algunos intelectuales que cuestionaron y lucharon contra el Porfiriato, para después volverse protagonistas del surgimiento del México contemporáneo.

Por cierto, ese quinto piso donde se encontraba esta redacción también era usado por Diego Rivera como estudio de pintura.

El barandal que vio pasar la historia

A inicios del siglo XX era común encontrar en las calles de la Ciudad de México distintos elementos dispuestos para amarrar a los caballos. Como mencionamos anteriormente, uno de ellos se encontraba afuera de La Palestina, y de hecho, en ese barandal amarraron sus caballos Emiliano Zapata y Francisco Villa, cuando las tropas revolucionarías hicieron su entrada a la Ciudad de México a finales de 1914.

No sé sabe a ciencia cierta si estos caudillos entraron a La Palestina, aunque es probable que de ahí se hubieran desplazado hasta el Bar La Ópera, en donde aún es posible apreciar la marca que dejó un disparo en el techo, que se asegura, fue realizado por el mismísimo Pancho Villa.

¿Cuántas cosas habrá presenciado ese barandal ubicado en una de las calles con mayor afluencia de aquel entonces?

Para 1926 se suspendió la circulación de vehículos de tracción animal en varias calles de la ciudad. Aún y cuando la modernidad poco a poco fue desplazando a los caballos como principal medio de movilidad, sobre todo con la llegada tanto del tranvía como de los primero autos, tanto La Palestina como el Barandal permanecieron firmes, aguantando los embates del tiempo.

Rastros de un México que ya no existe

Gracias a su ubicación céntrica, es fácil llegar hasta el edificio 5 de mayo. La mejor forma de hacerlo es en metro, llegando por las estaciones Allende o Bellas Artes y de ahí caminar un par de calles.

Resulta curioso que, aunque muchos hemos pasado por esa esquina infinidad de veces, nunca nos tomamos el tiempo de apreciar ese edificio que ante los ojos de la mayoría pasa como uno más, cuando en realidad es una joya arquitectónica de la ciudad.

Basta acercarse a la recepción y ver la suntuosidad de sus detalles -el elevador es una muestra de ello- para darnos cuenta que ese inmueble aún conserva vestigios de su antigua grandeza.

Y ahí, en la planta baja, está el local de La Palestina, que sigue operando a pesar de que varias veces cambió de propietarios. Incluso estuvo a nada de cambiar de giro cuando en 1923 casi se convirtió en cantina.

La Palestina sigue vendiendo productos para la monta de equinos, además de artículos de piel (res, cerdo, borrego, cabra o becerro). Su oferta también se ha enriquecido con juegos de mesa, artículos para viaje, bolsos y productos escolares.

Aunque la verdad, lo que me llevó hasta ahí fue ver el legendario barandal del exterior, que se mantiene impávido para hablarle a las nuevas generaciones de ese México del pasado. Se dice que este barandal es el único vestigio sobre la era del caballo que permanece en la vía pública.

Un hecho anecdótico tuvo lugar en la década de los noventa, cuando Antonio Blanco traspasó el negocio a uno de sus sobrinos y por desconocimiento de su importancia histórica vendió el barandal. Afortunadamente fue encontrado cuatro años después en una cantina de Cuernavaca, donde funcionaba como descanso para los pies. Los actuales dueños de La Palestina lo regresaron a su sitio original.

Ahora, este barandal es parte del Patrimonio del Centro Histórico y eje central de varias historias de esta ciudad.

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