Si bien se tienen antecedentes de su existencia desde hace mucho tiempo, fue hace unos años cuando en nuestro país se acrecentó el número de fieles al culto de la Santa Muerte. La Ciudad de México es uno de los centros medulares de esta práctica, por lo que visitamos dos de los altares más importantes dedicados a la llamada “Niña Blanca”.
¿Por dónde iniciar cuándo queremos hablar de un fenómeno cultural tan sui generis como el de la Santa Muerte? En algún momento todos nos hemos topado con alguna de sus imágenes o con algún altar dedicado a su veneración, y ante los cuales solemos reaccionar de distintas formas: algunos sienten miedo, otros ven estas manifestaciones como una moda y claro, hay quienes realmente se vuelven devotos y creen firmemente en ella.
¿Cómo explicar ese fanatismo y esa extraña atracción que muchos sienten por esta figura? Lejos de querer investigarlo a la distancia, decidimos adentrarnos en la colonia Morelos y visitar dos de los altares más representativos de la Santísima Muerte… este texto es un testimonio de lo que encontramos…
1. Los señores del Mictlán
Para llegar a lo que es hoy en día, el culto a la Santa Muerte tuvo que recorrer varios caminos. Son muchos los orígenes que aparentemente explican sus inicios y los cuales transitan por varios siglos de la historia.
Remontémonos pues, a la época prehispánica, donde varias culturas ya tenían deidades y elementos relacionados a la muerte. Y es que para los antiguos habitantes de México, la muerte era concebida como un proceso necesario por el que pasarán todos los seres en la naturaleza. Ciclos como el día y la noche, o la época de lluvia y sequía, para ellos eran equivalentes a la vida y la muerte.
La muerte comenzó a ser representada con figuras descarnadas por la mitad, simbolizando la dualidad antes mencionada. Ahí inició el culto a la muerte, que aunque se extendió por todo el territorio de lo que hoy es México, adquirió más fuerza entre los aztecas, quienes tenían a Mictlantecuhtli y Mictlantecíhuatl, dios y diosa de la muerte que gobernaban la región de los muertos conocida como Mictlán. A estas deidades también se encomendaban aquellos que deseaban adquirir el poder de la muerte. Su centro ceremonial era conocido como Tlalxico (ombligo de la tierra) y se encontraba en Tenochtitlan.
Desde entonces se maneja la tradición de montar ofrendas en su honor. Varios pueblos mesoamericanos tenían la costumbre de adorar bultos hechos con objetos sagrados y huesos de sus antepasados, colocándolos en altares familiares.
Con la conquista española el culto disminuyó aunque no desapareció, y por cientos de años la devoción a la muerte continuó en secreto.
2. En busca de los altares
Junto a los estados del noreste mexicano, el Distrito Federal es uno de los sitios del país en donde hay más fieles y altares erigidos en honor a la Santísima Muerte. De entre todos estos sitios sobresalen los que están ubicados en la Colonia Morelos, conformada por los barrios de La Lagunilla, Peralvillo y Tepito.
Esta zona es considerada una de las más populares y peligrosas de la ciudad, por años hemos escuchado historias y relatos de hechos violentos ocurridos en la demarcación; por eso muchos evitan la colonia o toman precauciones al acercarse.
No quisimos ir con actitud temerosa ni predisponernos como si fuéramos a una zona de guerra, por el contrario, queríamos adentrarnos en esas calles y percibir con nuestros sentidos el ritmo y la atmósfera de esta tradicional y antigua colonia capitalina.
Nos propusimos ir un domingo, dos serían nuestros destinos: El altar ubicado en la calle de Alfarería 12, y el llamado Santuario Nacional de la Santa Muerte, en el número 35 de la calle Bravo.
3. La imagen de la choza
Fue en la década de los sesenta cuando en Catemaco, Veracruz, un poblador descubrió que en las tablas de su choza se había dibujado la figura de una muerte ataviada como una virgen. Consternado fue en busca de un sacerdote para pedirle que santificara la imagen, al verla el religioso no sólo se negó sino que la calificó como una obra de satanismo. Sin embargo, la aparición de la imagen y su veneración fue transmitiéndose de boca en boca, extendiéndose hasta el centro del país.
Y ese es sólo uno de sus posibles orígenes de este culto, pues otros historiadores ubican este resurgimiento en el estado de Hidalgo. También existe la versión de que la devoción a la Santa Muerte proviene de la religión Yoruba, practicada por los esclavos africanos que llegaron a Veracruz.
4. Internándonos en el barrio
Por comodidad quise llegar en transporte público, por lo que bajé en la estación Tepito de la línea B del Metro. Cometí el error de pensar que podría llegar fácilmente memorizando solamente el nombre de las calles donde se ubican ambos altares.
Con estas referencias, no era de esperarse que quien escribe estas palabras terminara extraviándose entre los siempre folklóricos e infinitos pasillos llenos de puestos en donde lo mismo encuentras ropa usada, películas porno, aparatos de sonido o teléfonos celulares; para colmo no me gusta estar preguntando cómo llegar al destino que busco, por un lado me desesperaba ver que mientras más caminaba (guiado por una intuición que nomás no me funcionaba) más me adentraba en ese laberinto.
Una hora después vencí a mi propio orgullo y finalmente pedí referencia de mi ubicación. Así descubrí que en realidad estaba caminando en sentido contrario al punto que buscaba. Por eso, la ruta más conveniente para quien decida ir al altar ubicado en Alfarería 12, saliendo del Metro Tepito, es la siguiente:
Al ser una tarde de domingo aquellas añejas calles de la ciudad lucían desoladas. De vez en cuando me topaba en el camino con algún perro callejero o con otros transeúntes. Hasta el momento no había ni rastro de ese rumbo inhóspito y violento que muchos dicen es Tepito. Fabricas, alguna vecindad, edificios viejos y negocios formaban parte de la escenografía.
Unos minutos después llegué a uno de los altares más famosos del país, erigido en honor a la Santa Muerte.
5. El Arzobispo que lavaba dinero
En enero del 2011, fueron detenidos los integrantes de una banda conocida como “Los Aztlán”, dedicados al secuestro y la extorsión, y quienes se hacían pasar por integrantes de los Zetas. Durante el operativo la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal liberó a un matrimonio de adultos mayores que habían sido secuestrados semanas atrás.
Entre los nueve detenidos había una joven de 17 años y David Romo Guillen, alias “El Padre”, de entonces 42 años, considerado líder espiritual de la Iglesia Apostólica Católica Tradicional, en donde se auto proclamó Arzobispo.
La sede de este movimiento se encuentra en la calle Bravo número 35, en donde se encuentra el llamado Santuario Nacional de la Santa Muerte. Antes de su detención, Romo Guillen era considerado por los fieles de su iglesia como el responsable de rescatar el ritual original hacia la Santa Muerte y por años gozó de gran credibilidad entre los devotos, quienes fueron aumentando en número.
Tras su detención, los días de gloria del Santuario Nacional de la Santa Muerte pasaron, aunque éste aún se mantiene vigente.
Romo Guillen actualmente se encuentra preso por delitos como secuestro, extorsión agravada cometida en pandilla, lavado de dinero y robo simple (por los cuales fue condenado a 66 años de prisión); además de delitos electorales como la expedición ilícita de credenciales de votar, por los que recibió otra sentencia de 12 años.
Aún hoy, hay quienes defienden a Romo Guillén y lo consideran guía espiritual.
6. Alfarería 12
En el año 2001, la señora Enriqueta Romero decidió colocar afuera de su casa en Alfarería número 12, un altar público en honor a la Santa Muerte. Ella refiere que conoció a la Santísima Muerte 50 años atrás, cuando vio a una de sus tías rezándole por las noches y en secreto a una estampita con dicha imagen. Con el paso de los años fue volviéndose devota y poco a poco fue instalando en su hogar un lugar donde los demás fieles pudieran encomendarse a esta figura. Aquí, cada día primero de mes, se reza un rosario al que acuden cientos de personas.
Cuando llegué lo primero que llamó mi atención fue la gran cantidad de ramos y arreglos florales colocados a lo largo del lugar.
Estando ahí me topé con cerca de 10 personas que también visitaban el altar y que pacientemente hacían fila para acercarse a una figura de la Santa Muerte, colocada detrás de un aparador. Mientras iba acercándome fui poniendo atención en los detalles que me rodeaban. Por ejemplo, del lado derecho un cuarto de lamina guardaba en su interior varias veladoras encendidas que habían sido dejadas por los fieles.
Mientras observaba esto, un niño me entregó una hoja enrollada con una liga, que venía acompañada de una paleta.
Seguí avanzando, al estar más cerca varios objetos colocados al pie del altar llamaron mi atención: Manzanas rojas, cigarros y puros encendidos, así como dulces y bebidas alcohólicas en vasos o botellas. Todo este paisaje acompañado por el olor a incienso procedente de varias varitas encendidas.
Cuando finalmente logré estar frente a la figura (de alrededor de 1.70 metros) de la Santa Muerte no pude sentirme ajeno a la extraña energía que esta desprende. Estar frente a ese rostro cadavérico me hacia sentir intranquilo, pero a la vez me era imposible quitarle los ojos de encima.
Antes de seguir mi camino noté que en una puerta contigua había un cuarto en donde la familia Romero instaló una pequeña tienda con objetos alusivos a la Santa Muerte, como figuras, rosarios, libros, estampitas, veladoras y folletos con oraciones. La gente seguía llegando. Unos al estar frente a su patrona rezaban con fervor e incluso rompían en llanto. Intentado asimilar todo lo que acababa de ver me retiré en silencio.
Mi siguiente parada: El Santuario Nacional de la Santa Muerte.
7. Simbolismo
Un altar a la Santa Muerte está compuesto por varios elementos que no deben faltar, y que sus devotos se encargan de mantener al día.
Las flores, por ejemplo, ayudan a que la Niña Blanca cumpla los deseos y peticiones de quienes acuden a ella. Deben estar lo más frescas posibles, pues se cree que si estas se dejan marchitar y/o despiden olores fétidos, se atraerá energía negativa y mala suerte. Las más usadas suelen ser las rosas rojas (estabilidad espiritual, amor, pasión) o blancas (para la salud).
El alcohol depende del gusto del devoto aunque los más usados para agasajar a la Santa Muerte son el Aguardiente, tequila, ron, jerez, anís y cerveza obscura.
Los cigarros ofrecidos deberán colocarse siempre encendidos y en par (uno para el devoto y el otro para ella). Al fumarnos un cigarro con la Santa Muerte buscamos retirar la envidia que pudiera rodearnos en nuestra familia o trabajo. Si lo que ofrecemos es un puro, la costumbre dice que debemos encenderlo, fumarlo y aplicar el humo directamente sobre la figura de la Santa Muerte, retirando así la energía negativa y purificando el altar.
De mismo modo, la fruta debe estar siempre fresca y de preferencia se colocan manzanas rojas (de tres a cuatro), aunque las amarillas también se usan para rituales relacionados con el dinero. Los inciensos y el copal se usan como elemento de purificación y para limpiar la energía negativa.
Las figuras de la Santa Muerte suelen ser de colores, los cuales están relacionados a distintas funciones o peticiones; la dorada es para lograr poder económico, la azul para el plano profesional; la verde para asuntos jurídicos; la transparente o ámbar ayuda a quienes tienen problemas de alcoholismo o drogadicción; etc.
Abarcar todos los elementos y simbolismos alrededor del ritual de la Santa Muerte es difícil, pues constantemente varían de acuerdo a la región y al tipo de creyente.
8. Santuario Nacional de la Santa Muerte
Tras abandonar el altar ubicado en Alfarería 12 me llevó unos 10 minutos llegar hasta el número 35 de la calle Bravo. Nuevamente me encontré con calles solitarias en las que a pesar de la percepción popular, no sufrí ningún percance ni sobresalto, al contrario, las personas a las que me acercaba para pedirles referencias sobre cómo llegar me contestaban de forma cordial.
Aquí está el mapa para llegar de un templo al otro:
Al llegar al Santuario, lo primero con lo que me topé fue con una fachada amarilla, en cuyo exterior se encuentra una cruz y unas figuras de la Santa Muerte y de San Judas Tadeo.
Al entrar fui recibido por una mujer que amablemente me entregó un rosario negro con la figura de la Santa Muerte. En el interior había sillas de plástico y bancas de madera ocupadas por varios fieles.
Un par de bocinas reproducían oraciones y cánticos religiosos. A los costados descubrí varias figuras e imágenes alusivas a varios santos de la Iglesia Católica, a Jesús Malverde y a la Santísima Muerte.
Tomé asiento por unos minutos y me dediqué a observar lo que sucede a mi alrededor, noté que me encontraba en una casa que fue acondicionada como recinto religioso.
En una especie de patio contiguo más fieles iban y venían. Movido por la curiosidad caminé hasta esa zona y me topé con una gran figura de la Santa Muerte colocada en un altar. De nuevo descubrí los elementos que vi en el altar de Alfarería, como manzanas, cigarros y muchas flores. Una vez más esa figura me hipnotizó por varios segundos y de nuevo apareció esa sensación de extraña intranquilidad. Quizá aún no me acostumbraba a ver una figura cadavérica ataviada como Santa.
Otro elemento que llamó mi atención fue una campana; aquellos que se acercan a la figura, rezan un rato y la hacen sonar antes de retirarse.
Fue precisamente en este santuario en el que David Romo Guillen ofrecía misas hasta antes de su detención en el 2011. Es precisamente ese elemento el que le da un toque sombrío a ese sitio donde que se respira la nostalgia por aquellos tiempos en los que el santuario vivía días de gloria. Dicen los asiduos que este templo improvisado tenía una mayor afluencia de feligreses cuando su antiguo arzobispo estaba al frente del culto.
Salgo de la oscuridad del santuario y me recibe la luz del Sol. Me pierdo entre las calles del barrio y veinte minutos después atravieso las calles del Centro Histórico. A pesar de la poca distancia recorrida la atmósfera ha cambiado, no es mejor ni peor, solamente más ligera, como si viniera llegando de otro mundo.
9. La carta
Fue hasta que cayó la noche cuando recordé la hoja enrollada que me dieron junto a una paleta en la calle de Alfarería. La desenrollé y me encontré con una fotocopia que decía:
Al final no me pasó nada en mi visita al barrio de Tepito y tampoco en los altares de la Santa Muerte. Si bien este culto está muy estigmatizado y a menudo se le hacia a delincuentes y narcotraficantes, debo ser justo y decir que al menos yo no vi nada turbio, al contrario, a pesar de ser un extraño fui tratado con cordialidad y respeto. Por eso es bueno aventurarse en los secretos de nuestra ciudad, para descubrir las historias ocultas que viven en sus calles, y de paso, derribar mitos.
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Por Gabriel Revelo
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