De entre sus muchos encantos, un pueblo hidalguense tiene uno de los cementerios más particulares de México, en donde se dice, reposan los restos del payaso inglés Richard Bell.
1. Un pueblo minero
Maghtosi, así era conocía en la época prehispánica la zona montañosa de lo que ahora es el estado de Hidalgo. Esta palabra provenía de los términos Ma y Ghotsi, que en otomi significan “altura” y “paso”. Para quienes se dirigían a Tenochitlan, esta región era la más alta que debían recorrer.
De acuerdo a lo descrito por Juan José Quiroga, tras la conquista española, este sitio fue nombrado Antiguo San Phelipe, poco después se le comenzó a conocer como Mineral del Monte, y posteriormente como Real del Monte, pues existía la costumbre de llamarle “Real” a los centros mineros que se encontraban bajo el dominio de la corona española.
No se conoce la fecha exacta de la fundación de Real del Monte, pero existen registros que datan de 1552, en los que Alonso Pérez de Zamora registró unas minas en esos terrenos.
La actividad minera en este Real fue incrementándose gracias a un sistema de beneficio de patio impulsado en Pachuca por Bartolomé de Medina en 1555. Esto atrajo a una gran cantidad de mineros comerciantes y artesanos tanto españoles como extranjeros y criollos.
Esta industria perduró por un par de siglos, hasta que con la Independencia de México las minas fueron abandonadas.
Para reactivar las minas se impulsaron medidas de inversión y así atraer capitales extranjeros. Uno de los países en los que se pensó fue en Inglaterra. En 1823, José María Romero de Terreros, conde de Regla, le pidió a José Rodrigo Castelazo que escribiera una propuesta de inversión y la mandara a Londres en busca de accionistas.
Así, varios inversionistas ingleses se establecieron en este distrito minero y reactivaron las minas. Varios migrantes de dicha nación también fueron llegando para trabajar en esta industria renovada.
Con el tiempo, la comunidad inglesa fue arraigándose en Real del Monte dejando varios legados, uno de ellos es el Panteón Inglés, un cementerio emblemático en el que se enterraban a los ciudadanos británicos y su descendencia, y donde todas las tumbas están orientadas hacia Inglaterra, menos una, la del payaso Richard Bell.
2. Richard Bell llega a México
En 1858, en Deptford, Inglaterra, nació Richard Bell, hijo de James Bell y Emily Guest, de orígenes escoses e irlandés, respectivamente. Al nacer en una familia con tradición artística, tanto Richard como sus hermanos se dedicaron a la vida circense desde temprana edad.
A los tres años, Richard Bell debutó en un circo de Lyon, Francia. En 1866, los hermanos Bell ya eran acróbatas ecuestres en el circo Chiarini con el que se presentaron en las principales ciudades de Europa; tras su presentación en San Petersburgo, viajaron a Nueva York.
Tres años después, ahora con el circo Chinelli, Bell llegó por primera vez a México, en donde vivieron varias aventuras. Una de las más peculiares cuenta que los hermanos se vieron envueltos en un malentendido por el que fueron perseguidos por varios soldados quienes les quitaron sus caballos. Aterrados, los jóvenes ingleses decidieron entregarse. Al relatarle su origen y profesión a uno de los oficiales, éste les devolvió sus caballos y tras aconsejarles que regresaran a Inglaterra los dejó ir. Este capitán que se encontraría años después con Richard Bell y entablaría una amistad con él, era nada más ni nada menos que Porfirio Díaz.
3. El encanto de Real del Monte
Falta poco para llegar, y el paisaje árido no da el menor indicio de que en medio de esa tolvanera y cerros pelones, pueda existir un Pueblo Mágico. Es hasta llegar al Corredor Turístico de la Montaña, a unos 15 minutos de Pachuca, cuando el panorama cambia radicalmente. Montañas llenas de árboles, paisajes impresionantes y un letrero que anuncia la salida al poblado de Real del Monte.
Con sus 2,660 metros sobre el nivel del mar, Real del Monte es considerada una de las regiones habitadas más altas del país. Esta misma altura propicia que llueva frecuentemente y esté nublado, además de que el frío se acrecienta en invierno, época en la que a veces nieva.
Este municipio tiene una superficie de 77.10 kilómetros cuadrados. Al norte colinda con Mineral del Chico, al sur y poniente con Pachuca, y al oriente con Omitlán de Juárez.
Con el transcurso de los viajes he aprendido que no importa cuánto se lea o vean fotos de un Pueblo Mágico, a estos destinos hay que vivirlos en carne propia. Observarlos, olerlos, caminarlos. Por eso, en cuanto uno toma la desviación a Real del Monte y momentos después comienza a ver las primeras viviendas, sabe que aquel lugar es único. Paisajes montañosos, subidas y bajadas en calles empedradas, románticos callejones y miradores por todos lados. Real del Monte puede ser definido como un laberinto en el que da gusto perderse. Nunca he estado en Praga, pero dicen que sus tejados rojos realzan la belleza de aquella ciudad, algo similar ocurre en esta entidad hidalguense, cuyos techos de lamina del mismo tono visten de armonía el entorno.
Lo primero es llegar al centro. Nada complicado, pues basta con visualizar las torres de la iglesia principal y subir por sus calles hasta llegar a la plaza principal. Después, dejar el auto en cualquier estacionamiento de la zona y luego, simplemente disfrutar. Tras recibir de golpe, y posteriormente acostumbrarse al aire frío, que a esa altura sopla sin piedad, de poco vale haber traído algún plan preestablecido.
Real del Monte sustenta con orgullo su pasado minero, y lo presume en cada una de sus minas y estatuas erigidas a este noble oficio. La primera parada obligatoria es la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, de estilo barroco y piso de madera, que envuelve de misticismo cada paso dentro de este templo. Después las pequeñas plazuelas que vuelven a Real del Monte tan especial. En lugar de tener un centro convencional, con una plaza más o menos amplia y bien definida, Real del Monte rompe el esquema tradicional y nos brinda pequeños pero abundantes plazuelas en las que se podrían pasar horas enteras. Las construcciones coloridas y en perfecto estado, simplemente enmarcan el cielo azul, dando como resultado un poema visual que créanme, es sublime, perfecto.
Estuve unas tres horas recorriendo cuanto rincón encontraba. Caminos en ascenso, escaleras con direcciones confusas, paisajes extraordinarios que aparecen de pronto, admirando los pequeños detalles en las paredes de piedra y en los marcos de las puertas. Todo limpio y pulcro, incluso el silencio. Con Real del Monte, el mote de Pueblo Mágico se queda corto. Dan ganas de mimetizarse, de volverse una piedra más de esta obra de arte que no obstante su quietud, desborda vida.
Comí en un restaurante de la zona centro de Real del Monte, teniendo frente a mí una de las tantas perspectivas panorámicas que la distribución de sus casonas, y lo irregular del terreno permiten. Comida típica, antojitos mexicanos, conejo, escamoles y ni que decir de los tradicionales pastes, infaltables en cualquier visita al estado hidalguense; todo delicioso, como si el empeño de Real del Monte fuera cautivar a toda costa cada uno de nuestros sentidos.
Justo cuando pensaba que Real del Monte me había dado más de lo esperado, fui sorprendido una vez más por uno de sus panteones.
4. El payaso que hizo reír al presidente
Durante años, el payaso Richard Bell recorrió el mundo. En 1879 se casó con Francisca Peyres, una mujer española a quien Bell conoció en Santiago de Chile, y con quien tuvo 22 hijos, aunque sólo le sobrevivieron 13.
A pesar de su fama, Bell siempre volvía a México, país hacia el que sentía un gran afecto. En 1883 visitó la capital de nuestro país como parte del Gran Circo Orrín, con el que tuvo gran éxito durante la Pax Porfiriana, que no fue otra cosa que el periodo en el que Porfirio Díaz mantuvo la paz en México, a fin de atraer capital extranjero al país.
Tras conquistar la Ciudad de México, el Circo Orrín conquistó al resto de la República Mexicana. Un reportero de la época, llegó a definir a este circo como toda una tradición:
“El circo de Orrín no es un negocio, es una institución pública. Es una costumbre tan arraigada como la Semana Santa y las posadas. Es la médula de la alegre tradición del pueblo mexicano, lo mismo en Chihuahua que en Guadalajara o México”.
A pesar de la calidad del espectáculo, el corazón medular del circo giraba alrededor del payaso Bell, quien recibía las más grandes ovaciones, eso explica porque en esos años se decía que sin Bell, el Circo Orrin era como Hamlet sin el príncipe de Dinamarca.
Bell era tan talentoso, que fue el único que consiguió arrancarle sonoras carcajadas a Porfirio Díaz, a pesar de que el mandatario tenía fama de ser un hombre serio al que jamás se le veía ni siquiera sonreír. Por esta razón y la amistad que sostuvieron por años, el primer mandatario lo nombró ‘Payaso Internacional’.
Guadalajara, León, Saltillo, Aguascalientes, Guanajuato, Torreón, Gómez Palacio, Zacatecas, Piedras Negras, Chihuahua, Pachuca, Durango, Colima, Mazatlán, Monterrey, Laredo, Monclova, Oaxaca, Puebla, Orizaba, Veracruz o Mérida, eran tan sólo algunos de los muchos puntos que Bell visitaba con el circo, haciendo que su nombre se grabara en la memoria de los mexicanos y se volviera una figura muy querida.
Este cariño aumentó cuando se supo que mientras él hacía reír a varios niños durante una función en Guadalajara, una de sus hijas recién nacidas agonizaba. La pequeña Gladys lamentablemente murió, pero el profesionalismo de su padre le ganó la admiración de la sociedad.
Cuando en uno de sus viajes Richard Bell conoció el Panteón Inglés de Real del Monte, pidió que al morir fuera enterrado en ese camposanto dedicado a los ciudadanos británicos, pero ubicado en suelo mexicano.
En la última década del siglo XIX, Bell y su numerosa familia se establecieron en la Ciudad de México. Cuando no estaba de gira, era común ver a Bell por el rumbo de la Alameda Central, en la Iglesia de San Lorenzo, donde se celebraba una misa en inglés los domingos a las 11 de la mañana.
Varias veces Bell fue visitado en su hogar por importantes personalidades, incluso por Porfirio Díaz y su esposa. Se sabe que cuando un reportero cuestionó al presidente el por qué no dejaba votar libremente al pueblo, su respuesta fue “¡Porque votarían por Ricardo Bell para presidente!”.
5. El Panteón Inglés
En una de las orillas de Real del Monte, en una elevación junto al Cerro del Judío, subiendo por un estrecho camino que por momentos parece no conducir a ningún lado, se encuentra el Panteón Inglés. Había escuchado que sencillamente era un lugar imperdible y así es. En algún punto del trayecto es necesario dejar el auto en una orilla y ascender unos metros más a pie por una calzada solitaria. Entonces, ante nuestros ojos aparece un arco de piedra a modo de fachada, en cuyas rejas puede leerse la leyenda Blessed are the dead who die in the Lord (Benditos son quienes mueren en el Señor).
Atravesar este portón significa entrar a una atmosfera densa pero atrayente; un escenario perturbador pero con cierta belleza. Esa tarde, por ejemplo, el sol se ocultaba a lo lejos, bañando las cientos de tumbas y lápidas de piedra.
Este panteón fue construido en 1851, en un terreno donado por Thomas Straffon, quien fue uno de los primeros británicos que llegó con las compañías mineras que se establecieron en el estado. Este cementerio fue dispuesto para que ahí fueran enterrados los ingleses y sus descendientes que eligieron Real del Monte para rehacer su vida.
Este sitio tiene más de 700 tumbas, algunas son lujosas, y otras, apenas unas rocas apiladas, que dan cuenta del estrato social del que procedía el difunto. Es justamente esta variedad uno de los encantos del panteón inglés, en donde aún se pueden sepultar a los difuntos de origen británico o que estén casados con algún inglés.
A la entrada del cementerio hay una plataforma masónica. Esto es porque algunos de los ingleses que estaban enterrados eran masones. Cuando alguno de ellos moría, las puertas se cerraban para dejar que se realizaran los rituales de esta logia en completa privacidad. El resto de los difuntos ahí enterrados pertenecían a la religión protestante.
Caminar en este panteón tan diferente a los que hay en México es sentir el frío gélido que sopla en esas alturas y ver a los inmensos árboles moverse al compás del viento; escuchar el escandaloso rumor de la nada, es sentirse observado mientras uno ve inscritos en la tumba nombres y apellidos extranjeros acompañadas por fechas de muerte del siglo antepasado.
A pesar de lo que se dice, no todas las tumbas pertenecen a ciudadanos o descendientes británicos, pues se sabe que también están los restos de algunos escoceses, irlandeses, chinos, algunos alemanes y una enfermera holandesa.
Comprobé que lo que se dice es cierto, en aquel pequeño pero escabroso terreno todas las tumbas están orientadas hacia la dirección en la que se supone se encuentra Inglaterra.
Tras casi media hora de curiosear entre las lápidas elaboradas de mampostería fina, finalmente encontré la tumba que esa tarde me había llevado hasta el Panteón inglés: la tumba alineada hacia otra dirección y que se dice, perteneció a Richard Bell, aquel payaso inglés que tras fracasar en su país natal vino a México y encontró la fama que su tierra le negó. Bell pidió ser enterrado en el Panteón Inglés, junto a sus compatriotas, pero como agradecimiento a todo lo que nuestro país le dio y como reclamo a su tierra de origen, estipuló que su tumba no le diera la espalda a México. De acuerdo a los cuidadores del panteón, este gesto de Bell fue su última payasada.
Además de ésta, hay otras leyendas en este panteón, como la de un judío que era capataz de una de las minas y trataba muy mal a sus empleados, y que al morir nadie quería hacerse cargo de su cuerpo. También está la historia de Hele Jori, la hija de un inglés al que su padre le prohibió casarse con su novio mexicano, por lo que este romance acabó trágicamente, al estilo Romeo y Julieta.
Estar una hora ahí me costó salir melancólico pero emocionado. No podía creer que un lugar así fuera real, menos que hasta ahí, según me contaron, de vez en cuando llegaban visitantes provenientes del Reino Unido en busca de sus antepasados. Me despedí de la tumba de Bell y de aquel panteón encantado. Subí al auto, kilómetros abajo Real del Monte y sus techos rojos se despedían junto con la tarde.
En menos de dos horas llegué a la Ciudad de México, convencido de haber estado en un autentico Pueblo Mágico.
6. El misterio de la última morada de Richard Bell
Existe otra versión sobre el paradero del cuerpo de Richard Bell, esta apunta a que este payaso no se encuentra en Real del Monte sino en Nueva York.
Hacia 1909, México comenzó a presentar revueltas violentas en distintos lugares de su territorio y el ambiente comenzó a tornarse hostil. De acuerdo a las crónicas oficiales, Bell notó que el ánimo del público nacional también cambiaba. Ante el gris panorama y los consejos de sus amigos, Bell abandonó nuestro país para mantener segura a su familia y se mudó a Nueva York.
A pesar de la distancia, cuando estalló la Revolución Mexicana Richard Bell se deprimió ante la situación en la que se encontraba su segunda patria. Un par de años después Bell se expuso a una ventisca y enfermó de gravedad. El 12 de marzo de 1911, el querido payaso murió a la edad de 53 años y fue enterrado en Nueva York.
La noticia provocó gran tristeza entre los mexicanos, incluso, el 12 de marzo de 1961 un diario capitalino publicó una carta que un niño le escribió a Bell en la que decía:
“A Ricardo Bell en el cielo… ¡Si hubieras muerto aquí y no en Estados Unidos!, nosotros los niños hubiéramos podido cuidarte y cubrir tu tumba con flores de Xochimilco, gardenias de Córdoba, violetas de Tlalpan y rosas de Ixtacalco (sic)…”
Dicen que la tumba de Richard Bell en el Panteón Inglés en realidad la ocupa un homónimo inglés del celebre payaso, tema que aún permanece en discusión. Lo cierto es que la relación de este artista circense con México es muy profunda y perdura a pesar del paso del tiempo.
Por lo pronto, en la tumba del Panteón Inglés la gente continúa dejando flores de vez en cuando en la tumba de Richard Bell.
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Real del monte se encuentra en el Corredor Turístico de la Montaña, del estado de Hidalgo. La mejor forma de llegar es hacerlo desde Pachuca.
El Panteón Inglés se encuentra a unas 20 cuadras del centro de Real del Monte, en dirección al valle de Peñas Cargadas. Puede llegarse en camión, manejando o incluso caminando.
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Por Gabriel Revelo
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