Para descubrir los interminables secretos que posee la Ciudad de México no sólo hay que caminar sus calles, también hay que mantener la vista en las alturas, donde esta metrópoli también nos da sorpresas inimaginables.

1. Los legendarios árboles africanos

Uno de los árboles más singulares y bellos del mundo sin duda alguna son los baobabs, esto gracias a sus extrañas formas y a sus gruesos troncos que contrastan con sus pequeñas hojas, y que les dan una imagen como de otro mundo.

Los troncos de los baobabs pueden superar los 20 metros de diámetro, su altura va de los 5 hasta los 30 metros de altura, y sus hojas y frutos sólo aparecen en época de lluvias. En su interior, algunos de estos ejemplares pueden almacenar de 6 mil hasta 100 mil litros de agua. Aunque viven entre 800 y 1000 años, hay ejemplares que han alcanzado los 4 mil años.

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Hay 8 especies de baobabs, seis de ellas nativas de la isla africana de Madagascar, otra en África continental y, una más, la Adansonia gregorii, que es de menor tamaño y que se encuentra en Australia. También se les conoce como “árbol farmacia” o “árbol botella” y pertenecen a la familia de las Bombacaceae.

Los baobab dan frutos aovados que oscilan entre 10 y 45 cm, que en el interior tienen una pulpa deshidratada y polvorienta, que al mezclarse con agua produce lo que en varias poblaciones africanas se conoce como leche de boabab, buoy o gubdi, y que se utiliza como alimento infantil porque tiene más calcio, hierro y proteínas que la leche humana, además de ser rica en provitamina A y vitamina C.

Suelen ser resistentes a los vientos y la sequía, crecen en climas cálidos, en suelos arenosos y calcáreos. Estos árboles fueron llevados fuera del continente africano cuando los viajeros y navegantes, portugueses y árabes los llevaron a distintas partes del mundo.

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Estos árboles son protagonistas de un sinfín de historias y leyendas, por ejemplo, en la cultura popular africana se afirma que este tipo de árboles eran los más fértiles y bellos de todos, pero esto infló tanto su ego, que los dioses decidieron castigarlos. Por eso los baobabs parecen estar invertidos, de tal forma que sus ramas parecen más una raíz.

Otra historia dice que durante los primeros días del mundo, los dioses se dieron a la tarea de repartirle a distintos animales varias semillas para que las plantaran, el último animal que las recibió fue la hiena que, enojada por haber sido la última especie en recibir una semilla, y también por su torpeza, la plantó al revés. Esa semilla era de un baobab, y por eso estos árboles parecen plantados al revés.

2. Los baobabs del Principito

Además de su rara belleza, los baobabs adquirieron fama mundial por la mención que se hace de ellos en El Principito, libro infantil escrito por Antoine de Saint-Exupéry.

En esta obra literaria, el Principito le cuenta al aviador que el pequeño asteroide del que proviene está atiborrado de semillas de baobabs, por lo que tenía que estar muy atento para arrancarlos cuando estos brotaban, pues si los dejaba crecer podrían alcanzar tal tamaño que harían explotar su planeta.

“Cada día aprendía algo nuevo sobre el planeta del principito; sobre su partida, sobre el viaje. Lo iba sabiendo poco a poco, por deducción. Y fue así como al tercer día conocí el drama de los baobabs. Supe de esto gracias al cordero, ya que el principito, asaltado por una grave duda, me preguntó de repente:

– ¿Es verdad que los corderos se comen los arbustos ?

– Si, es cierto.

– ¡Ah! ¡Qué contento estoy!

Yo no comprendí que importancia tenía para él que los corderos comieran arbustos. Pero añadió:

– Entonces, ¿también se comen los baobabs ?

Le hice notar al principito que los baobabs no son arbustos, sino árboles gigantescos del tamaño de las iglesias y que ni una manada de elefantes podría terminar con un solo baobab.

La idea de la manada de elefantes le hizo mucha gracia:

– Habría que ponerlos unos encima de otros… Y añadió, sensatamente:

– Pero los baobabs, antes de hacerse grandes, comienzan por ser pequeñitos.

– ¡Claro! Pero, ¿por qué quieres que tus corderos se coman a los baobabs pequeños?

Y me respondió “Está bien claro” como muestra inequívoca de que su deseo era por motivos evidentes. Me costó un gran esfuerzo comprender cuál era el problema.

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Lo que sucedía, pues, era que en el planeta del principito había, como en todos los planetas, buenas y malas hierbas, y, en consecuencia, de buenas semillas buenas hierbas y de malas semillas, hierbas dañinas. Ahora bien: las semillas no se ven; duermen en el interior de la tierra hasta que a una de ellas se le ocurre despertar y entonces se estira y se asoma tímidamente al sol, mediante una preciosa ramita de rábano o de rosal, se le puede dejar crecer a su antojo, más si se trata de una rama dañina, hay que arrancarla en cuanto se le reconoce. En el planeta del Principito existían semillas terribles… y estas eran las de los baobabs, los cuales tenían infestado el suelo del planeta. Y si se dejaba crecer un baobab, resulta demasiado difícil desarraigarlo y termina por adueñarse del espacio, perforando las entrañas de las tierra con sus raíces. Si el planeta es demasiado pequeño y los baobabs numerosos, lo hacen estallar”.***

Cuál sería mi sorpresa al saber que, así como en El Principito hay baobabs en un pequeño planeta, así otro baobab crece en espacio reducido e irreal en la Ciudad de México.

3. El baobab que vive en un edificio

La mayoría de los capitalinos se ha cruzado con él varias veces y ha llegado a verlo como algo normal. Yo mismo recuerdo haberme maravillado las primeras veces que con extrañeza vi un árbol sobresaliendo de un edificio sobre Periférico. Después seguí pasando por ahí y asumí aquella rareza como un elemento escenográfico más del Distrito Federal.

Supongo que en general eso nos pasa a todos con esta ciudad surrealista: aquí pasan cosas tan sui generis y contamos con tantos sitios tan inverosímiles, que terminamos viendo como normal lo fantástico. Es hasta que algún amigo de provincia o el extranjero pasa por aquel edificio, cuando me doy cuenta de lo excepcional que resulta aquel árbol que vigila una de las vías más importantes de la ciudad.

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En algún momento tuve la idea de hacer una nota sobre los árboles más enigmáticos de esta ciudad, de hecho el Vagando con Sopitas.com sobre el Árbol de la Noche Triste surgió de esa inquietud. Entonces fue cuando recordé ese árbol que sobresale en un edificio por la zona de Polanco.

Gracias a varias notas periodísticas supe que aquel árbol es un baobab libanés de apenas 20 años de edad, que desde hace años seduce a los automovilistas y transeúntes que pasan por ahí.

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La edificación en la que se encuentra este baobab es conocida como La Torre del Árbol, consta de 18 niveles y se encuentra en el número 184 de bulevar Manuel Ávila Camacho. Antes de la llegada del baobab, este edificio ya era un ícono de la zona en la década de los noventa, pero con el tiempo la construcción de otras edificaciones hicieron que se volviera uno más de los muchos edificios que brotaban en el rumbo.

Para diferenciarlo del resto, el arquitecto Víctor Lama decidió colocar un árbol en el noveno piso del edifico. Para poder mantenerlo vivo, fue transplantado a una maceta de dos metros de diámetro, y que en su interior contiene más de una tonelada de tierra. Cuando el baobab necesita hidratarse, el macetón cuenta con un mecanismo traído de Europa, que por medio de una fotocelda acciona un sistema de riego.

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Si en El Principito los baobab requerían atención pues por su tamaño podrían destruir su planeta, con el ejemplar de este edificio pasa algo similar, ya que cuenta con un cuidador especial que está al pendiente de la tierra en la que se encuentra el árbol, y cuida que las raíces no crezcan ni se extiendan demasiado y afecten parte de la estructura del edificio.

A pesar de su corta edad, las ramas de este árbol ya rebasan el piso 13 y suelen dar flores amarillas. Hay quienes sostienen que el árbol no es un baobab, lo cierto es que llegar hasta él para comprobarlo no es tan fácil, ya que no se encuentra en un área común del edificio, sino en un área de descanso que forma parte de unas oficinas privadas. Aún así, si este árbol no fuera un baobab, la referencia a El Principito sigue siendo inevitable.

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Tenía meses que no pasaba por el baobab para comprobar si seguía ahí. Había quienes me dijeron que lo habían quitado porque el árbol estaba muy enfermo. Hace unos días pasé por ahí y volví a verlo; no pude evitar sonreír y verlo ahora sí, con los ojos de quién ve algo bello y fuera de lo común. A pesar de que el segundo piso del Periférico impide apreciarlo de lejos, basta acercarse un poco para disfrutar de esta referencia chilanga de la novela de A. de Saint-Exupéry.

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Por Gabriel Revelo

Si tienes algún sitio interesante y poco conocido de la Ciudad de México que quieras compartir, no dejes de mandar un mail a: gabriel@sopitas.com.

* Vía El Universal
** Fotos Foursquare, El Universal, Flickr
*** Fragmento tomado de: El Principito, Antoine de Saint-Exupéry, versión de Luciana Possamay, Editoriales Mexicanos Unidos, 4ª edición, p. 27-28.

 

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