Por años había escuchado todo tipo de historias sobre La Ópera, uno de los bares más antiguos y legendarios de la Ciudad de México. Finalmente lo visité y comprobé si todo lo que se dice sobre este lugar es cierto.

1. Una pastelería francesa en el corazón de la ciudad

Corría el año de 1876 cuando las hermanas Boulangeot, de origen francés, abrieron una pequeña cafetería enfocada a satisfacer con sus pasteles a la alta sociedad mexicana de aquel entonces. Este local se encontraba en la esquina de las calles San Juan de Letrán y Avenida Juárez (sí, donde hoy se encuentra la también emblemática Torre Latinoamericana).

Su decoración buscaba emular a las confiterías y cafeterías parisinas de aquella época. Como los mexicanos del siglo XIX estaban enamorados de todo lo francés, aquel negocio fue un éxito.

Fue nombrado “La Ópera”, ya que muchos de sus clientes lo visitaban después de asistir a las funciones de ópera que por las tardes se brindaban en el Teatro Nacional.

2. Ganas de tomar un ron, un martes por la tarde

Algo tienen las tardes lluviosas que nos ponen melancólicos, máxime cuando se tiene el corazón acongojado y la necesidad de liberarnos de esa sensación de soledad y abandono tan característica de los fracasos amorosos.

En dicho estado se encontraba el autor de este texto aquel martes por la tarde, recorriendo sin dirección especifica las calles del primer cuadro de la Ciudad de México, y visitando, por puro masoquismo, aquellos sitios donde había florecido la historia que esa tarde quería enterrar.

La calle Madero puede ser la más hostil cuando se camina a cuestas con la nostalgia, bajo una niebla timorata y un chipi chipi que no deja de caer. Poco antes de llegar a Eje Central las memorias moribundas que volvían a mí durante aquel recorrido seguían lacerándome.

Cuando sentí que el alma ya no me daba para más, huí como un cobarde por un corredor que me llevó a 5 de Mayo, una calle mucho más tranquila, sin tanta afluencia de personas o recuerdos inoportunos. Entonces, en la acera de enfrente, apareció ese restaurante-bar con aires de cantina del que tanto había oído hablar y al que durante años quise entrar. No lo pensé dos veces, quizá en La Ópera encontraría una forma de expulsar el desamor que gangrenaba mi cuerpo.

3. Una cantina de época

El gusto por la arquitectura francesa de los mexicanos citadinos del siglo XIX, en gran parte se debió a la modernización que la capital tuvo durante el gobierno de Porfirio Díaz, quien le brindó un toque afrancesado a las nuevas edificaciones de la ciudad.

Cuando este movimiento estaba en auge, La Ópera se mudo de su dirección original y se estableció unos metros adelante, en el cruce que forman las calles 5 de Mayo y Filomeno Mata. El giro del negocio también cambió cuando se convirtió en una cantina que era frecuentada por la sociedad de clase alta y figuras de la política nacional, donde destacaba el propio Porfirio Díaz y su esposa, quienes cayeron seducidos por la decoración Art Nouveau del interior.

Entre los atractivos de esta cantina están sus techos barrocos con lunas biseladas, sus muebles de madera revestidos con terciopelo rojo y los oleos de importantes pintores, plasmados en los gabinetes de madera de nogal.

Sin embargo, el elemento que más destaca era su contrabarra, traída de Nueva Orleans.

Por años, esta cantina fue uno de los centros neurálgicos de la cultura y la clase política capitalina, hasta que llegó la Revolución y los tiempos de paz y relativa calma se vieron convulsionados…

4. El balazo en el techo

No puedes visitar la Ciudad de México y no conocer La Ópera, dicen varios asiduos a este recinto que hoy es un restaurante-bar. Por eso, aquella tarde melancólica deduje que era cosa del destino haberme encontrado con ese local.

Al entrar a La Ópera, todo cambia. Es como si uno viajara en el tiempo 100 años atrás y se encontrara de pronto con ese México afrancesado del que hoy quedan algunos vestigios. Segundo a segundo, mi vista iba acoplándose a ese sitio elegante y añejo que parece formar parte de otra época.

Eran casi las siete de la tarde y el bar se encontraba en un estado de ensoñación. Como sólo había unos cuantos clientes, no fue difícil encontrar una mesa en la cual sentarme y observar con más calma la arquitectura y los detalles que me rodeaban. Ahí estaban sus techos dorados con terminados europeos de los que tanto había escuchado, sus muebles legendarios y la mítica barra que, dicen, es única en el mundo.

Un mesero ataviado de forma elegante se acercó con la carta de las bebidas. Me decidí por un Bacardí, el cual no sólo suavizó mi garganta, sino que también le dio calma a mis agitados sentimientos. En pocos lugares las víctimas del desamor encuentran consuelo y logran sanar sus heridas como en una cantina.

Fue entonces que me dediqué a buscar el que es uno de los más grandes atractivos de La Ópera: el balazo de Pancho Villa.

En los años de la Revolución Mexicana esta cantina comenzó a ser frecuentada por otro tipo de clientes. Ya no la visitaban personajes de alta alcurnia, sino integrantes de las clases sociales más humildes, así como simpatizantes de Villa y Zapata. Cuenta la leyenda que el agujero que se encuentra en el techo fue provocado por un disparo del general Francisco Villa, quien en una de sus visitas a esta cantina echó un tiro, cuyo motivo es todavía un misterio.

Ahora, ese pedazo de historia estaba ante mis ojos. No era el único impactado por el rastro de ese balazo, continuamente varios clientes de La Ópera (muchos de ellos turistas extranjeros) se acercaban para observar mejor y fotografiar los vestigios que dejó el arma de Villa.

5. La Ópera a lo largo de los años

Al consumarse la Revolución, las cosas regresaro poco a poco a la calma. Eso se reflejó en La Ópera, que nuevamente volvió a ser frecuentada por personalidades de la cultura, la política, la sociedad y las artes: la mayoría de los presidentes de México, Octavio Paz, Carlos Monsiváis, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Diego Fernández de Cevallos y Jacobo Zabludovsky, entre otros, pasaron por ahí.

Por su bella arquitectura, La Ópera también ha sido empleada para la filmación de películas como Remington, Los de Abajo y Original Sin. También se ha usado como escenario para documentales, anuncios y eventos de distintas índoles.

Hoy en día, La Ópera sigue siendo un negocio muy concurrido que goza de cierto prestigio. Su belleza e historia son uno de los principales alicientes para que los turistas acudan a conocerlo.

6. Curando penas

Después de mi primer trago opté por pedir unos caracoles en salsa de chipotle, pues como dijo el mesero “es el platillo más elogiado por los clientes”. No se equivocaba, son una autentica delicia.

Entonces ,un trío irrumpió y comenzó a tocar boleros.

Yo, que fui del amor ave de paso, yo que fui mariposa de mil flores,
hoy siento la nostalgia de tus brazos,
de aquello tus ojazos, de aquellos tus amores.

Pedí otro Bacardí y me dejé llevar por la letra de aquella canción que junto al excelso sabor del ron, iba librándome de toda pena amorosa.

Hay ausencias que triunfan y la nuestra triunfó,
amémonos ahora con la paz que en otro tiempo nos faltó.
Y cuando yo me muera, ni luz ni llanto ni luto ni nada más:
ahí, junto a mi cruz, yo solo quiero paz.

Con trago en mano, decidí sacudirme de todo dolor y dar un pequeño recorrido por el local. Así me encontré con un salón más pequeño, que según averigüé era el destinado para las mujeres, pues hace un siglo no se les tenía permitido el acceso al salón principal. La división entre ambos espacios estaba determinado por un biombo que aún se conserva.

Los boleros no cesaban y poco a poco iba llegando más gente. Unos turistas estadounidenses tomaban decenas de fotos, una pareja de españoles comentaban emocionados cada uno de los espacios de aquel bar. Pasé un par de horas más en ese refugio, donde me sentía extrañamente bien. Ahí, entre historia, nostalgias románticas y ron, sanó mi corazón.

7. El regreso a La Ópera

Días después seguía prendado de lo que había vivido en La Ópera, por lo que quise regresar en fin de semana. En domingo y a la hora de la comida, este restaurante luce lleno y posee un ambiente más familiar y festivo: lo mismo hay personas de edad, que matrimonios jóvenes o grupos de amigos. Me senté en la barra y nuevamente pedí un Bacardí.

Nuevamente vi el hoyo que dejó una bala disparada por Villa, y recordé que todavía hoy se debate si ese tiro realmente fue obra del famoso general o de un borracho desconocido y valentonado. Varios historiadores dicen que Villa no tomaba alcohol y que no frecuentaba cantinas. Aún así, esta duda es parte del misticismo de la Ópera.

Nuevamente apareció el trío y a petición de un comensal, tocó El Andariego. Le doy un sorbo a mi Bacardí y sonrió al escuchar este verso de la canción:

Sólo tú corazón, si recuerdas mi amor,
una lágrima llévame por ultima vez.
Y en silencio dirás una plegaria y, por Dios, olvídame después.

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El Bar La Ópera se encuentra en 5 de Mayo, número 10, Col. Alameda Central, Delegación Cuauhtémoc, en la Ciudad de México. Puedes llegar desde las estaciones de metro Allende o Bellas Artes. Su horario de servicio es de lunes a sábado de las 13 a las 00:00 horas, y los domingos de 13 a 18 horas. Te recomendamos reservar si quieres ir en fin de semana. Su teléfono es 5512 8959. El costo promedio por persona es de 250 pesos por persona si vas a comer.

Para más información visita su sitio web.

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Por @gabrielrevelo

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*** Imágenes Vía Chilango, The Guardian, TimeOut, Garuyo

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