Un águila parada sobre un nopal, devorando una serpiente. Todos ubicamos esa imagen como parte de nuestro escudo nacional, el cual surgió a partir de la fundación de Tenochtitlan, capital del Imperio Mexica, donde siglos más tarde se asentaría la Ciudad de México.
Aunque esta historia es ampliamente conocida, pocos saben qué pueden visitar el que al parecer, fue el sitio exacto donde fue vista esta escena icónica que hoy está arraigada en nuestro ADN.
La peregrinación que duró casi dos siglos
Aunque las fechas varían, el Códice Boturini menciona que a mediados del siglo XII el dios Huitzilopochtli le pidió a los habitantes del pueblo de Aztlán ir en busca de lejanas tierras para fundar un nuevo imperio. La ubicación de Aztlán sigue siendo un misterio, aunque se sabe que su nombre significa “lugar de las garzas”.
Este peregrinar comenzó alrededor del año 1150 y pasó por sitios como Atitalaquia, Tlamaco y Atotonilco de Tula, en lo que hoy es el estado de Hidalgo; Apazco, Zumpango, Ecatepec, Xaltocan y Tulpetlac, en el Estado de México; y Tecpayocan (Cerro del Chiquihuite), Pantitlan, Popotla, Atlacuihuayan (Tacubaya), Chapultepec, Tizaapan (Cerro de la Estrella) y Acolco/Colhuacan, en el Valle de México.
De cuando publicamos el primer “Vagando con Sopitas.com”
En julio del 2013, la inquietud por rescatar lugares o historias no tan conocidas de la Ciudad de México dio pie al nacimiento de la sección Vagando con Sopitas.com. La idea de este ejercicio era ser turistas en nuestra propia ciudad y encontrar aquellos sitios fascinantes que la hacen una ciudad como pocas: inmensa, contrastante, misteriosa y siempre cambiante.
La primera entrega de Vagando con Sopitas.com fue sobre La Capillita de Manzanares, una iglesia pequeñita (como de juguete) ubicada en el barrio de La Merced, uno de los templos eclesiásticos más peculiares de la Ciudad de México, el cual sigue en pie varios siglos después de su construcción. Para leer ese reportaje da clic aquí.
Para escribir este texto realizamos varias visitas que hicimos al barrio de la Merced. En una de ellas, de forma fortuita dimos con una pequeña plaza llena de vida en cuyo centro destacaba la pequeña escultura de un águila parada sobre un nopal, devorando una serpiente. Tras recorrerla con la mirada proseguí el camino de regreso a casa.
Horas después investigué un poco en la red y me sorprendí: Sin querer había dado con el sitio en donde se dice, siglos atrás Hutzilopochtli arrojó el corazón de un príncipe azteca.
El corazón de Copil
La peregrinación de los mexicas se prolongó hasta el siglo XIV. La leyenda cuenta que en el grupo iba Malinalxochitl (Flor de hierba), hermana de Hutzilopochtli, quien tenía la costumbre de comer corazones humanos. Esto tenía inquietos a los mexicas quienes le pidieron protección a Hutzilopochtli.
El dios decidió que el grupo prosiguiera solo su camino y abandonaran a Malinalxochitl cuando estuviera dormida. Lo anterior ocurrió en Malinalco. Fue en esa misma localidad donde Malinalxochitl tuvo un hijo a quien llamó Copil. Al crecer este príncipe fue considerado un gran mago y astrólogo, además poseía grandes facultades de adivinación.
Aún con el paso de los años Malinalxochitl siguió guardando un profundo rencor por la traición de su hermano, mismo que transmitió a su hijo, quien cuando tuvo oportunidad decidió cobrar venganza contra su tío. La batalla entre Copil y Hutzilopochtli pudo haber tenido lugar en el cerro del Tepetzinco (por el rumbo de Peñón de los Baños), o bien, en el cerro de Chapultepec.
Huitzilopochtli derrotó a Copili, le sacó el corazón y lo arrojó con al cielo. Fue tanta la fuerza con la que realizó el lanzamiento, que en el cielo el corazón parecía un cometa surcando el cielo. Tras lo anterior, Huitzilopochtli le dijo a los mexicas que buscaran el corazón de Copil, ahora transformado en un islote con un tunal, donde se encontraría un águila devorando una serpiente. Esa sería la señal donde deberían levantar una imponente ciudad.
Fue un 13 de marzo de 1325 cuando los mexicas se toparon con la imagen anunciada en los límites del Lago de Texcoco.
La calle del Niño Dios
Habían pasado tres años desde aquella vez que por error di con esa pintoresca plaza en cuyo centro se representa la imagen del águila devorando una serpiente. Durante mucho tiempo quise escribir una nota sobre ese lugar, pero por diversos motivos siempre lo dejaba para luego. Hace unas semanas decidí retomar este plan y volver a ese sitio.
Decidí llegar en metro a la Plaza de la Constitución y de ahí caminé hacia el oriente (como si fuera hacia el Barrio de La Merced) por la calle Corregidora. Conforme iba caminando el entorno fue sufriendo una curiosa transformación. Las calles se fueron llenando de más locales comerciales y había más actividad de diableros y vendedores. Los olores, la música y el ambiente transmutaron. Aunque la distancia sea corta, el Centro Histórico y La Merced ofrecen ecosistemas distintos pero no por eso menos entrañables.
Entonces giré hacia la derecha en la calle Alhóndiga que metros más adelante cambia su nombre por Talavera. Seguí caminando y entre República de Uruguay y General Anaya se me cruzaron varias estatuas que representaban a distintas figuras religiosas. Ese lugar es conocido como el Corredor Cultural Religioso Talavera y fue inaugurado por Marcelo Ebrard, entonces Jefe de Gobierno, el Día de la Candelaria del 2011.
Estas estatuas son cuidadas por los negocios de ese corredor que precisamente se especializan en la venta de Niños Dios. Algunas de ellas ya cuentan con distintivos sobre milagros que se les acreditan.
Pasa por este corredor es un indicativo de lo cerca que nos encontramos de la Plaza Juan José Baz.
Juan José Baz
Juan José Baz Palafox fue un político mexicano que gobernó el Distrito Federal de 1855 a 1856. Se caracterizó por sus ideas liberales y por formar parte activa de la destrucción del patrimonio arquitectónico de México que ordenó su amigo Benito Juárez. Incluso en la Semana Santa de 1856 Baz intentó destruir la Catedral Metropolitan, plan que finalmente no se concretó pues el pueblo se amotinó afuera de ese recinto religioso para impedirlo.
También fue militar y participó en la Guerra de Reforma, en la batalla de Salamanca, en el sitio de Puebla y en la Toma de la Ciudad de México que puso fin al reinado de Maximiliano en 1867. Falleció en 1887.
En honor a este personaje de la historia mexicana, el 20 de marzo se 1868 se le puso su nombre a una plazuela en el centro de La Merced, considerado el barrio más antiguo de la Ciudad de México. Anteriormente esta zona era conocida como Temazcaltitlán y fue una de las primeras zonas habitadas por los mexicas tenochcas entre los siglos XII y XIII.
Hay datos imprecisos sobre la instauración de la famosa fuente que se encuentra en medio de la plaza, y que van del siglo XV al XVIII. El águila fue añadida al paisaje tras la independencia de nuestro país. Con la llegada del siglo XX este espacio fue quedando en el olvido y fue ocupado por los comerciantes para estacionar sus camiones.
Fue hasta el 2009 cuando volvió a ser remodelada, devolviéndole el brillo que por décadas permaneció oculto.
Las greñudas
Lo primero que uno nota al aproximarse a la Plaza Juan José Baz es el Centro Cultural Casa Talavera (Talavera 20, Col. Centro), que es una casona construida por el Marqués de Aguayo en la época de la colonia. De estilo barroco virreinal, este recinto ha sido usado como fábrica curtidora de piel, fábrica de loza de Talavera, escuela, bodega y hasta como casa de recogimiento de mujeres casadas (sin albur).
Guarda varias leyendas, como la de La Greñuda. Según una de sus muchas versiones, esta casa estuvo habitada por un empresario acaudalado al que le preocupaba que su hija -en edad casadera- no consiguiera con quien comprometerse debido a que no era muy agraciada físicamente. Sumida en la tristeza esta joven pasaba el día viendo a la gente ir y venir desde su ventana. Una tarde accidentalmente dejó caer un pañuelo y un hombre agraciado lo recogió y se lo dio. Este gesto fue suficiente para que ella se enamorara y pensará que el caballero volvería por ella.
Obviamente eso nunca pasó y después de esperar varios días a que su amado fuera por ella, cayó en depresión, se encerró en un cuarto y no volvió a salir hasta que murió de inanición. Desde entonces y hasta ahora hay quienes aseguran que por las noches en los balcones de la planta alta se aparece una mujer que porta vestidos elegantes y joyas enormes, pero cuyo aspecto es desarreglado y su cabello luce despeinado. Desde el balcón este espectro intenta seducir a quienes pasan por la Calle Talavera. Si algún hombre cae en la trampa nunca se vuelve a saber de él.
Actualmente la Casa Talavera es un Centro Cultural administrado por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
La Plaza del Aguilita
Aunque su nombre oficial es Plaza Juan José Baz, todos la conocen como Plaza de la Aguilita. No podía ser de otro mudo pues desde que uno pone un pie en este espacio lo primero que divisa es la fuente del centro, aunque lo cierto es que el Águila devorando a la serpiente no es tan grande y uno tiene que acercarse si quiere apreciarla detenidamente.
Mi perspectiva, ahora que sabía la historia de aquel lugar, fue completamente diferente a la que viví tres años atrás. El saber que aquel lugar fue donde posiblemente surgió el símbolo que dio origen al escudo de nuestra bandera hace que adquiera un aura especial, incluso solemne.
La plaza también respira el ambiente citadino típico de la Ciudad de México. Y no, no me refiero a la modernidad que devora otras zonas de la metrópoli, sino a la esencia chilanga, esa que por años se ha rehusado a morir y que forma parte de la idiosincracia de sus ciudadanos. Estar aquí es como un viaje en el tiempo, es recordarnos nuestra tendencia a salir a trabajar por las mañanas y con ingenio ganarnos la vida, es la alegría a pesar de las carencias y el colorido que surge desde el gris del asfalto.
Y es que si algo hay en la Plaza del Aguilita es gente trabajando. Todo el espacio está rodeado de locales comerciales dedicados en su mayoría a los productos de papelería, aunque también hay tienditas y el legendario café Bagdad, que con sus casi 70 años de historia es uno de los más antiguos (si no es que el más) de la Ciudad de México. Vale la pena entrar y pedir algo, el café es exquisito y ahora también ofrecen comida corrida a precios muy accesibles.
Otro elemento característico de este lugar son los árboles cazahuates, que florecen en invierno y que se distinguen por sus flores blancas.
Con las remodelaciones más recientes fueron colocadas unas jardineras que también sirven como bancas para los visitantes, donde se encuentran plasmados todas las variantes de escudos nacionales que México ha tenido a lo largo de su historia.
Uno puede perderse varios minutos contemplando las distintas interpretaciones que se le han dado a la emblemática águila que sobre un nopal devora una serpiente.
Cierto, esta plaza podría estar mejor conservado y hay partes sucias, pero es un buen comienzo en la lucha por recuperar espacios públicos. Ojalá entre todos contribuyamos a darle más difusión, pues se trata de un lugar histórico al que no se le da la importancia que merece.
Niños corriendo, comerciantes que traen y llevan mercancía en moto, música guapachosa, ancianos descansando a la sombra, una mujer haciendo danzas prehispánicas, jóvenes enamorados paseando de la mano, curanderos haciendo limpias, los gritos de vendedores. Este lugar palpita mexicanidad, podría decirse que aquí está ubicado el corazón de nuestro país.
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Existen otras posibles ubicaciones o teorías acerca de dónde podría estar ubicado el islote donde el águila devoraba a la serpiente, sin embargo, el más documentado es el de la Plaza Juan José Baz, un sitio tan especial que vale visitar, disfrutar y valorar, cuna de uno de los símbolos patrios que nos distinguen a nivel mundial.
La Plaza del Aguilita se encuentra entre las calles Ramon Corona y Misioneros, en la Colonia Centro.
Por @gabrielrevelo
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