En algunas ocasiones, apegados a los preceptos comerciales y las fórmulas de éxito, el cine no le ha dado su lugar a las minorías, especialmente a la comunidad LGBT, pues siempre ha sido retratada desde una perspectiva –sin caer en acusaciones– “heterosexual”. Sin embargo, no siempre ha sido culpa de los directivos ni los estudios, sino de la cultura que no aceptaba que la diversidad sexual se sentara en la silla del director, ni tampoco fuera el protagonista, tanto en los actores como en la historia.
Si sucedía, tenía que ser en secreto. Uno de los casos más famosos fue Rock Hudson, un actor de la época de oro de Hollywood que se hizo famosos por sus papeles de galán, pero que detrás de esas historias, era homosexual. Como él, han habido otros casos en el que la cultura, y por ende la industria, los trataron de forma injusta. Las cosas han sido mucho más complicadas para las personas transgénero.
En 1982 salió la cinta Tootsie de Sydney Pollack en la que un actor en decadencia, interpretado por Dustin Hoffman, decide vestirse de mujer para revivir su carrera. Fue una de las primeras ocasiones que de forma indirecta y desde la ficción, se presentó a un personaje transgénero que tuvo mucho éxito en la pantalla. Algunos años después salió la comedia familiar Papá por siempre en la que Robin Williams, en un intento desesperado por estar cerca de sus hijos después de un divorcio, se viste como una mujer.
El silencio de los inocentes fue uno de los primeras historias en pasar con crudeza y con un personaje secundario, pero importante, a esta comunidad. Pero fue hasta 1999 de la mano con la directora Kimberly Peirce, que llegó al cine una historia que no vestía a un hombre de mujer para hacer reír al público, sino una historia real en la que una mujer se sentía como hombre en una sociedad que no entendía cómo esto era posible. Boys don’t cry tomó la historia real de Brandon Teena (nacido como Teena Brandon) y su violenta muerte a raíz de una desconocida transfobia.
Desde acá, Hollywood abrió sus puertas a estas historias, más no a los actores. Sin embargo, fue el comienzo de algo más grande: Todo sobre mi madre, La mala educación, Dallas Buyers Club, La chica danesa, La piel que habito, Lawrence Anyways, Split… y para 2018, y en representación del cine latinoamericano, Una mujer fantástica del director chileno Sebastián Lelio.
Por su paso en los Oscar, esta cinta no sólo se convirtió en el primer Oscar como Mejor Película para Chile, sino en la primera cinta con un reconocimiento tan grande y una protagonista transgénero llevada por Daniela Vega. Con la historia de Marina Vidal, se hace una representación fiel, así como un cuestionamiento serio de cómo es que las personas transgénero superan los obstáculos de una sociedad que no entiende el amor sin hacer caso a la sexualidad.
Orlando es un hombre mayor que decidió amar a Marina por encima de su sexo. Cuando muere de forma repentina, ella no puede, y al parecer no debe, llorar su pérdida, sino se ve obligada a enfrentar la negación de la familia de Orlando y el rechazo de los que la ven, sólo por ser mujer transgénero, como la culpable de su muerte.
Daniela Vega deja muy aparte su condición para interpretar a una mujer que levanta cada una de las partes de su vida para recibir el lugar que merece. Por eso, no es de extrañarse que la cinta se llevara cinco Premios Platino este año, incluido Mejor Actriz para Vega, y Mejor Director para Lelio además de Mejor Película, Guión y Edición, sumados al reconocimiento del público hacia la cinta y la actuación de Vega.
Con películas que van desde Philadelphia, My Own Private Idaho, Happy Together y Brokeback Mountain, hasta La vida de Adèle, Carol, The Imitation Game y Love, Simon, Hollywood se ha declarado, por decirlo de alguna manera, como parte de una lucha que reconoce la diversidad sexual más “básica”. Con Una mujer fantástica, abre sus puertas a la comunidad transgénero y su capacidad, desde todos lados, de contar historias que valen la pena ser escritas, contadas, filmadas y vistas.