Martin Scorsese lleva casi 50 años haciendo películas. Esto quiere decir que cuando habla de cine, sabe lo que está diciendo sin necesidad de pensar que se apega a una vieja narrativa que ya no tiene lugar en la actualidad, esa bautizada “masculinidad tóxica” protagonizada por personajes masculinos violentos que dominan un código. Scorsese es la prueba de que no se ha ido, ni debería hacerlo, y la mejor manera de confirmarlo es con The Irishman.
Profundizar en los elementos que conforman la filmografía de Scorsese, sería una conversación muy larga, así que nos quedaremos con la superficie de su cine. La firma del director neoyorquino se define con las películas de gángsters, las cuales van acompañadas de grandes actuaciones, toques de humor fascinantes, situaciones tensas, casos de violencia bien tratada y una fotografía que sigue la historia, no la opaca.
The Irishman no marca una diferencia enorme en relación a lo que estamos acostumbrados con Scorsese, pero se sale de la línea cuando debe hacerlo para ofrecer una historia menos romántica y glamurosa que sus anteriores como Casino y Goodfellas, sobre todo esta última.
Goodfellas de 1990, es quizá la mejor película de gángsters de Scorsese y una de las mejores dentro del género junto a las dos primeras entregas de El padrino. La historia, narrada desde la perspectiva del protagonista, con la integración de otras voces, explora la subcultura masculina del crimen dirigido, como mencionamos, por un código de conducta. De este modo, Goodfellas va más allá de ser un filme de gángsters para ser un análisis del lenguaje social de los criminales y las familias que dominaron las ciudades de Estados Unidos a mediados del siglo XX.
Ray Liotta, Joe Pesci y Robert De Niro, forman parte de un mundo que no esta caricaturizado, ni siquiera exagerado. Quizá sea una ficción o al menos una parte de ella, pero si en algo se ha distinguido este sello de Scorsese, y que se potencia en Goodfellas, es que no hay cabida para el drama innecesario. Y aquí es donde radica la grandeza de un filme como este, en que hay naturalidad en sus personajes a pesar de pertenecer a un imaginario ya definido desde un libreto.
The Irishman navega en un mismo barco, pero ahora, a diferencia de Goodfellas donde no hay cabida para los sentimentalismos, Scorsese juega con las emociones de las audiencias y nos hace pensar que la empatía (más anímica que el apego a un concepto de entretenimiento) hacia los personajes principales puede y debe ser real.
En otras palabras, mientras James Conway es un asesino que nos parece fascinante y pasional, Frank Sheeran de The Irishman es un asesino a sangre fría que apela a la melancolía y temas como lealtad, pero esta basada en la amistad, no en la sangre. Lo curioso de estos dos personajes, más allá de que estén interpretados por Robert De Niro con casi 30 años de diferencia, es que ambos son irlandeses dentro de un mundo italiano, haciéndonos pensar que De Niro volvió a donde debía (a lo mejor de su carrera).
The Irishman, basada en la novela I Heard You Paint Houses de Charles Brandt, es una larga confesión de Frank Sheeran, conocido hitman de la familia Bufalino que en sus últimos momentos, decide contar su historia. La película arranca con Sheeran, un chófer dentro del sindicato de Jimmy Hoffa que repartía carnes en la ciudad. Para ganar un dinero extra, el protagonista suele robar algunos de los filetes y venderlos en otros locales.
Cuando lo descubren y va a juicio, es “rescatado” por Russell Bufalino, uno de los líderes más grandes de la mafia italiana que lo adopta (Sheeran es más joven que Russell) y le otorga un lugar dentro de la familia. Sheeran, veterano de la Segunda Guerra Mundial, comienza a hacer trabajos como asesino, no sólo de los Bufalino, sino de aquellos que le piden favores a cambio de un intercambio.
Y así es como entra en la historia Jimmy Hoffa, un sindicalista (transporte) que necesita ayuda de la mafia para poder deshacerse de la competencia. Hoffa es más que un “union man“, es un líder de clases obreras responsable de los miles de millones de dólares de pensión de sus trabajadores que, de vez en cuando, utiliza para hacer préstamos a otros grupos políticos y mafiosos importantes…
The Irishman, durante tres horas y media, sigue el proceso de Sheeran. Desde que conoce a Bufalino y se convierte en su protegido, hasta su soledad en un asilo donde, firme, dice no arrepentirse de las atrocidades que cometió, incluida la desaparición de Jimmy Hoffa en 1975. La relación entre Sheeran y Hoffa, es la clave para pensar en The Irishman como una cinta de tintes dramáticos que deja en segundo plano la velocidad de una historia de gángsters. Son grandes amigos, se aconsejan, se cuidan… pero al final, se deben traicionar.
Al Pacino en el papel de Hoffa y De Niro como Sheeran, son el punto determinante de la película en el que, asimismo y sorpresivamente, Pacino deja de lado esa intensidad que lo caracteriza (que a veces lo convirtió en un actor exagerado) para dar paso a un personaje que le entrega a la película sus partes más cómicas. Por ejemplo, Hoffa es amante del helado, y nada se interpone entre ellos, ni siquiera una conversación sobre el sistema de pensiones…
Sin embargo, hemos de hacer mención especial sobre Joe Pesci, quien decidió salir de su retiro como actor, para volver a la pantalla junto a Scorsese y De Niro, con quienes compartió las mejores producciones de su carrera, incluido Toro salvaje y Goodfellas. Joe Pesci da ida a Russell Bufalino, un mafioso que es analítico, decisivo, tranquilo y respetuoso. Todo lo contrario a Tommy DeVito, un hombre rebelde e impulsivo que actúa antes de pensar en las consecuencias de sus actos.
Scorsese decidió llevar la historia de Sheeran a la pantalla después de que De Niro le recomendara la novela, abriendo así la posibilidad de que ambos volvieran a sus orígenes y entregaran una de las mejores películas de 2019 que también se rescata por aspectos técnicos como la producción, la fotografía y hasta la edición en efectos especiales.
Esos tres aspectos corrieron a cargo de tres latinos, dos mexicanos y un argentino. Gastón Pavlovich trabajó como productor, quien ahora forma parte del equipo de confianza de Scorsese. Rodrigo Prieto, cinefotógrafo mexicano, fue el encargado de realizar la fotografía de un filme complejo que no sólo es largo, sino dinámico. La fotografía de The Irishman es funcional y acompaña la historia, no la opaca, y eso lo hace grandiosa, sobre todo cuando pensamos que explota el recurso del VFX (realizado por Pablo Helman) y del de-aging (rejuvenecer a sus actores) en la mayor parte de la película y con el protagonista.
Y es aquí donde encontramos el único punto negativo de The Irishman. Cuando se anunció la producción de la cinta en 2017, se habló de un enorme presupuesto de parte de Netflix no sólo en relación al elenco, sino al trabajo de producción y edición. Scorsese siempre quiso que De Niro fuera el protagonista, pero esto requería que se viera 30 años más joven… y la única manera de lograrla era con las nuevas tecnologías del cine.
¿Lo logró? Sí, pero no se ve “natural”. Si pensamos en el De Niro de hace 30 años en películas como Goodfellas, nada tiene que ver su rostro con el que se pretende ver en The Irishman. El segundo error es la insistencia de que el actor tuviera los ojos azules. Y para rematar, no coincide su rostros rejuvenecido con los movimientos de su cuerpo, el cual se ve cansado.
The Irishman, como se ha dicho desde que se estrenó en el Festival de Nueva York, es la mejor película de Scorsese desde Goodfellas, sin demeritar el impacto de cintas como The Departed y El lobo de Wall Street, pues representa un regreso de Scorsese a lo que mejor ha sabido hacer desde que inició su carrera como mejor la conocemos con Mean Streets.
The Irishman se estrena este 15 de noviembre en algunos cines para luego formar parte del catálogo de Netflix. La película tuvo su estreno latinoamericano en la octava edición del Festival Internacional de Cine de Los Cabos.