“‘The Dude’ Lebowski es confundido con el millonario Lebowski, busca una compensación por su alfombra arruinada y le pide sus amigos del boliche que lo ayuden”. Esa es la sencilla, perfecta y atinada sinopsis de The Big Lebowski en algunas bases de datos en línea que guardan información sobre películas.
Y cuando decimos “sencilla, perfecta y atinada”, es porque este filme de los hermanos Coen, lanzado el 6 de marzo de 1998, no cuenta nada más que la importancia y trascendencia de no tener algo que decir y aun así decir algo. En otras palabras, The Big Lebowski es una de esas cintas donde la historia es lo que menos importa.
¿Acaso alguien recuerda algo significativo dentro de la cinta?, ¿por qué muere Donny?, o mejor aún, ¿alguien sabe por qué es un clásico de culto después de 20 años? No, y esa es la clave de la cinta: un montón de personajes sin importancia que encajan a la perfección con el nihilismo presente en los escenarios, la atmósfera, los diálogos y la historia como tal.
Con esta idea en mente y muy cerca del fin de un milenio caótico, los hermanos Coen le dieron vuelo a la hilacha y no establecieron ningún límite para su personaje principal. Tanto así, que frases como “Yeah, well… that’s just like a… your opinion, man”, “Nobody fucks with the Jesus” y “I’m not Mr. Lebowski. You are Mr. Lebowski. I’m The Dude… His dudeness, Duder or, you know, El Duderino”, se convirtieron en una especie de religión llamada Dudeism que abanderaba a todos los vagos posmodernos amantes de la literatura maldita de Charles Bukowski. O algo así.
Todo este sentido y amor a un Dude tan “vacío”, lo entendemos y apreciamos 20 años después; sin embargo, cuando se estrenó el filme en el 98, las cosas fueron muy distintas, poco comprendidas. Y con razón. En medio de un intento a finales de los 90 de dejar atrás y lo más pronto posible a la Generación X, aparece un tipo que sólo reacciona antes unos comentarios fuera de lugar sobre la guerra de Vietnam.
¿Cuál entonces es la gota que derrama el vaso y la convirtió en una película? No es el encuentro con dos tipos que le exigen pagar las deudas que su esposa, una tal Bunnie, tiene. Sino una alfombra orinada. Tal cual. Una alfombra orinada es el motivo suficiente para hacer que The Dude se mueva y se enrede en situaciones que dejan de tener sentido en el momento en el que suceden.
The Big Lebowski representó un inesperado fracaso taquillero considerando que los Coen venían de ganar un par de Oscars por Fargo y un lugar en reservado en el cine moderno. Ni siquiera la participación de un Jeff Bridges acompañado de John Goodman, Steve Buscemi, Philip Seymour Hoffman, John Turturro, Julianne Moore, Tara Reid, David Huddleston, Peter Stormare y el White Russian –porque hasta una bebida llegó a ser un personaje–, pudieron darle la importancia que ahora merece.
Sin embargo, y ahora más que nunca, podemos decir que no es tarde para ver en Jeffrey Lebowski un digno representante de una sociedad que tiene una urgente necesidad de hablar sin saber qué decir. En otras palabras, que sólo se sube al barco cuando este está a punto de hundirse o cuando orinan las alfombras que ni siquiera son propias.