Como ya es costumbre, el Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM) se destaca por presentar en competencia una muy buena selección de filmes dentro de su Sección de Largometraje Mexicano.

Por lo regular, a estas alturas del festival ya hay favoritos para llevarse el premio en las diferentes categorías. En este caso parecía que La Región Salvaje, de Amat Escalante, era la favorita de todos, ya que viene de ganar el León de Plata a Mejor Director en el Festival Internacional de Cine de Venecia 2016 y hace poco obtuvo muy buenas críticas en el Festival de Toronto. Era natural pensar que en su país y en este festival, pintaría para ser la preferida.

Curiosamente, el día de ayer tuvimos la oportunidad de ver una película de esas de las que no sabes mucho, no esperabas nada y te da todo: El Sueño del Mara’akame. 

 

El Sueño del Mara’akame cuenta la historia de Nieri, un joven huichol que sueña con viajar a la Ciudad de México y cantar con su banda en un concierto al que fueron invitados.

Desafortunadamente para Nieri, su padre –quien es un mara’akame o chamán huichol– cree que el joven está en camino de un despertar espiritual que lo llevará a convertirse también en mara’akame destinado a sanar y ayudar a la gente, en especial a su pueblo, ya que Wirikuta (uno de los territorios sagrados más importantes para los huicholes) corre grave peligro. Por eso, le prohíbe seguir con esas ideas mestizas de tener una banda y le prohíbe también ir a la Ciudad de México.

En un giro de circunstancias, su padre decide que Nieri lo acompañe a la gran Ciudad de México para visitar a algunos de sus pacientes y así adentrarlo en su labor como chamán. Debido a su inexperiencia, Neri termina perdido en el centro de la ciudad dónde encuentra una oportunidad de encontrarse con su destino.

 

El director Federico Cecchetti nos regala una historia sencilla que se cuenta en huichol y que estoy seguro de que se entendería aun si no contara con subtítulos.

El personaje de Nieri es un homenaje a los sueños con los que todos crecimos y que muchos abandonamos. Es un joven ingenuo, risueño, sencillo y capaz de encontrar una sonrisa en medio de una fría mañana en la sierra. Su ingenuidad lo hace víctima de los más gandallas, pero no por ello se dejará romper.

Visualmente, la película es simplemente bella. La fotografía de Iván Hernández es el narrador perfecto para esta historia sencilla y natural; la cámara y sus movimientos nos llevan de la mano a compartir una visión de la belleza de los lugares de Wirikuta y la visión que los huicholes tienen de nuestro mundo.

La película contempla y deja contemplar sin meterse en una narrativa ralentizada.

 

Sobre la belleza de las locaciones y una posible denuncia política, Cecchetti prefiere mostrarnos el alma de una región que, como sabemos desde el 2005, corre peligro. El gobierno mexicano ha otorgado varios permisos de explotación a mineras extranjeras, muy cerca de la región de Real de Catorce, que amenazan la supervivencia de Wirikuta y sus misterios.

El discurso de esta película no es un discurso político; es un discurso de nuestras raíces, de nuestra esencia, de nuestra tierra.

Agradezco mucho poder ver películas mexicanas sin pretensiones excesivas, sin historias justificadas en la violencia que nos rodea, sin pretextos huecos para plagar los diálogos de groserías, sin chistes clasistas y tontos.

Por esto recomiendo ampliamente que le sigan la pista a El Sueño del Mara’akame que seguramente estará en la Cineteca Nacional y otros pequeños espacios para joyas como ésta.

Lo que les puedo decir es que esta cinta suena como la favorita de muchos para llevarse el Ojo, el premio al mejor Largometraje Mexicano en esta decimocuarta edición del Festival Internacional de Cine de Morelia.

 

Por Miguel Lozano

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