Una de las cosas en las que casi el ser humano jamás se pone a pensar, es en qué sucedería si de repente todo, de la nada, se terminara. Si esas comodidades y hasta cierto punto, privilegios, se terminaran de manera súbita por algún suceso inexplicable en el que todos tendrían que regresar a las costumbres más primitivas, a sobrevivir en un mundo que no se detiene. Durante años, este ha sido uno de los miedos más grandes del hombre. Miedo a lo desconocido, a lo incierto, a un futuro del cual no puede tener control en la realidad pero sí en su imaginación. De ahí es que han salido numerosas películas de terror, horror, apocalípticas pero también distópicas. Una de ellas, en su momento, fue High-Rise (2015), cinta protagonizada por Jeremy Irons y Tom Hiddleston que, bajo la dirección del británico Ben Wheatley, dan vida a una historia que está basada en el libro homónimo de J.G Ballard y que se desarrolla en un Londres a mitad de la década de los 70 que ha sido golpeado por cambios económicos, políticos, tecnológicos y por supuesto, en un contexto donde daba inicio la posmodernidad.
Si bien la película como tal no habla de todos los acontecimientos que inspiraron en su momento a Ballard para escribir este libro, es importante mencionarlo pues, en aquel entonces, los Sex Pistols tocaron su primer concierto en Saint Martins, Margaret Tatcher se convirtió en líder del Partido Conservador, el índice de desempleo superó el millón de personas, una bomba estalló en el hotel Hilton de Londres y una masa enfurecida destrozó el estado de cricket de Headingley. Un metro se impactó contra un muro de cemento en pleno distrito financiero londinense y, los tabloides, comenzaron a llenarse con noticias de asaltos en la Trellick Tower que más tarde pasó a ser la Torre del Terror. Entonces, con todos estos hechos ocurriendo uno tras otro, Ballard quiso crear, en su imaginario, una visión futurista en la que pudiera tener control y sobre todo en la que mostrara que todo lo bueno que inicia, al final termina en caos, porque también, a su manera, trata de revelar cómo es que el ser humano es el único ser vivo que puede destruir su misma creación y audodestruirse.
Dentro de la historia de High-Rise, está Anthony Royal, papel interpretado por Jeremy Irons. Él es un visionario que busca crear un mejor futuro para las personas a través de la construcción de un rascacielos que cubre todas las necesidades de sus habitantes. Es decir, no hay necesidad de salir para ir al supermercado; tampoco los habitantes deben caminar unas calles o cuadras para ir a dejar a sus hijos a la escuela. Todo se encuentra a unos pisos. Pero más allá de esta belleza cómoda, está también la división de estratos sociales que Ballard no pasa por alto. Él se encarga de poner a los altos mandos en la cima del rascacielos y a los menos afortunados hasta la parte baja.
Entonces es cuando llega el Dr. Laing, rol al que da vida Hiddleston, y él, dentro de la cinta, como si estuviera leyendo el libro de Ballard, asegura “estar viviendo en un futuro que ya ha tenido lugar”, pero como contraparte, está Royal, quien asegura que su creación es un “crisol de cambio”.
A lo largo de la cinta, nos encontramos con un resumen de un libro cuya extensión no es suficiente para explicar todo lo que Ballard, en su momento, quería explicar a los lectores de su época -1975-. Sin embargo, al mismo tiempo el escritor logró poner en tela de juicio el hecho de que todos, en algún punto de la vida, sufrimos de ese mal que Milan Kundera lo llama en varias de sus obras “el eterno retorno”. Por eso es que en la película de Wheatley vemos cómo es que los que tienen el poder dentro del rascacielos comienzan a agotarse los recursos del edificio con sus fiestas extravagantes y excesos. ¿La consecuencia? Todos, hasta los habitantes más refinados, regresan a su estado primitivo, comienzan a buscar la manera de saciar sus necesidades incluso a costa de otros.
Con la falta de tecnología dentro de un edificio de punta, High-Rise coloca cada pieza dentro de su narrativa para llevarnos a un viaje en el que el espectador logra sumergirse en la psique de los habitantes y la forma en la que éstos luchan no para que exista una equidad de clase, sino para lograr lidiar con su propia personalidad y sobre todo, con sus propios temores.
Los deseos más elementales, lo irracional como medio de supervivencia. Todo regresa a cero. No hay reglas. Asesinar y tener sexo descontrolado no está mal visto, es únicamente una forma de “sobrevivir” y calmar la ansiedad que provoca no conocer el futuro, no tener esas comodidades por las que están pagando y al mismo tiempo, no pertenecer a un lugar al que puedes llamar hogar. Así, Ben Wheatley da vida al descenso de un caos estratificado.
Casi al final de la cinta, nos encontramos con un niño que, de tiempo en tiempo aparece dentro de la película y resulta ser el hijo de Royal, quien al final, sucumbe ante su propia creación; enloquece dentro del mal colectivo de los habitantes del rascacielos y, es entonces cuando no se sabe si el más loco, más cuerdo o más visionario -Dr. Laing-, toma la batuta para seguir y restaurar un orden.
¿Acaso el orden es la forma en la que el humano puede lidiar con su propia desgracia? ¿O es el orden una manera de tener el control sobre lo incierto? High-Rise, en su momento, fue un libro que rompió con paradigmas e hizo una crítica social a la Gran Bretaña de los 70, mostró su postura anticapitalista y la búsqueda de la revolución como medio para encontrar un equilibrio en una sociedad que se encontraba a la deriva.
40 años después llegó su adaptación a la pantalla grande en la que, de una manera grotesca y real, con actuaciones y fotografía tan cuidadas como los sucesos narrados a través de las imágenes mismas, nos da una pequeña muestra de cómo podría reaccionar el ser humano si, de la nada, se quedara sin tecnología, sin agua, sin recurso alguno para vivir dentro de “lo establecido”, y tener que volver a armar su propia historia y sobre todo, su propio futuro.