En un perfil de Tinder, un hombre busca a una mujer con la cual pueda entablar una amistad pero con derechos (una amiga con la que pueda tener sexo sin involucrarse en una relación más sentimental). Escribe que no busca una novia, y específicamente, pide que las postulantes no sean de “esas” que se han acostado con 15 o 20 hombres. Es decir, quiere a una chica que esté abierta a tener sexo con él sin estar en una relación, pero que al mismo tiempo, no sea tan abierta como para acostarse con otras personas.
También quiere que la mujer sepa escribir y que no inicie la conversación con emojis porque, en ese caso, no va a responder. El sujeto pide una chica que se niegue a sí misma a partir de lo que haría con él (y no, no hablamos de los emojis). Quiere una mujer que niegue su sexualidad y su derecho a obtener placer siempre y cuando no sea con él. Es absurdo, pero nada que nos sorprenda.
A lo largo de la historia, a las mujeres nos han enseñado que nuestro cuerpo, órganos sexuales, sexualidad y placer, es un tema prohibido, o mejor dicho, un espacio de control. Pero el control no lo teníamos nosotras, sino los demás, específicamente los hombres, quienes se inventaron un montón de mecanismos, teorías, mitos y leyendas para evitar que una mujer se apropiara de su cuerpo porque, hacer esto, representa poder.
La inexistente virginidad
Para empezar, nos dicen que como mujeres, nuestro cuerpo es un templo sagrado. Eso significa que nadie lo puede tocar hasta que alguien se comprometa a pasar el resto de nuestras vidas con nosotras (y luego sólo ese alguien puede gozarlo y tocarlo). El mito de la virginidad es una de las cosas que más daño le hecho a las mujeres, pero también a los hombres. Para ellos, quitarle la virginidad a una mujer representa un logro que los hace más hombres hacia afuera.
Obviamente la peor parte se queda con nosotras porque no sólo estamos obligadas cultural, social y moralmente a guardarnos para el hombre indicado, incluso si esto no lleva al matrimonio. Sino que constantemente estamos sometidas a pruebas para ver si seguimos siendo vírgenes y puras o nos fuimos por el camino del mal. Si el himen está “intacto”, entonces pasamos la prueba. Si está “roto”, quiere decir que algo hicimos mal. Pero biológicamente hablando, nada de esto es correcto.
En la serie limitada The Principles of Pleasure de Netflix, explican muy bien que el himen no es un “sello de frescura”. Se trata de un pedazo de piel que si se rompe o lastima, ha de sanar. Todo se ha reducido a que si no ha entrado nada por la vagina, como un pene, entonces eres virgen. Sin embargo, es mucho más complicado y al mismo tiempo más simple de lo que nos han hecho creer. “Cuando se penetra una vagina, el himen se estira. Y si se rompe, sana“.
La cosa con el himen y la virginidad está tan arraigada que seguimos preocupándonos para “sangrar” en el momento indicado. Seguimos hablando de la cómo Britney Spears perdió su virginidad en manos de Justin Timberlake o la vez que Taylor Swift se entregó a Jake Gyllenhaal. “Los hombres que marcaron sus vidas” porque se llevaron la cosa más preciada de su cuerpo. Pero nada de eso es real.
Lo que sí es real, pero no se habla, es cómo el patriarcado ha utilizado la virginidad para someter a las mujeres más allá del sexo, la sexualidad y el derecho al placer. No sólo es la metáfora de la mujer virgen, es todo lo que conlleva la primera relación sexual y el tortuoso camino que le sigue a una mujer después de esto.
Lo que está mal con nuestro cuerpo
Si hablamos de lo que está mal con nuestro cuerpo, la respuesta es nada. No hay nada mal con nuestro cuerpo. Las cosas se ponen feas cuando nos dicen que nuestros cuerpos se ven mal y están feos. La superficie no es lo suficientemente atractiva o bella porque no se apega a los parámetros o estándares de belleza determinados por unos cuantos: cuerpos blancos, delgados, estilizados, sin discapacidades.
Un cuerpo femenino con vello es inaceptable porque representa descuido y falta de higiene. Las estrías le dicen al mundo que te falta equilibrio entre un ir y venir con el peso. Los poros abiertos y los granos son porque seguramente no te alimentas bien o no tomas agua lo suficiente. Todo en nuestros cuerpos quiere decir algo negativo respecto de nosotras. Y lo mismo sucede con la vulva, la cual ni nos atrevemos a ver porque al ser la parte más íntima, revelaría más secretos.
Cuando damos el salto y la vemos, lo primero que pensamos es “Esta no se ve como la de la chica del video“. Al momento de hablar de sexo, para muchas nuestras primeras referencias son la pornografía entre mujeres excesivamente sexys con cuerpos delineados y bubis firmes, cuyas vulvas son “perfectas”: rosas o de un color uniforme que va a tono con su piel; sus labios son pequeños; no tienen vellos ni señales de vellos incrustados.
La vulvas regulares son tan diversas, que nos sorprendería. Pero como nos dijeron que no podemos hablar de ellas (porque sería una señal negativa de promiscuidad), entonces no lo sabemos y vivimos avergonzadas por la forma que nos tocó. Todo eso se traduce a nuestra experiencia con el sexo y el ejercicio del placer. Vivimos entre sombras con la luz apagada, tapando nuestros “defectos”, comparándonos con mujeres y pensando que nadie del otro lado podría desear, de verdad, lo que nosotras vemos frente al espejo.
¿Hemos tenido un orgasmo?
Despreciar nuestro cuerpo tiene afectaciones directas hacia la forma en que experimentamos el placer: el orgasmo. Si vivimos reprimiendo nuestro cuerpo, pocas veces nos damos la oportunidad de conocerlo. Pero antes de que pensemos que es nuestra culpa (no lo es), la principal razón de que la mayoría de las mujeres estén tan desconectadas con el placer es el total desconocimiento de la anatomía y fisiología femenina.
En los libros de texto puedes encontrar un pene y la imagen de una vulva. Pero nadie se sienta a explicarte las maravillas de lo que sucede abajo más allá de las funciones reproductivas y lo que interviene en ello. Te dicen por dónde salen los bebés y cuál es el proceso, pero nadie te dice que hacer un bebé puede ser tan satisfactorio como disfrutar del sexo sin intenciones reproductivas. Esa parte, si bien nos va, le toca a las mujeres.
Por accidente, casi casi, descubres el pequeño monte llamado clítoris, la parte del cuerpo de una persona con vulva más desconocida, pero una de las más importantes y placenteras. Pero lamentablemente, ese conocimiento se queda en ti porque allá afuera no se han cansado de decir que el orgasmo de una mujer no es importante. En parte, porque no es tan evidente como el de un hombre, y también porque no es tan fácil conseguirlo.
En esta misma serie de Netflix, hablan con mucha claridad de esto. Como los hombres heterosexuales tienen una forma inmediata de alcanzar el orgasmo, creen que esa es la única manera en que la mujer también llegue. Y se apegan a su propio libreto. Con esto no queremos decir que nuestras parejas se conviertan en expertos, pero viene de la idea de que el orgasmo femenino no es importante.
¿La razón? Nuestras funciones reproductivas imperan por encima del placer. Nos dijeron hasta el cansancio que nuestros cuerpos eran un regalo para los hombres, que debíamos conservar la pureza y un día convertirnos en madres… ¿por qué habríamos de sentir placer en el proceso?
El sexo que no es real
Es muy decepcionante descubrir que la mano en la ventana empañada del coche en el Titanic, es tan poco probable como el romántico beso bajo la lluvia en Diario de una pasión. Si recorremos la historia de la televisión, pero sobre todo del cine, encontraremos que la idea del amor romántico y el sexo desenfrenado es una mera coreografía que se aleja de la realidad.
Esta última no es que sea mala, pero nuestras expectativas e ideales se concentran en Leonardos DiCaprios y Kates Winslets teniendo el mejor sexo de la vida en la parte trasera de un auto en medio del océano. Nos tenemos que convencer que el sexo de nuestra realidad no es malo, sino que el sexo de la televisión, el cine y la pornografía no es real.
¿Y por qué nos debemos de convencer de esto? Porque generalmente, las expectativas de perfección recaen sobre las mujeres. Y no vamos a negar que los hombres también salen afectados (entre el tamaño y el tiempo de duración, hay mucho de qué hablar), pero es en las mujeres donde todo se desborda.
Para empezar, el cuerpo ha de verse y sentirse de cierta forma, y esa forma es “perfecta”. Un vientre plano, pompas redondas y sin estrías, senos firmes, piernas duras, y piel suave. Las vulvas han de oler dulce. Y luego, la actitud debe ser feroz, pero a la vez tierna (hay todo un tema de lo que supuestamente significa una mujer que “sabe lo que hace”, pero eso ocupa otro espacio).
Afortunadamente, el mundo parece abrirse a la sexualidad femenina, pero en muchas ocasiones viene disfrazado de un falso discurso de empoderamiento, sobre todo de aquellos que manejan las industrias como la del entretenimiento y la moda, las cuales hablan de la diversidad de cuerpos y formas, pero siguen sin mostrarlas en su toralidad. Lo mismo va hacia la manera en la que se nos permite, aún, ejercer la sexualidad.
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