Hay cosas que no se pueden evitar, pero sí aplazar, como la muerte: desgastamos nuestra creatividad y ponemos a la tecnología un primer objetivo, que es retrasar la muerte; sin embargo, en algún momento tiene que llegar. Y con esto no nos referimos exclusivamente a la muerte del cuerpo, de lo que tiene vida tal cual la concebimos, sino también del lenguaje.
La pregunta es, ¿cómo se anuncia la muerte del lenguaje? La novela 1984 del británico George Orwell, reveló en una ficción pero como si se tratara de una profecía, la llegada de un régimen autoritario que terminaría con la primera función del lenguaje: formación de los pensamientos, de las ideas y, por consiguiente de la libertad. A través de la historia de Winston, conocemos un mundo presidido por la figura del Gran Hermano, quien mantiene un control para mantener a las masas empobrecidas y lo suficientemente satisfechas como para evitar que se revelen.
Orwell presentó, a mediados del siglo XX, el riesgo aún existente en la actualidad, inclusive en las sociedades democráticas, de caer en un estado donde no sólo se presenten las características de un sistema totalitario, sino “orwelliano” donde la diferencia se marca por la opresión del lenguaje y la limitación del pensamiento.
La sociedad de 1984 está dividida en cuatro Ministerios para mantener el orden y la dependencia de la sociedad que, incluso, pertenece al Partido del Gran Hermano. Está el Ministerio de la Paz, encargado de las cuestiones bélicas; el Amor, responsable de los castigos y de inculcar el amor al Partido; la Abundancia, el cual existe para mantener en los límites de la subsistencia a las masas; y por último, el de la Verdad, el Ministerio encargado de controlar el pasado histórico a favor de la existencia del Partido.
Con esto, Orwell revolucionó la literatura distópica y nos presentó el significado de un término “nuevo” denominado doublespeak, o doble discurso, el cual como una forma de violencia tergiversa el significado real de una palabra para beneficios políticos. Por eso, el Ministerio de la Abundancia, por ejemplo, mantiene la pobreza de la sociedad.
“Al final, el partido anunciaría que dos más dos dan como resultado cinco, y tendríamos que creerlo”, escribe Orwell para demostrar el nivel de control del Partido sobre la gente que se puede ver en la actualidad. En una de sus últimas entrevistas con la BBC, irónico de por sí, el autor de Rebelión en la granja habló de las posibles consecuencias de cuando la privacidad de un pensamiento es violada, por el lado de la sociedad, y por el del Estado, hay una intoxicación hacia el poder: no se permitirían las emociones excepto el miedo como un instinto de supervivencia, el instinto sexual sería erradicado, se aboliría el orgasmo y sólo se concibe la lealtad hacia el Partido.
¿Y acaso no estamos al límite de un estado orwelliano influenciado por los medios de difusión masiva como la televisión y las plataformas de la red? Las formas de entretenimiento a las que las masas acceden, como las pantallas de 1984 con la imagen del Gran Hermano, han desprendido a los grupos de su capacidad de asombro y atención… sino, ¿qué explicación se encuentra ante la figura de Donald Trump y su ascenso al poder de la nación más poderosa del mundo?
Una persona que no ha sido muy aficionada a la lectura como el presidente de Estados Unidos –dicho por él en palabras y acciones, no por sus detractores–, con su llegada al poder hace dos años, disparó la venta de novelas donde se presentan futuros distópicos y nada alentadores como el famoso Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, Un mundo feliz de Aldous Huxley, pero sobre todo, 1984 de George Orwell.
En esa misma entrevista, con un Orwell en cama, la entrevistadora reconoce la grandeza de la obra y lo aterradora que resulta, a lo que el escritor contesta: “No me desagrada del todo, creo que es una buena idea. Pero su creación habría sido mejor si no hubiera estado bajo la influencia de la televisión cuando la escribí”, comenta con una sonrisa cansada que sólo significa una cosa: 1984 y Orwell ni siquiera alcanzaron su máximo potencial. “La moraleja de esta peligrosa pesadilla es muy sencilla: no permitan que suceda, depende de ustedes”.