El 17 de abril de 2011 se estrenó “Winter is Coming”, el episodio piloto de Game of Thrones. Este primer esfuerzo se convertiría en una de las mayores apuestas de HBO frente a la inminente llegada de las producciones originales por parte de las plataformas de streaming. Netflix llevaba unos años en el mercado con contenidos diversos, pero no propios, hasta que se dio cuenta que no podría sobrevivir en un mundo donde los contratos y derechos subían su precio frente a la competencia. ¿Acto seguido? Producciones originales que no obedecen ningún precepto comercial.
Las plataformas de streaming y la libertad que ofrecen en cuanto a la narrativa de una producción, dieron paso a que existiera una serie como Game of Thrones. Es decir, un contenido que independientemente de su historia, utilizara elementos reales pero prohibidos por los canales como escenas con contenido sexual, temas subversivos, lenguaje explícito e incluso el rompimiento o explotación de estereotipos como con la presentación de personajes femeninos en puestos de poder por encima de la tradición masculina.
Game of Thrones utilizó cada uno de ellos desde su primer episodio, algo completamente válido con personajes incestuosos, homosexuales, violencia contra la mujer, sadismo sexual, tortura, masacre, cuestionamientos hacia el honor y más, dentro de una historia cuyo contexto parecía pertinente. Estamos hablando de una época si bien no primitiva, sí con un sentido de barbarie y sumisión entre pueblos. De este modo, se entendía el porqué de cada uno de ellos.
Y así, encontramos personajes interesantes como Sansa Stark, una chica que fue criada para casarse y cuya inocencia no tenía espacio en un mundo machista y violento. En el camino, Sansa se encontró con muchos otros personajes que vulneraron su condición de mujer y, de alguna u otra forma, la llevaron a obtener un premio de consolación derivado de la traición de su “hermano” Jon, es decir, convertirse en la Reina del Norte. Ni qué decir de Cersei Lannister, una mujer que tenía relaciones sexuales con su hermano, puso a dos de sus hijos en el Trono de Hierro para luego ocupar su lugar. Una mujer amada por las audiencias y odiada al mismo tiempo, pero que permitió el desarrollo de un personaje con muchas cualidades humanas.
Y para humanos, Arya Stark y Daenerys Targaryen. La segunda, una mujer que rompió con todas las reglas establecidas y se convirtió en el ideal de un mundo mejor que terminó por las ansias de poder, y no el económico, sino el de decidir en la vida de miles. “Soy tu reina“, desfiló con esa frase hasta convertirse, tal cual, en lo que juró destruir: una tirana. En cuanto a Arya, las cosas fueron más emocionantes en el transcurso pero decepcionantes al final. Fue una niña que no dejó de pelear en un mundo comandado por hombres, y cuya proyección en cada temporada sirvió de inspiración. Unos días después del episodio tres de la última temporada de Game of Thrones titulado “The Long Night”, Drake hizo referencia a Arya cuando recibió un premio. “Hey, shout-out to Arya Stark for putting in that work last week“, dijo entre aplausos.
Eso último habla del impacto cultural que ha generado Game of Thrones en la actualidad. Hablamos de una serie que rompió todo nivel de audiencia y logró lo que ninguna otra, acumular un mayor número de espectadores con el tiempo. Grandes series han desfilado en nuestra televisión o dispositivos móviles, es justo decirlo, pero ninguna como esta. The Walking Dead tuvo sus enormes momentos de gloria durante unas seis temporadas hasta que todo se volvió repetitivo; Breaking Bad revolucionó la narrativa para un drama de televisión; Mad Men hizo lo suyo con una historia que en su superficie parecía no tener encanto alguno; Lost mantuvo a todos cautivos hasta un final que pocos comprendieron pero que se ajustó a la historia.
Podemos comparar Game of Thrones con muchas producciones importantes, y aunque el gusto se rompa, podríamos considerarla también como la más importante. Su impacto e importancia ha sido tan grande, si quieren en las primeras siete temporadas, que resultaba imposible complacer a todos. Y el resultado final fue un episodio de telenovela en el que algunos ríen como Tyrion y Bronn mientras otros lloran y pagan los pecados no cometidos como Jon Snow, quien fue obligado a retirarse a la Guardia de la Noche como un castigo por asesinar a la reina, acción que para muchos se convirtió en la reacción obvia a la tiranía que se avecinaba.
La última temporada se vendió como una serie de seis películas cuyo costo en producción, de tiempo y dinero, complacería a la mayoría. Pero no fue así. Las cosas arrancaron flojas hasta llegar a un tercer episodio, el mejor de toda la serie, que compuso el dilema que se estableció en los primeros dos capítulos. “The Long Night” salva una temporada final demasiado corta y que apresuró el desarrollo de los personajes principales. Siempre vimos las ansias de poder de Daenerys desde que se convirtió en khaleesi en la primera temporada, pero de una entrega a otra, sin razón aparente, perdió el control y su primer objetivo.
¿Qué pasó con Arya? Un personaje que se perfilaba para hacer cosas más grandes, se quedó con el rostro lleno de polvo y sin cumplir con la muerte de los nombres principales de su lista. ¿Nos permitirían el placer de ver morir a un grande en manos de Arya?, ¿se cumpliría la profecía de Melisandre de los ojos? No, ni siquiera Daenerys murió en sus manos, sino en las de su amante en una escena que veíamos venir desde el momento en que Jon Snow evitó un contacto con ella y esta lo obligó a esconder su verdadero nombre a favor de ser llamada reina, Primera de su Nombre y todos esos títulos que nos robaron minutos de serie (exageramos).
Algunos otros obtuvieron algo más de justicia como The Hound, un hombre violento que encontraba satisfacción en la muerte pero que definió su final por no temerle a esta misma ante causas justas. Siempre se mantuvo como protector de Sansa para después serlo de Arya, a quien humanizó y con quien se humanizó. Al final, murió en una batalla con su hermano. Un cierre que nos dolió porque fue real, honesto y congruente en cuanto a su pasado en la serie. No podemos decir lo mismo con Cersei, quien merecía algo más de drama o mínimo, no contar con la presencia de Jaime, quien traicionó su rendición en favor de una mujer que siempre lo dominó de maneras negativas (nadie puede negar que la muerte de sus tres hijos fueron provocadas por ella misma).
Con unas cuantas palabras, Bran es nombrado rey de los Seis Reinos, porque Winterfell es independiente. La serie, ese juego de tronos como indica su nombre, se resolvió en una charla entre hombres y mujeres que, de alguna manera, deseaban el poder como todos. Bran el Roto, como se traduce, quien no puede engendrar pero sí ver el futuro y pasado, se vuelve el máximo líder de un reino de miles de años que ha visto desfilar peores y mejores líderes que él. Sansa, en un intento sutil pero desesperado, quiere desviar la atención con un “a él no le interesa”, pero es silenciada ante la prisa de resolver todo en un simple momento que no tiene gracia, drama ni es justo. Sí, Bran es todo lo que dice Tyrion: un niño que sobrevive, un lisiado que cruzó el otro lado del Muro, el Cuervo de Tres Ojos, ¿pero así de simple merecía el Trono de Hierro?, ¿no faltó más por justificar su llegada?
Bran cayó de una ventana en la primera temporada y subió al trono en la última, una metáfora interesante pero que tuvo que ser explicada casi de forma poética por Tyrion para que no quedaran dudas. La presencia de Bran en un principio, como la de su hermana Arya, parecía ser de más importancia que la del final. Las teorías de fanáticos, para ser justos, fueron más interesantes y emocionantes que el final. Cuando decían que Bran y The Night King tenían un vínculo, todos pensaron en los muchos caminos que se podían tomar… pero nada. Los white walkers, la amenaza más grande, fue derrotada en el tercer episodio, un movimiento inteligente de los creadores para dar tres episodios finales y completos al juego final. Pero no más magia, no más teorías de fantasía y mucho menos quedó espacio para la emoción. Game of Thrones se apagó después de haber sido un fenómeno, una conversación colectiva.
Cada episodio tuvo sus escenas clave que podrían salvar la totalidad de cada entrega. El abrazo entre Arya y Jon fue sumamente emocional. Lo mismo va con el temido encuentro entre Jaime y Bran. Tyrion y Jaime jugaron papeles emocionales que rompieron con el dominio de una personalidad en sus nombres. Cuando se despiden en el quinto episodio, el hermano menor le dice que él nunca lo trató como un monstruo, suponiendo un ascenso en ambos personajes que no concluye en nada. Varys fue más circunstancial y su final sirvió de base para la locura de Daenerys. La plática entre este y Jon es determinante y cierta. Otra de las escenas importantes fue la de Tyrion llorando frente a los cadáveres de sus hermanos y Daenerys explicando a Jon Snow su llegada al trono, justificando su posterior muerte.
El final de la serie, si lo pensamos bien, sirve a cada espectador con un triunfo individual para quien sobrevivió. Brienne se queda junto al rey y Ser Davos sirve en el consejo. Las cosas debían ser así con personajes que nos enamoraron. Sam incluso se toma la cortesía de proponer una democracia, recurso de alguien que ve más allá de lo que tiene frente a sí. Así que, sin ser muy negativos frente al cierre, podemos ver el lado bueno y hablar del regreso de los “salvajes” al norte sin temor a ser exterminados o la aventura que Arya está a punto de vivir al explorar los confines de la Tierra, aquellos lugares que no son marcados por el mapa.
A pesar de un final de temporada decepcionante para muchos, no se puede negar el impacto de Game of Thrones en la televisión y en el desarrollo de la cultura popular de la década. Los hemos de utilizar como referencia política, social y económica de aquí a que llegue otra serie que mueva tanto a las audiencias y juegue con sus lealtades de la manera en que lo hizo Game of Thrones.