El español Luis Buñuel, uno de los artistas surrealistas más importantes de aquel movimiento, llegó a México de casualidad y descubrió en este país el escenario perfecto para sus historias. Ya lo había dicho el mismo André Bretón, sin afán de ofender, que México –al menos el de 1938 cuando estuvo de visita– era un país surrealista. Y si el mismo Bretón viviera y estuviera de visita en el México a 18 años del nuevo milenio, diría lo mismo.

México es un país surrealista, pero también kafkiano, y con este concepto encontramos más parecidos que diferencias derivadas del surrealismo, el cual se basaba en la sensibilidad de la vida consciente como una forma de liberar el psique. ¿Y eso qué tiene que ver con México? Absolutamente todo si asociamos el encanto de una cultura como la nuestra, con las experiencias oníricas.

Sin embargo, como mencionamos, la escritura de Franz Kafka se apega más a la realidad de México sobre todo a partir de la Revolución Mexicana gracias a dos conceptos básicos presentes en su literatura: lo absurdo y lo angustioso. El mundo de este escritor checo, nacido en 1883, muy alejado de la sombra de la Unión Soviética, no describe ningún tipo de placer, sino todo lo contrario: un mundo desagradable y grotesco donde nada tiene sentido y la vida se arruina sin razón aparente.

Y es así como un día Gregorio Samsa se convierte en un enorme escarabajo, pero está más preocupado por llegar temprano al trabajo; o Josef es detenido una mañana sin haber hecho nada mal0 y sin saber, durante todo su proceso, qué fue lo que hizo mal; o cuando después de una Revolución, los mexicanos dieron paso al nacimiento de una institución que duró más de 70 años en el poder…

Con un escenario que va desde la comedia hasta la tragedia, Kafka se convirtió con una lista relativamente corta de obras literarias, en uno de los escritores más importantes del siglo XX que ha sido retomado en varias ocasiones para describir el panorama de México y, por ende, América Latina. De ahí la famosa frase, o mejor dicho “chiste que se cuenta solo”, que si Kafka hubiera sido mexicano, sería un escritor costumbrista… o hasta naturalista. Es decir, alguien que no hubiera necesitado recurrir a la ficción para narrar o describir con un toque documental, algún episodio que entre más absurdo y ridículo, más real se vuelve. Y México, en ese sentido, es especial, demasiado especial.

Kafka guarda una relación especial con México hasta en los aspectos más personales de su vida. El hombre murió sin haber publicado alguna de sus obras como un escritor porque en realidad, era un abogado que trabajaba en una aseguradora. Fue en su lecho de muerte en 1924, que le pidió a su amigo Max Brod que destruyera todas sus palabras, pero pareciera que le pidió lo contrario: su paisano lo leyó y descubrió en él una parte de la literatura universal. Así que decidió convertirse en una especie de editor y publicar sus obras.

La metamorfosis, quizá la más famosa, y El castillo, llegaron al mundo de forma contraria y contra los deseos de su autor. Hasta su correspondencia fue a dar a las editoriales, esa triste y pesada relación con su padre, quien lo había obligado a hablar alemán para que pudiera encajar en grupos sociales decentes. Se fue tanto a la fantasía pero con base en la realidad, que el autor dice más de sí mismo de lo que hubiera esperado, más de su entorno social de lo que hubiera querido aceptar, y más del mundo de lo que todos queremos entender.

Otras historias cortas forman parte ahora de un imaginario capaz de describir, si se mira más de cerca, otras realidades. Sin embargo, es la novela El proceso, publicada después de la muerte de Kafka, la que encaja a la perfección en nuestro país con una idea simple y conocida por nosotros: una mañana, un hombre es encarcelado sin saber el porqué; durante todo el proceso, justamente, hasta la hora de su muerte, nunca logra enfrentarse a la institución que lo ha llevado a un nivel de desesperación por no saber nada. Al final, como debía ser desde un principio, el protagonista acepta el error que desconoce y que lo llevó ahí.

Con esto, con la historia de Josef y sin necesidad de entrar en casos específicos de falta de justicia que sí han sucedido en la realidad, es que El proceso es más que una novela para nosotros, es una ficción de nuestra realidad que fue descrita mucho antes de que se hiciera oficial.

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