Adaptar un libro al mundo del cine, donde la imaginación del lector es desechada para poner en la pantalla lo que alguien más imaginó o pensó que sería lo correcto, siempre es complicado. Esto sucede en todos los casos de este tipo, pero, cuando pasa con un clásico de la literatura, las expectativas son aún más altas, pues la historia ya se encuentra en un pedestal muy alto, es ampliamente conocido y su importancia no puede reducirse a una burda adecuación cinematográfica.
Tal vez uno de los grandes libros de la literatura universal que ha sido adaptado al cine, tanto en géneros dramáticos como de comedia, sea la historia de “Frankenstein” de Mary Shelly. El monstruo de Frankenstein ha pasado más a la cultura popular como un personaje de películas clásicas de terror o un mero disfraz de Halloween, pero realmente el libro va mucho más allá de simples conceptos como “terror” o “monstruo”. La novela toca temas como esta lucha entre Dios y la ciencia, qué esta bien y qué esta mal, la moral, la ética profesional e incluso, la monstruosidad humana que muchas veces se reprime. Todo esto se ha perdido un poco en las adaptaciones o se ha dejado de fondo, por suerte, este fin de semana se estrena Victor Frankenstein protagonizada por Daniel Radcliffe como Igor, el fiel ayudante; y James McAvoy, como Victor Frankenstein.
La historia es contada dese la perspectiva de Igor, a quien Daniel Radcliffe interpreta de manera increíble, vemos su transformación de lo que los demás etiquetaron como “monstruo” a tomar conciencia de si mismo y darse cuenta de su humanidad; esto como una especie de guiño al poder de manipulación que nuestra sociedad vive día con día.
Por otra parte, la cinta dirigida por Paul McGuigan, muestra a un Londres ambivalente entre su desarrollo científico y las ataduras de su arraigada religiosidad. Esto no se ve solo en la ciudad, sino en el personaje de Victor Frankenstein, que McAvoy logra interprtar de manera impresionante, pues bajo esa capa de científico loco, vemos el conflicto interno y moral que tiene consigo mismo y con su creación.
Por supuesto que la película tiene sus fallas, no es perfecta. Llega un momento en que el papel de villano ya no se sabe en quien recae, se pierde un poco la esencia de la confrontación entre la ciencia y Dios y quedan muchas preguntas sin responder.
Sin embargo, James McAvoy y Daniel Radcliffe logran un balance perfecto, entre el científico loco y el asistente, el que perdió la cabeza en sus magnificencia y el que intenta poner a su amigo de regreso a la realidad; esta ambivalencia, una especie de ying yang, desdobla a la perfección la naturaleza humana, que se debate muchas veces entre estas pulsiones de hacer lo correcto y hacer lo que sentimos.
Si piensan ir a ver esta película deben saber que no es una adaptación fiel del texto de Shelley, sino una re-interpretación, que se puede disfrutar, pues al final el mundo del cine es para que uno se la pase bien.