Los cuentos que nos leen y nos creemos. Los artículos que citamos en clase. Las teorías que aprendemos para explicar el mundo. Las librerías en las que nos movemos. Los clásicos que nos formaron. Las críticas que recibimos. Todo ello, tiene perspectiva masculina. Esto quiere decir que de esa manera es como entendemos y aceptamos el mundo. Sin embargo, ya es momento de reconocer que le falta algo: la voz femenina.
¿En dónde empieza la negación (por no decir invisibilidad) de las voces de las mujeres que escriben y leen? En el caso de México, desde nuestros primeros acercamientos a la lectura.
Pero vamos por partes. Es importante mencionar que de inicio, de acuerdo a estadísticas del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) —en su encuesta de abril 2021—, nuestro país presenta un bajo índice de lectura al año, donde el promedio de libros que lee la población adulta lectora es 3.7 ejemplares.
Y aquí viene la parte grave de esas cifras. No tenemos ni idea si algunos de esos 3.7 libros, son escritos por una mujer. Y hasta ahorita, no hay manera de saberlo. ¿La razón? Aún no existe un estudio que nos indique el número de libros —escritos por autoras— que lee la población.
Ahí es donde comienza el problema para definir en qué lugar se encuentra la literatura de las mujeres en México.
No las leemos ni las estudiamos
Por su parte, la Universidad Autónoma de México (UNAM) realizó una investigación sobre los libros de texto gratuito para la Educación Primaria en México. Todas y todos sabemos cuáles porque, en la mayoría de los casos, esos libros son los primeros que leemos e incluso con ellos aprendemos a leer.
Los resultados son, por decir lo menos, bastante confusos y desalentadores. Entre los libros editados para primer año, hay un total de 34 títulos con un autor frente a 12 títulos de una autora. Así, para el final de la primaria, las y los estudiantes habrán leído un total de 13.7 % de autoras, contra 65.4 % de autores masculinos.
Lanzaré la pregunta: ¿acaso nos acordamos de esos autores o siquiera nos dimos cuenta de la falta de nombres femeninos?
Lo grave es que a pesar de que tenemos estos datos, las cosas no han cambiado y las grandes casas de estudio no apoyan la representación femenina. Esto se ve reflejado en la exclusión de escritoras dentro de los programas de estudios universitarios. El Proyecto Escritoras Mexicanas Contemporáneas (PEMC) realizó una encuesta en donde las y los jóvenes sólo reconocieron dos nombres de escritoras mexicanas: Rosario Castellanos y Elena Poniatowska.
Sí, son dos grandes autoras. Pero es doloroso ver que de un universo de escritoras (algunas más contemporáneas que otras) que han marcado la historia de la literatura en México, sólo ubiquemos dos sin saber, en realidad, si han sido leídas como es debido.
¿Por qué una Amparo Dávila no es considerada como una de las autoras más determinantes de la literatura hispana en el siglo XX?
Lamentablemente y casi de manera histórica, los programas educativos en México han favorecido la literatura escrita por hombres, convirtiéndolos en “modelos de creatividad, de fuerza, de interés para los lectores”. O al menos esa es la conclusión del estudio anteriormente mencionado.
¿Las mujeres escribimos menos o nos publican menos?
Escribir o no escribir, he ahí el dilema. Pero no tanto por una actitud vacilante o una personalidad indecisa. Sino porque el camino es largo, es complicado, es doloroso y como hemos visto hasta ahora: oscuro.
Fácil sería sentenciar una solución que parece evidente (quizá demasiado): ¿por qué no nos ponemos a escribir y ya? Suena fácil y definitivo, pero volvemos a lo mismo. Las autoras en México se han de enfrentar a un rezago literario que las deja en segundo plano, no las involucra y las minimiza. No sólo en los espacios editoriales donde la aprobación y publicación de una obra es sumamente complejo. No nos publican, y por ende, no nos leen.
El comportamiento repetido de favorecer la publicación y lectura de autores, se ha convertido en un sesgo implícito y un comportamiento excluyente.
Es decir, no siempre lo pensamos como una práctica discriminatoria per se, por más que lo sea. O mejor dicho, ni nos damos cuenta a partir de la normalización de excluir a las mujeres del mundo editorial y la literatura.
Así que no, no escribimos menos. En realidad, nos publican menos debido a ese comportamiento excluyente.
Según The Guardian, 75 % de los libros son escritos, editados y reseñados por hombres. En otras palabras, toda la conversación la realizan y gira en torno a los autores. También hemos de mencionar que las mismas historias las protagonizan ellos. Y si una mujer es la protagonista, está descrita desde el male gaze.
Según un estudio de la Universidad Americana de Beirut, en la actualidad, “las mujeres tienen tasas de publicación y citación comparables a las de los hombres, pero tienden a tener carreras más cortas y publican menos artículos”. Las mujeres escriben, pero se les deja al último.
Esto se traduce en que los mismos hombres que manejan el mundo editorial, no nos leen. Cuando una mujer publica un libro, sólo 19 % del universo lector son hombres mientras 81 % lo representan las mujeres.
Si nos permiten decirlo, a manera de reflexión respecto a estas últimas cifras, es que entre mujeres nos hemos apoyado para que las brechas se reduzcan de a poco. Y eso sólo puede ser una buena noticia.
¿Quiénes somos las mujeres?
Todo esto cobra relevancia conforme las narrativas y los discursos se adaptan a las necesidades en la actualidad de los grupos vulnerables o marginados, en este caso, específicamente, en el de las mujeres.
Si la narrativa se construye a través de hombres hablando de mujeres, hombres leyendo a hombres, la identidad femenina pensada por ellos y las reseñas/conclusiones definidas por todo esto, nos hace preguntarnos quiénes somos las mujeres.
Leer únicamente a hombres y verlos en mesas de debates son dos de las cosas que han limitado nuestro alcance dentro de la literatura.
Antes —y en la actualidad, en algunos lugares—, el rol de una mujer no estaba en la escritura, no le correspondía. Y eso también se reflejaba en el acceso a la educación. ¿Pueden creer que la primera mujer que se graduó en Filosofía y Letras fue María Goyri en 1893?
No tenemos una solución definitiva a estas circunstancias más que seguir peleando por esos espacios editoriales que nos fueron arrebatados durante tanto tiempo. Y con eso, romperemos la realidad tan cotidiana de las escritoras en las que algunas veces se ven obligadas a dejar de escribir, escribir menos o no recibir crédito. Ahora es nuestro turno: describamos el mundo desde una mirada femenina y feminista en la que estamos toda la población.
Por: Graciela Sandoval