Tenemos una idea de la sociedad oriental, en específico de la japonesa, como una conformada por personas siempre nobles, pasivas y tranquilas, con un temperamento que pocas veces logra agitarse y agradecidos todo el tiempo con una reverencia que de este lado, al menos en algunas partes de occidente, es tomada como un símbolo de sumisión en lugar de humildad y, precisamente, agradecimiento.
Sin embargo, también tiene sus contrastes. Tokio tiene su propio barrio rojo (Kabukicho) con geishas modernas y locales donde los habitantes pueden ir a cumplir fantasías, o mejor dicho perversiones, como la zoofilia, pero también para sobrellevar la soledad con chicos maquillados que se toman una copa y regalan chocolates para que el cliente vuelva y pague por un servicio que debería ser inherente de las relaciones humanas: la calidez. La sociedad japonesa también tiene su historial de violencia representada en los yakuzas; la figura decadente del samurái; la inmersión de la tecnología a un nivel personal sin precedentes; y muchas más, todas ellas representadas en sus artes, sobre todo en el cine.
A mediados del siglo XX, en específico a partir de la década de los 30, el cine japonés vivió su edad de oro no sólo por la gran cantidad de producciones, sino por la belleza que suponían y que al mismo tiempo sentaron las bases del estilo que marcaría toda una época que después pasaría a ser un recuerdo glorioso. Directores legendarios como Kenji Mizoguchi e Hiroshi Shimizu, dieron paso a que otros nombres más conocidos en la industria como Yasujiro Ozu y Akira Kurosawa abrieran las puertas del cine japonés al occidente donde si bien no encontró su cumbre ni un espacio, si encontró el reconocimiento que siempre había merecido desde la época muda con el teatro kabuki como premisa principal.
Pero como si se tratara de una obligación, después de que el cine japonés llegara a su punto máximo con la proyección de Rashōmon de Kurosawa en el Festival de Cine de Venecia de 1951, llevándose al final el León de Oro, y una lista relativamente larga de grandes filmes que proyectaron el cine nacional en todo el mundo como uno de los más hermosos, llegó la decadencia en las décadas posteriores que dejaron a los cineastas japoneses con pocas ideas y, para rematar, poco presupuesto… hasta que llegaron los ochenta con todo su mundo de posibilidades, además de la entrada de elementos más occidentales en su cultura, y el cine japonés resurgió con una película: Tetsuo: The Iron Man de Shinyu Tsukamoto de 1989.
Esta película va de lo experimental al horror, pero se define en un común acuerdo entre la crítica especializada como un filme cyberpunk de horror corporal gracias a las características industriales que sirven como mera circunstancia para que se desarrolle la historia. Desde que salió, ha sido comparada con Eraserhead de David Lynch de 1977 gracias a su estética, la imagen en blanco y negro, la extrañeza de su historia y los efectos especiales a partir del protagonista; sin embargo, la diferencia más marcada es que la cinta de Lynch se maneja en un aspecto mucho más tangible, por decirlo de alguna manera, mientras la de Tsukamoto se va al consciente e individual…
Tetsuo: The Iron Man abre con una secuencia de imágenes de máquinas trabajando entre ruidos de metal, vapor y aceite. Y así es como nos presentan al protagonista, un hombre que con un pedazo de metal puntiagudo, abre una parte de su pierna e introduce, a manera de fetiche, un bulón de gran tamaño que se infecta. Cuando el hombre sale corriendo pidiendo ayuda, un automóvil lo atropella y su cuerpo es abandonado por los culpables: un hombre y su novia.
Sin saber la cantidad de tiempo, el hombre que provocó la muerte del fetichista, comienza a experimentar sensaciones extrañas en su cuerpo, alucinaciones relacionadas a las máquinas, pero sobre todo, comienza a ver cómo salen de su cuerpo algunas figuras metálicas. La primera fue un pequeño tornillo en el cachete que termina en su cuerpo cubierto de metales, incluso una especie de taladro en lugar de pene que gira y es capaz de perforar materiales cuando se excita. Al final, cuando su cuerpo está cubierto, existe una lección que poco tiene que ver con la parte sexual del filme, la cual puede llegar a ser muy explícita gracias a la carga emocional del blanco y negro, y más con el consciente colectivo de la sociedad relacionado a la aceleración del mundo, la indiferencia de las partes que lo componen y la tecnología por más “precaria” que esta sea como la representación de un tornillo dentro del cuerpo de un ser humano.
Tetsuo: The Iron Man es, sin duda, una de las películas más representativas del horror corporal, una característica que si bien no ha alcanzado el estatus de género, debería hacerlo pronto con exponentes de la talla de Tsukamoto con este primer clásico, Lynch y sobre todo, David Cronenberg con un mínimo detalle apegado a este, aunque, dentro de cada una de las cintas que conforman su filmografía como The Naked Lunch y The Fly. Sin embargo, no sólo se queda en una injusta comparativa con el cine, sino también en la literatura con La metamorfosis de Franz Kafka donde un hombre dedicado a saldar las deudas de su padre, inmerso en una vida rutinaria, deja de importarle el hecho de que se ha convertido en una cucaracha o escarabajo: ¿A qué hora sale el tren?, ¿si llego tarde me correran?
Tetsuo: The Iron Man, al menos el hombre que está sufriendo la transformación, tiene plena consciencia de lo que sucede y descubre en algún momento que se trata de una venganza del hombre que fue asesinado. Sin embargo, lo irracional se percibe en toda la película, sobre todo con algunas tomas en las que los personajes parecen estar atentos a la lente, pero en realidad el director pone a las audiencias como el fetichista que observa su obra final y el impacto que genera en los demás. El más claro ejemplo de esto es la mujer que en la estación de trenes comienza a sufrir una aparente transformación, llevada por el fetichista, para asesinar al hombre que lo mató entrando en contacto con este –a menos la idea del mismo– con una de las tomas descritas. ¿Acaso somos nosotros el fetichista y necesitamos darle una lección al mundo a través de un hombre promedio y su novia?
Como mencionamos, Tetsuo: The Iron Man, con un presupuesto sumamente bajo, logró hacer de su historia algo de culto, algo que comprender y seguir gracias a la experimentación en las cámaras, el diseño, maquillaje y efectos especiales, los cuales toman como posible referencia a artistas que estaban alejados del horror corporal, pero no del horror mismo ni la insania. Un gran ejemplo es el director y animador checo Jan Švankmajer, quien en filmes como Los conspiradores del placer o el cortometraje Jabberwocky, presentó una forma animada de hacer lo grotesco aún más grotesco. Y esto está presente en cada punto de Tetsuo: The Iron Man sin importar si la escena no presenta las transformaciones del protagonista o sus momentos de lucha corporal. En realidad, en la cinta hay una explosión visual y sonora cada momento.
Ya mencionamos a Cronenberg como uno de los exponentes más grandes del horror corporal y se lo debemos, en gran medida, a este filme japonés que hizo de Tsukamoto en algún momento uno de los más grandes exponentes en Japón. Cronenberg se sirve de la estética de Tetsuo: The Iron Man para hablar de la vulnerabilidad del cuerpo, de la voluntad del hombre y el impacto del sexo en la evolución de los humanos como un símbolo de decadencia o una posible consecuencia al ritmo de las sociedades.