El género del western es el más representativo de las películas americanas. Basta pensar en un hombre blanco a caballo, con una apariencia ruda y los surcos de su rostro sucios como consecuencia del polvo de aquellos lugares aislados ubicados en Arizona, Montana, Nevada, Nuevo México o Texas. Este hombre escupe después de maldecir a los nativos con un acento poco comprensible. Sergio Leone y Clint Eastwood fueron dos personalidades que supieron explotar el género con películas icónicas como El bueno, el malo y el feo y Unforgiven, las cuales determinaron en gran medida el ritmo del cine estadounidense en la segunda mitad del siglo XX.

En México, si nos ubicamos en esta misma época, podríamos considerar al charro macho y cantor como la más grande figura del cine nacional con Pedro Infante como el máximo representante, el cual se ha puesto frente a una evolución que nos lleva a algo mucho menos noble y nada gracioso –muy a pesar del humor negro– como el narcotraficante o criminal… Ahora bien, si cada país tiene una figura donde se cimienta la historia de su cine, entonces es tiempo de hablar del cine japonés y sus samuráis, los cuales equivalen a un vaquero del western y un charro de nuestra parte (cada quien en su propio estilo). Estos hombres de guerra y espada, son aquellos personajes que guardan en su vestimenta, palabras, acento y personalidad, la identidad misma de los japoneses conocida en occidente desde el séptimo arte.

El samurái es una figura emblemática que cobró fuerza cuando Yukio Mishima, el más grande novelista del Japón del siglo pasado, se aplicó el harakiri –ritual para quitarse la vida ante la deshonra de una batalla perdida o actos impuros– en 1970 de forma “pública” con una serie de personajes literarios que anunciaban el fin del escritor con 20 años de anticipación. El samurái es alguien que vive de la guerra y para la guerra, y cuyo surgimiento ha sido motivo de debate. Algunos estudiosos apuntan que su figura surgió en el siglo VIII durante un periodo de guerra que les dio poder y tierras, pero al mismo tiempo el desprecio de las altas clases que consideraban la violencia como algo denigrante sin importar considerar sus rasgos más íntimos: cualidades de estrategia militar, lealtad, miedo a la deshonra y la concepción de la muerte como una forma natural de alcanzar un punto máximo después de la guerra.

Con esto en mente, resultó casi lógico que el cine tomara la figura del samurái y la convirtiera en una forma de resguardar la herencia cultural japonesa con un embajador a la cabeza y un filme histórico: Akira Kurosawa y Los siete samuráis (Shichinin no samurái) de 1954. Desde los inicios del cine mudo, Japón ha ido a la vanguardia al tomar como referencia el teatro kabuki –estética dramática y muy folclórica–, pero fue hasta después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Japón se enfrentó ante las decisiones políticas de los países vencedores, que el cine de este país llegó con toda su gloria a Europa y Estados Unidos con Rashomon del mismo Kurosawa.

Para esos años, una tercera parte de los filmes japoneses retomaron al samurái; sin embargo, ninguna alcanzó la gloria, influencia e impacto cultural en occidente como la obra maestra de Kurosawa sin importar que esta se haya salido totalmente de la imagen más tradicional del guerrero.

Como mencionamos, el samurái es un hombre de guerra y de honor impecable. Pero para Kurosawa, se trata de seres humanos que viven bajo un código, pero también aprecian la lealtad, el sacrificio, la facultad de hacer el bien y el sentido más humano de su lucha. Los siete samuráis comienza con una aldea de campesinos que ante la amenaza de un ataque y saqueo por parte de unos bandidos, salen en busca de algunos samuráis que los protejan a cambio de tres comidas al día. Japón en el siglo XVI, en el que está ambientada la película, se caracterizó por diversas guerras internas que trajeron consigo hambre, pobreza y desempleo. ¿Qué samurái querría defender a la clase más baja de la sociedad tan sólo por comida? La respuesta es Kanbei, un maestro de la espada interpretado por el legendario Takashi Shimura, que con su astucia y destreza militar, logra reunir a otros cinco samuráis –aunque esta condición es dudosa en algunos de ellos– para defender la villa.

La primera parte del filme se centra en la búsqueda de los protagonistas relacionada con la enorme diferencia de clases y la posición del campesino, la clase más baja, ante la sociedad; en la segunda etapa, los siete samuráis llegan a la aldea y planean la defensa con base en el territorio y entrenamiento de los campesinos. Este punto resulta central, pues los guerreros comienzan a percibir un lado mucho más humano de su identidad frente a las miserias del campesino; además, están los niños y la comedia de un guión escrito para entrar en la mente de las audiencias. La tercera y última parte presenta la “última batalla”, una intensa lucha bajo la lluvia que trajo consigo la base de todas las películas de acción. Desde esos filmes que no sólo buscan el entretenimiento de las audiencias, sino también el lado artístico que hace alusión a su misma identidad.

Las películas de acción de la actualidad se centran en el personaje o héroe de la historia sin evidenciar sus defectos. En el caso de la obra de Kurosawa, los samuráis están  muy lejos de convertirse en héroes. ¿La razón? El director va de la parte universal a la particular. Conforme avanza la historia, vemos la evolución del personaje a un nivel mucho más personal e íntimo. Y esto queda en evidencia no sólo a través del guión, sino de los movimientos de cámara. Kurosawa fue uno de los pioneros en utilizar el stop motion para agregarle dramatismo a una escena. Una de las primeras escenas de acción de Los siete samuráis ni siquiera puede ser vista por el espectador. Kanbei se rasura la cabeza y se viste como monje para acercarse a un ladrón que tiene secuestrado a un niño en una choza. Cuando salen del espacio cerrado, el samurái se proclama como ganador cuando el enemigo cae en stop motion al piso. Este simple detalle establece el todo, dejando de lado al guerrero y centrándose en la situación en general. Lo mismo sucede con la personalidad del personaje: va de un todo, de un primer rechazo, a una parte individual en el que descubrimos la verdadera esencia de cada uno.

¿Cuántos enemigos haz matado?”, le pregunta un samurái a otro. “Desde que es imposible matar a todos”, responde, “generalmente salgo corriendo”. De manera asombrosa, a pesar de ser un filme épico, género que nos tiene acostumbrados a los letargos y el dramatismo llevado a un nivel muy alto, Los siete samuráis causa gracia en un sentido menos superficial gracias a la introducción de sus personajes y la evolución de los mismos. Como Kikuchiyo, interpretado por Toshirō Mifune, un hombre prepotente que carga una espada pero nunca la utiliza. ¿La razón? Se trata de un hijo de campesino víctima de la tragedia que los persigue. Uno de los momentos más puntuales de la película, es cuando los aldeanos llegan a la choza de los guerreros con algunas yoroi (armaduras tradicionales) que fueron robadas a samuráis muertos en combate. La primera respuesta ante la deshonra de un acto como ese, es querer asesinar a los campesinos; sin embargo, Kikuchiyo entre gritos, les dice que la condición de bestias de los aldeanos se debe al poder de la espada de un samurái. “¿Qué debían hacer estas bestias?”, pregunta. Silencio.

Ahora, ¿qué sucede cuando son varios héroes en un filme de acción? Grandes cintas como Avengers –por mencionar la más popular de la actualidad con la figura de un superhéroe–, se centran en el personaje principal como una cámara estática que presenta una sola acción. La diferencia con Kurosawa es que no le da la toda la atención a uno solo, sino a los siete samuráis y las decenas de campesinos. Todo al mismo tiempo. ¿Cómo lo logra? Con un movimiento constante de cámara que intensifica las escenas de acción y lucha.

El punto más alto de la cinta comienza con el primer ataque de los bandidos. Los campesinos y los protagonistas resisten de forma ordenada y con el constante miedo de muerte; sin embargo, conforme pasa el tiempo, los bandidos logran entrar a la villa y atacan directamente. Cada una de las escenas de esta etapa del filme, afirma una las primeras premisas del cine como expresión artística: el espectador es capaz de experimentar los puntos más altos, y bajos de una historia, desde la adrenalina pura hasta el cansancio de una larga pelea que parece perdida.

Esta historia en blanco y negro con una duración de tres horas y media, se convirtió en la película japonesa más cara de todos los tiempos con 125 millones de yenes. Además de la duración del filme, Kurosawa insistió en dejar de lado el set de grabación para rodar toda la cinta en locaciones naturales –la filmación duró un año aproximadamente. Y hay más. El director era un perfeccionista, cualidad que queda en evidencia en la fotografía, especialmente las escenas más íntimas dentro de la historia, y ese guión que ya hemos mencionado, el cual fue escrito junto a su gran colaborador Shinobu Hashimoto. En su trabajo escrito, Kurosawa y Hashimoto van de lo cómico, al aprendizaje profundo que viene de una mala experiencia.

Kurosawa entró al mundo del arte a través de la pintura. De forma circunstancial llegó al cine en 1943, dos años antes de que Estados Unidos tomara la decisión de arrojar una bomba nuclear sobre Hiroshima y Nagasaki, momento más alto de la indiferencia de la humanidad frente a sí misma. Ante la derrota de los japoneses, la nación americana aplicó una serie de sanciones y reglas sobre Japón que prohibieron la existencia de un ejército bélico japonés y la intervención del país en conflictos internacionales: todo lo contrario a la evolución del campesino en esta obra fílmica. 

Con menos de 10 años de diferencia, en 1954, llegó al mundo Los siete samuráis con su asombrosa técnica, la cual ha sido empleada en la actualidad (como la explotación del stop motion en las escenas de guerra o el uso de la cámara como un personaje más) y una trama que reinterpreta la historia –más reciente en aquel momento– de su país y la constante presencia de la muerte en ella. En pocas palabras, la historia de Japón y los rasgos más nobles de su sociedad. 

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