El miedo a la oscuridad, una vez “superado”, es infantil y tonto. Sabemos que no existen los monstruos (el armario y la criatura, en realidad, son ideas americanas). Tenemos la certeza de que cuando mamá o papá apaga las luces, no saldrá ningún ser de anatomía grotesca a espantarnos, o peor aún, matarnos de un bocado.
Sin embargo, el miedo a la oscuridad o cualquier otro objeto o concepto, en términos científicos (por no decir psicológicos o hasta médicos), es un mero instinto de supervivencia que heredamos, es parte de un proceso evolutivo complejo y fascinante. Nuestros ancestros, aquellos individuos de las cavernas, debían estar alerta de los depredadores en una noche completamente negra. Esta es una de las teorías por las cuales la oscuridad se asocia con el peligro y sus respectivas reacciones en el cuerpo y la psicología de una persona.
El ser humano, desde antes y ahora, se considera (no a decisión personal) inferior a los demás seres de la naturaleza. Cosa que explicaría la necesidad de poder para alterar el curso natural de las cosas. Pero ese es otro tema… El miedo a la oscuridad en la infancia está relacionado con el miedo que los ancestros sentían a morir en una noche oscura y en las garras de un depredador. Y si lo pensamos, tiene lógica.
El conocimiento se hereda y evoluciona conforme a las necesidades de los individuos y los grupos. Lo mismo sucede con los miedos; sin embargo, como buena excepción a la regla, estos no desaparecen conforme la tecnología y la ciencia resuelve dudas o genera preguntas necesarias. Sino todo lo contrario: los miedos crecen, se esparcen y generan paranoia e histeria colectiva. El miedo a la oscuridad deja de ser cosa de niños hasta que nos vemos obligados a enfrentarnos con uno o varios monstruos reales: un psicópata, un fanático religioso, un líder racista o un simple ignorante.
La historia del hombre está llena de miedos relacionados a lo que no podemos ver ni entender. Y de esa misma historia surgen otras más, propias y ajenas, que prueban que el terror es un reflejo de nuestras paranoias. Algunos relatos son tan poderosos, que ejercen cierto control sobre las personas. Sean de ficción o reales. De este modo, en el terror, por más fatídico que sea, hay algo de nacimiento, creación, y vida.
Ahora bien. Si sentimos miedo de forma natural y de manera creciente, ¿por qué seguir contando historias de terror? En algún momento, Stephen King se dio a la tarea de desarrollar la idea de que el espectador paga por asustarse. Compra un libro o un boleto del cine para sentir miedo, para que se revelen ante él símbolos y nuevas formas de representar el terror. Planteándolo así, quizá sea absurda la idea del género de terror, pero al final es necesaria.
¿La razón? Porque encontramos en un cuento o una película los miedos que nos negamos a enfrentar aquí y ahora. Y eso es lo que logra Scary Stories to Tell in the Dark de André Øvredal bajo la producción (también coguionista) de Guillermo del Toro. Esta cinta es una adaptación de los cuentos de terror de Alvin Schwartz con ilustraciones originales de Stephen Gammell.
La antología de cuentos de Scary Stories to Tell in the Dark (Historias de miedo para contar en la oscuridad) se publicó por primera vez en 1981, y a partir de ese momento se convirtieron en un referente del terror en la literatura infantil y juvenil. Cada uno de sus relatos está escrito para leerse en voz alta, lo que le agregaba un sentido personal a cada personaje, así como el lector y el espectador.
Se trata de uno de esos libros que rompen las barreras del tiempo al asustar viejas y nuevas generaciones. En gran medida, eso ha sido gracias a las ilustraciones de Gammell que han sido descritas como “macabras”.
Había un gran trabajo al adaptar este tipo de cuentos en una era en que la industria obedece a historias pasadas. El regreso de It del mismo King es la prueba máxima de que el terror y el cine, actualmente, apelan a la nostalgia con referencias culturales de nuestra infancia o de generaciones pasadas.
Scary Stories to Tell in the Dark es un proyecto mucho más ambicioso que Pennywise, pues hace un viaje a la década de los 60, específicamente al 68 cuando la realidad de por sí era demasiado confusa y turbia como para agregarle ficciones aterradoras. Pero es precisamente lo que hacen Øvredal y Del Toro en esta película.
Scary Stories se sitúa en el pequeño pueblo de Mill Valley. La noche de Halloween de 1968, Stella, sus dos mejores amigos, Auggie y Chuck, y un nuevo en el pueblo llamado Ramón, van a una conocida casa abandonada en la que reside el espíritu de Sarah Bellows, una chica que fue maltratada por su familia, aislada de la sociedad. La leyenda dice que contaba historias de terror de niños a través de un agujero en su cuarto.
Esas historias fueron plasmadas por Sarah en un libro. La película se desarrolla cuando Stella decide llevarse a casa el libro de Sarah y este comienza a escribir nuevas historias de terror donde los protagonistas son ellos mismos. “Tú no lees el libro, el libro te lee”, dice Stella con un carga emocional adolescente que permite acercarse a la animosidad del libro y su autor: cuentos cortos, demasiado cortos, pero lo suficientemente atractivos como para una audiencia juvenil.
Cada noche, el libro de Sarah toma como protagonista a cada uno de ellos. Thomas, Auggie, Ruth, Chuck… Parte del imaginario de Scary Stories to Tell in the Dark se apega, de buena fortuna, a las creaciones de Gammell, y eso es quizá lo más aterrador de esta cinta que más que asustar a sus audiencias, pretende asimilar los traumas de la generación de Stella al crecer en una época que, como mencionamos, fue turbulenta.
Thomas, una de las víctimas de Sarah y sus historias, era un bully al que asocian su desaparición con el llamado del gobierno a enlistarse en el ejército para matar comunistas en Vietnam. Eran los 60 y la propaganda de Estados Unidos apuntaba a eliminar la mayor cantidad de detractores que se opusieron a la democracia.
El cuento de “Harold” del libro y en la cinta, sirven como una metáfora de lo que sucede en la guerra: la mayoría de los jóvenes que fueron a la guerra, no volvieron. Scary Stories to Tell in the Dark está llena de referencias sociopolíticas del 68. Un ejemplo constante es la presencia de Nixon, quien se convertiría en el protagonista del Watergate de los 70.
Las tensiones sociales también se llevaron a lo privado. Los padres, entre tantas confusiones e ideologías, no pudieron procurar para sus hijos algo mejor. Stella es un buen ejemplo, pues fue abandonada por su madre, dejando a la deriva la estabilidad emocional de su padre. Los padres de Sarah, como mencionamos, la trataban peor que un animal confundiendo su genialidad con locura.
La relación de los protagonistas con sus padres tienen mucho que ver con el destino que les toca vivir. Pareciera que el personaje de Sarah “lee” sus traumas, aquellas experiencias que los han dividido (son rechazados) y las traduce en una terrible historia de terror cuyo punto final es la muerte y la irracionalidad, ambas guiadas por la soledad. Por momentos, la película parece señalar a los adultos incrédulos como responsables de las historias de terror.
Esta cinta fue perfecta para Guillermo del Toro. En 2006, el cineasta nos regaló una de las mejores películas del año que mezcló elementos de fantasía con los horrores de la guerra. Se trata de El laberinto del fauno ambientada a finales de la Guerra Civil Española cuando los republicanos y los nacionalistas se enterraban en tumbas clandestinas o se encerraban en cuarteles de tortura y desaparición.
La grandeza de El laberinto del fauno es que divide al espectador en lo más grotesco de la realidad humana como una guerra, y Del Toro lo potenció con representaciones fantásticas. En otras palabras, cuenta dos versiones de la misma historia a la que tememos por separado. No se logra manifestar este entendimiento de El laberinto del fauno en Scary Stories to Tell in the Dark. Finalmente son audiencias y propósitos distintos.
André Øvredal construyó Scary Stories to Tell in the Dark como una película pequeña, detallada y precisa, pero sobre todo sin intenciones de marcar las necesidades comerciales. El director noruego utiliza trucos bastante simples como cuando la figura aterradora desaparece de la pantalla. Lo hemos visto varias veces, pero ahora resulta efectivo porque la ambientación lo permite y los protagonistas se toman demasiado en serio sus miedos. No queremos decir que los adultos no lo hagan, pero un niño o joven entiende las cosas como son y le dan el valor que debe ser.
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