La generación Beat de los años 50 del siglo XX estaba conformada por personas que, a los ojos de las sociedades comunes, eran antisociales, ajenos a los valores culturales y tradicionales de la época, y que se definían entre todos por su forma de vestir, hablar, celebrar y, sobre todo, escribir. El jazz, las drogas y el sexo conformaron su estandarte, y así, retaron (sin intenciones directas de hacerlo), como mencionamos, la imagen de la sociedad americana compuesta por baby boomers y la atmósfera de posguerra que los obligó a tener un hogar y un trabajo que trajo como consecuencias un movimiento contracultural de liberación femenina y experimentación con drogas.
Allen Ginsberg, Jack Kerouac y William S. Burroughs fueron los representantes más importantes del movimiento Beat con una estructura narrativa “libre”, sin formalidades y que presentaba los primeros pensamientos y sentimientos sin considerarlos dos veces, dando paso a historias y secuencias que parecen no tener sentido pero que al final, determinan la incoherencia inherente de las pasiones de los seres humanos. De estos tres, el más conocido y representativo es Kerouac gracias al éxito de On the road; sin embargo, si hemos de hablar de profundidad y decadencia, entonces Burroughs se corona como el más grande y la novela Naked Lunch de 1959 es la máxima prueba.
Kerouac definía la fiesta y se encontraba cerca de las reuniones donde se declamaba poesía, se escuchaba jazz y se fumaba marihuana. En cambio, Burroughs se fue al punto más bajo en cuanto a introspección con el consumo de heroína y otras drogas psicodélicas que lo llevaron, en busca de algo más fuerte y barato, a México en compañía de su esposa Joan Vollmer. Y durante este periodo, en 1951, fue que la historia de Burroughs y la cual definió una de las premisas principales de Naked Lunch, sucedió. Burroughs asesinó a su esposa de un balazo en la cabeza. Ambos estaban borrachos en una fiesta cuando Joan, quien también formaba parte de los beatniks, colocó un vaso en su cabeza. William apuntó al vaso y la asesinó. Al final, determinaron que era un accidente aunque nunca se ha confirmado, en el papel, que haya sido así: “la conclusión de que nunca me habría convertido en escritor sin la muerte de Joan”.
Con la muerte de Vollmer, llegó el exilio y el punto más bajo de Burroughs por México, Perú, Francia y Marruecos. Sus años fuera de la comodidad americana y las máquinas de escribir estables, dieron también como resultado una vasta y compleja obra literaria que lo define, hasta la fecha, como uno de los más grandes autores de imágenes que han existido. Es decir, su prosa es tan fuerte y profunda, que al lector no le cuesta trabajo traducir la palabra en imagen por más atípica que esta sea.
Y así es como llegamos a la adaptación fílmica de David Cronenberg, el único director capaz de convertir una obra literaria poco comprensible y cargada de erotismo y nostalgia a una de las películas de culto más grandes de todos los tiempos. El gran punto a favor de Naked Lunch de 1991 en manos de Cronenberg no es la fidelidad del guión y su adaptación literal, sino la carga emocional (si es que así se le puede llamar) del personaje principal que se define en su estructura.
En Naked Lunch de 1991, el protagonista es William Lee, un exterminador que comienza a tener alucinaciones con insectos como consecuencia de la exposición constante y directa al polvo insecticida. La imagen de Bill es de un tipo desgarbado y cansado a diferencia de sus colegas, con un físico más fuerte y el temperamento mucho más exaltado que el de William. En una de sus alucinaciones, un insecto le dice a Bill que su esposa Joan es una espía y debe ser eliminada; sin embargo, ella es una adicta al polvo que prefiere inyectarse directamente el producto en el pecho…
¿Qué es lo que sigue? Bill y Joan realizan el acto de William Tell como lo hizo Burroughs y Joan Vollmer en 1951 en la Ciudad de México: Joan se pone un vaso en la cabeza y Bill le dispara, pero falla y el balazo le da justo en la cabeza. A partir de este momento, si no es que las cosas ya eran poco predecibles, la película comienza a ser más compleja y, por ende, más apegada al movimiento Beat. Bill huye a la Interzona, aunque realmente no se sabe si se trata de un exilio físico o mental. Pero en la cinta es un lugar con tintes asiáticos llena de unos seres conocidos como “mugwumps”, escritores, adictos, escritores adictos y máquinas de escribir que toman forma de insecto. La máquina de Bill Lee, la cual utiliza para escribir la historia de Naked Lunch, se convierte en un protagonista más que parece no tener sentido.
Igual que en la vida real y con la muerte de Vollmer, Burroughs se fue al exilio y, como mencionamos, comenzó a construir la verdadera esencia de su obra que mitifica la cultura popular, al famoso sueño americano. Y teniendo esto en mente, Cronenberg escribió el guión de Naked Lunch para convertirlo en una de esas películas basada en la generación Beat que han sabido viajar en el tiempo y ser actuales.
Otra de las razones por las cuales la Naked Lunch de Cronenberg es un filme orgánico, tiene que ver con la devoción de los dos creadores por la aversión, lo grotesco, lo que en automático, quizá por una condición cultural, nos da asco. Y no se trata en este caso de los insectos gigantes o los monstruos que alimentan en la Interzona a los habitantes, sino el mismo sentimiento de rechazo y no pertenencia que cualquiera es capaz de sentir bajo condiciones que ponen a prueba nuestros límites físicos, emocionales y mentales.
En algunas críticas de Naked Lunch de la época en que se lanzó, se dice que Cronenberg invita a las audiencias a cenar en el infierno. Y en realidad es así. Como mencionamos en un principio, el director no realizó una película que reflejara tal cual o en un sentido literal la experiencia en drogas de Burroughs que deviene de la tragedia y el exilio, sino se concentra en las metáforas sobre la sexualidad y la decadencia de la misma a través de lo repulsivo que resulta ver un insecto pensante que le pide al protagonista que elimine a su esposa lo antes posible y que lo haga de una forma deliciosa.
Cronenberg comenzó su carrera en los 70 con filmes de horror de bajo presupuesto hasta su llegada al cine comercial con la adaptación de The Dead Zone de Stephen King en 1983. Sin embargo, para llegar a ese punto, el director creó Scanners, comenzado así con el estilo que a la fecha lo marca y que alcanzó su punto máximo con The Fly en 1986, y un perfil de culto con Naked Lunch en el 91.
Cronenberg, así, nos tiene acostumbrados a conjuntar en sus películas de horror corporal o dramas violentos, precisamente eso que refleja a la perfección Naked Lunch: lo asqueroso también guarda algo de erotismo, y entre más repulsivo sea, más son las probabilidades de aumentar la experiencia sensorial y sensual. En Crash de 1996 es la metáfora entre un choque automovilístico y el orgasmo, el placer que produce el dolor que se puede infringir de forma consciente; en A Dangerous Method es el análisis del dolor y cómo los perpetuamos en búsqueda de una satisfacción inmediata; y así con cada uno de sus filmes en que el suplicio resulta necesario para llegar al goce total.
¿Por qué “Naked Lunch”? Porque como dijo el mismo William Burroughs: “el título significa exactamente lo que la palabra dice: un almuerzo al desnudo, un momento que se detiene en el que todos ven que es lo que hay al final de cada cubierto”.