Jean Jacques Rousseau, filósofo del siglo XVIII, es considerado como una de las mentes más importantes en la historia de la humanidad al desarrollar un sinfín de obras dedicadas a la responsabilidad de las personas frente a la naturaleza, sus compromisos sociales (adquiridos a partir de su ser social y como individuo) y las transgresiones del hombre en un estado que no resulta natural para él; es decir, el ambiente social y político.
Una de sus obras y/o tratados más famosos es Emilio o de la educación donde, grosso modo, habla de la decadencia del hombre por sí mismo al establecer desde un principio que “todo es perfecto de manos de Dios, pero se degenera en las manos del hombre”. Rousseau propone como pieza central de su obra a Emilio y sus etapas de crecimiento y desarrollo. Con base en el tiempo, desde la lactancia hasta la adolescencia, dejando al último sus responsabilidades civiles, Rousseau desarrolla un esquema muy simple, si se analiza de forma superficial, pero bastante complejo en forma.
Emilio, en representación del hombre, se debate inconscientemente entre vivir con y de la naturaleza, y su ser social. Este último se confunde algunas veces con la necesidad de adaptarse y de pertenecer a instituciones, las cuales se definen como el evidente paso del hombre hacia la corrupción y perversión marcada por los deseos. Para llegar a dichas conclusiones, mucho más grandes de lo que este texto puede hacer justicia, Rousseau exploró la naturaleza del hombre, calificando con pureza sus primeros estados.
De este modo, el hombre es noble y natural, pero es corrompido por las imposiciones sociales y políticas, resumidas a una cultura establecida por la geografía y algunos aspectos que, irónicamente, son dictados por la naturaleza. ¿Nacemos corruptos o nos hacemos? Para Rousseau la respuesta es muy obvia, pero para Luis Buñuel, director español del siglo XX, resulta en una mezcla de ambas, lo cual lo hace aún más interesante.
Las películas de Buñuel desde que comenzó su carrera, han sido consideradas como transgresoras de los preceptos morales, religiosos y sociales de las épocas que su cine atravesó. Todo comenzó para el español en un viaje a París, ciudad de intelectuales y vanguardistas, donde se identificó con la escuela que representó toda su vida y carrera, el surrealismo.
Así nació su primer cortometraje, El perro andaluz de 1929, el cual encantó a las audiencias, pero también las puso contra sí mismas con una narrativa visual complicada (no de ver, sino de seguir sin ir más allá de lo que dice la imagen). El perro andaluz de Buñuel fue, dicen, una mezcla de los sueños de Salvador Dalí, quien lo cobijó y financió, y del mismo cineasta.
A esta primera producción le siguieron otras tantas películas controvertidas como La edad de oro en 1930, dando un salto significativo hasta 1950 con Los olvidados, producción mexicana que forma parte de la filmografía nacional y que rompió con todo lo establecido en un México que ya perfilaba grandes contrastes en su realidad política, pero sobre todo social. Este también fue su primer trabajo con el cinefotógrafo Gabriel Figueroa, uno de los más destacados en México y el mundo y con quien colaboró en más producciones.
Así, llegamos hasta la película que establece a Luis Buñuel como un director de culto y un referente del lenguaje cinematográfico. Se trata de El ángel exterminador de 1962. Un año antes, Buñuel se había llevado la Palma de Oro en Cannes por Viridiana junto a Silvia Pinal, y regresó con una película mucho más poderosa y compleja.
El ángel exterminador repite a Pinal como protagonista, quien es acompañada de Jacqueline Andere, Luis Beristáin, Ofelia Guilmáin, José Braviera y muchos más. Todos ellos interpretan a un grupo de alto sociedad que después de ir a una ópera, se reúne en la mansión de los Nóbile. La cena está lista y los 20 invitados disfrutan de una velada llena de lujos. Cuando llegan a la sala después de cenar, sin razón aparente, ninguno de ellos puede salir de ahí. No hay explicación al porqué se ven obligados a estar encerrados, pero no logran descifrar su estadía, pero tampoco una manera de “huir”.
La pregunta no tiene respuesta, y lo fascinante de El ángel exterminador es que el espectador está en la misma situación que los invitados: no sabemos la razón de su encierro.
Con el tiempo, las cosas se ponen tensas, raras y menos coherentes. Aparecen unos corderos que son “sacrificados”, uno de los invitados muere y una pareja se suicida a escondidas, entre otras cosas. El punto de quiebre, de histeria, es necesario para descubrir cómo salir de una razón absurda que primero los obligó a comportarse de una manera, y luego eliminó todo sentido de civilización. Y aquí está la clave de El ángel exterminador.
Buñuel no acostumbraba a usar metáforas, de eso no se trata el surrealismo, sino de referencias nada sencillas pero que se encuentran dentro del imaginario colectivo, y que sólo se comprenden cuando el espectador analiza su propia realidad. El ángel exterminador se interpreta de varias formas que nos llevan a un mismo punto: el humano en sociedad es peor que en su naturaleza.
Al estar encerrados, al sentir miedo, al no llegar a un acuerdo y al verse en una situación vulnerable, los invitados dejan de lado su clase y educación para sobrevivir. Aquí se elimina el concepto básico de civilización, las maneras adecuadas de comportarse y la forma de actuar de alguien de clase alta; sin embargo, dentro de lo mismo, estaban obligados a comportarse de un modo que no obedece a su naturaleza.
La cultura impone sus reglas, tradiciones, costumbres, servilismo y hasta religión, y sin explicaciones, seguimos estas líneas a pesar de las consecuencias negativas. Las religiones han sido la prueba de que el hombre tiene conciencia y reflexiona sobre sí mismo, cosa que un animal no hace, pero esas religiones también lo han enfermado. ¿Por qué seguir bajo su yugo?, ¿podemos escapar?, ¿ya es inherente a nosotros?
Lo mismo sucede con la mansión donde los invitados se mantienen cautivos. ¿Se puede huir? La respuesta siempre es no. Buñuel comentó varias veces sobre El ángel exterminador que se trata de un reflejo de la sociedad, su incapacidad para llegar a acuerdos que beneficien a todos, ni soluciones colectivas que no dejen fuera a nadie antes de que sea demasiado tarde.
El ángel exterminador fue la primera película de Buñuel, después de más de 30 años de carrera, en la que se ve libertad artística e interpretativa, lo cual se refleja en su estética irracional pero honesta. Tachado con la bandera roja de comunista, Buñuel se las vio feas cuando dejó Nueva York para mudarse a México. Fue contratado para filmar una cinta en nuestro país y otras 20 más, pero siempre con un dedo dictatorial detrás del lente que le permitió hacer películas ofensivas (para quien le quedara el saco) y censuradas.
Luis Buñuel escribió El ángel exterminador junto a Luis Alcoriza, y la fotografía fue realizada por Gabriel Figueroa. Como mencionamos antes, esta cinta fue la sexta producción en la que trabajaron juntos después de Los olvidados, Él, Nazarín, Los ambiciosos, La joven, (El ángel exterminador), Simón del desierto y El jugador de ajedrez.
La destrucción del hombre y mujer civilizado, de los mecanismos de defensa impuestos que se borran al momento de sentirse provocados y en peligro, son una sátira de El ángel exterminador que demostró la libertad artística de Buñuel durante su exilio después de una larga pelea y censura provocada por Viridiana, incluso en su madre patria. Los trabajos anteriores de Buñuel habían sido dramas fuertes y provocadores, El ángel exterminador fue y es una burla fuerte ante aquellos responsables de las condiciones dentro de sus historias pasadas.