Las expresiones de amor en el cine, así como los arranques pasionales por parte de los personajes dentro de una historia, no parecen nuevos; sin embargo, la realidad es que tampoco llevan mucho tiempo mostrándose en la gran pantalla. Los primeros destellos, o al menos los más conocidos, se dieron el cine europeo para luego abrir paso a las producciones mexicanas dentro de la época de oro del cine nacional. Desde sus primeras expresiones, los creadores mexicanos se mostraron abiertos a presentar algunos tintes pasionales y eróticos con la “condición” de que estos estuvieran dentro de la construcción de los personajes femeninos, incluso por encima de la figura del hombre.
Y así es como en la década de los 30, llegó al imaginario fílmico la figura de la rumbera, artistas internacionales de alto perfil, con nombres como el de María Antonieta Pons, Meche Barba y Ninón Sevilla bajo la dirección de grandes autores como el “Indio” Fernández, Luis Buñuel y Juan Orol. Ellas no sólo sentaron las bases para presentar muchos años después, la “infame” figura de las ficheras, sino también la imagen definitiva de la mujer fatal con actrices de fama mundial como María Félix. Con ella como la máxima representante de la belleza en México y, de alguna manera, el empoderamiento femenino depositado, ni más ni menos, que en el amor y deseo de un hombre hacia una mujer.
De esta manera, en un época en que la mujer debía jugar el mismo rol de esposa, ama de casa y madre, el cine ofreció a las audiencias, sobre todo a las mujeres, la posibilidad de saltarse la realidad para convertirse en alguien que puede dominar al hombre gracias a su belleza y sexualidad. Las grandes cualidades del cine negro, el cual presentó a este tipo de mujer, se centra precisamente en eso: en la sutileza, casi imperceptible, o al menos difuminado con la carga dramática y el misterio de la historia, de un cambio de roles entre hombre y mujer.
Uno de los filmes más representativos de los primeros indicios del erotismo en la mujer fatal, es La diosa arrodillada de Roberto Gavaldón, coescrita por José Revueltas y protagonizada por María Félix y Arturo de Córdova. Esta película de 1947, presenta a Antonio Ituarte, un empresario millonario que está casado con un mujer amorosa descrita como una buena esposa, pero que le aqueja una terrible enfermedad. Ituarte tiene una amante llamada Raquel, una mujer que ha servido como modelo para uno de los escultores más conocidos de la época. Una de sus obras más preciadas, es una escultura titulada “La diosa arrodillada” basada en la silueta de Raquel, y la cual es adquirida por el mismo Antonio como un regalo de aniversario de bodas para su esposa…
De manera inesperada, muere la esposa de Antonio bajo la sospecha de que no fue por causas naturales. Y así, el hombre atormentado por la muerte de su buena esposa, sigue a su amante hasta Panamá. Aquí es cuando comienza el verdadero tormento para ambos personajes, quienes parecen confundir el amor con la pasión. La diosa arrodillada, como podemos ver, presenta todas las características del noir film americano de la misma época: crimen, misterio, una mujer hermosa, un hombre atormentado por su pasado y muchos dramatismo.
En Raquel, personaje interpretado por María Félix, recae toda la experiencia sensual y erótica del filme. Esta figura había sido escrita, en un principio, para otra actriz; sin embargo, Félix era la actriz más conocida de la época, y el escritor José Revueltas junto a Gavaldón, reescribieron el personaje para que encajara con la figura marcada y conocida de la actriz: una mujer dura, fría y despiadada con los hombres. La diosa arrodillada, desde antes de su estreno en 1947, fue objeto de críticas por tratarse de un filme demasiado provocativo no sólo con algunas escenas, incluso también en la publicidad. Las partes más provocativas del filme, se dieron entre Córdova y Félix mientras hacían alusión a un momento previo al sexo. Los actores, por órdenes de Gavaldón, se besaron en varias ocasiones frente a la cámara, desatando la indignación de las audiencias. Entonces, ¿era la primera vez que en el cine mexicano se besaban los personajes? De ninguna manera; sin embargo, la diferencia se encontraba en el contexto y el deseo erótico de los personajes principales en comparación con los demás.
Y gran parte del secreto, si es que acaso alguna vez lo fue, estuvo en los diálogos que acompañaban las acciones de Raquel y Antonio. Es decir, no sólo fueron los besos y el hecho de que se trata de una relación de adulterio, sino las palabras exactas que incrementaron el deseo sexual. Revueltas fue el encargado de construir los diálogos de la película, los cuales son directos, con palabras contundentes y muy amorosos, por decirlo de alguna manera. Por ejemplo, al principio de La diosa arrodillada, aparecen Raquel y Antonio recostados en un sillón rodeados de cigarrillos y copas. “Jamás interrogar el misterio del pasado si es que amamos nuestro amor”, dice Antonio mientras toma delicadamente la cabeza de Raquel. Y ella responde: “No nos abandonemos nunca. Sería como la muerte… Bésame otra vez, Antonio”. O “No cuento el tiempo entre nosotros. Tú lo sabes”, dice Raquel en casa de su amante y frente a su esposa. “Eso es lo terrible”, responde él ante la amenaza.
Este tipo de palabras, bajo un contexto de engaño y pasión, hicieron de La diosa arrodillada una película que llamó más la atención por su historia erótica que por la belleza de su producción comandada por Gavaldón y llevada de forma extraordinaria por el trabajo en la fotografía de Alex Phillips. Y cuando decimos que las palabras se llevaron el filme, no hacemos referencia a algo negativo, sino todo lo contrario. El guión de Revueltas, basado en una obra del escritor húngaro, Ladislas Fodor, le dio a la mujer, en específico, la facultad de mostrarse con poder (aunque este sea sexual) pero al mismo tiempo vulnerable ante la posibilidad del amor de pareja (aunque este sea prohibido).
Con Raquel, al menos para Antonio, la figura de la mujer se rompe, y deja de ser delicada como la de su esposa, para convertirse en un sinónimo de pasión y pérdida de la decencia. En la película, nuestro héroe fallido se debate entre el deseo y el odio por la misma persona, su amante. Y ella, con el poder de la seducción que la caracteriza, alimenta siempre estas dos facetas de su relación. Con esto, con la liberación de su sexualidad representada en la amante, también los creadores impusieron una premisa moral que ya había sido manejada con anterioridad no sólo en el cine, sino en cualquier expresión artística: la mujer como debilidad del hombre y como única responsable del rompimiento de los códigos morales que llevan a un castigo, y ese es la fatalidad marcada, en este caso, por la muerte.