Antes de la salida de 2001: A Space Odyssey en 1968, Stanley Kubrick ya tenía planeada su próxima producción. Se trataba de una enorme epopeya basada en la vida de Napoleón Bonaparte. Durante dos años, el director con su conocida obsesión por los detalles, recopiló miles de documentos e imágenes sobre este personaje francés y el periodo histórico que protagonizó: la Revolución Francesa ligada a los principios y valores universales que traicionó al autoproclamarse emperador de Francia.
En teoría, Napoleon se convertiría en el drama histórico más ambicioso de Kubrick –sin demeritar la importancia de Espartaco–; sin embargo, le jugaron sucio al director y este filme terminó siendo una de las películas más grandes de la historia jamás hechas por el temor de los estudios hollywoodenses a fracasar en taquilla en un periodo en el que los dramas de época y epopeyas fílmicas simplemente no estaban de moda como consecuencia, casi indirecta, de 2001 y la ciencia ficción.
En su lugar, llegó una de las cintas más populares y aclamadas del neoyorquino, A Clockwork Orange, una sátira de 1971 que va del drama a la ultraviolencia, y la cual está basada en la novela homónima de Anthony Burgess. Sin embargo, cuatro años después de la salida de esta película, fue que Kubrick pudo volver a los dramas de época sin Napoleón y crear una de las películas más hermosas e innovadoras que jamás se hayan hecho: Barry Lyndon.
En la década de los 70, después de una época marcada por el terror en blanco y negro y el punto más alto de la ciencia ficción como una forma introspectiva de analizar el fin último del ser humano, es que hubo una diversidad de géneros en el cine que dio paso a varios clásicos en el que se incluyen títulos de grandes cineastas europeos como Werner Herzog, Ingmar Bergman y Roman Polanski. Pero también Hollywood se convirtió en una fábrica de éxitos con Francis Ford Coppola y las dos primeras entregas de El Padrino; Jaws de Steven Spielberg; el Episodio IV de Star Wars de George Lucas; el comienzo del legado de Vietnam con Apocalypse Now; el primer largometraje de David Lynch titulado Eraserhead; sin olvidar el cine político y denunciador de América Latina que sin perder su valor estético y artístico, nació como consecuencia de los golpes de estado en varios países al sur del continente.
Así que entre tanta diversidad y opciones para los espectadores, y considerando que Kubrick se encontraba en la cima de su carrera gracias a su fanatismo y obsesión por la investigación previa a sus producciones, es que llegó Barry Lyndon, un filme de época basado en una novela picaresca del siglo XVIII poco conocida. Éste, su décimo largometraje, fue una adaptación de The Luck of Barry Lyndon de William Makepeace Thackeray sobre un irlandés que busca a toda costa escalar en las jerarquías sociales. En su búsqueda de dinero y reconocimiento, pero sobre todo de respeto, Redmond Barry llega a la nobleza inglesa para en unos años, caer al fondo de la vergüenza y el rechazo social.
En el historial de Kubrick no había nada similar a esto, y nunca lo hubo. Stanley se caracterizó siempre por no guardar similitudes entre sus filmes; sin embargo, siempre estaba él ahí. Y Barry Lyndon no fue la excepción a la regla. Protagonizada por Ryan O’Neal, este filme de más de tres horas de duración costó aproximadamente 11 millones de dólares que se vieron reflejados en cada uno de los aspectos que la conforman: vestuario, maquillaje, diseño de producción, fotografía, y lo más determinante, la iluminación.
Barry Lyndon prácticamente es un “documental” que retrata el estilo de vida de la aristocracia inglesa, así como los valores, tradiciones y características sociales bajo las que se regían. Sin embargo, por encima de la historia, esta película es una experiencia visual que en varias ocasiones ha sido comparada con la contemplación de una pintura del mismo siglo en que se concibe la historia. De hecho, muchos críticos han comparado las escenas del filme con pinturas de maestros como John Constable, George Stubbs, William Hogarth o Thomas Gainsborough. La inspiración de Kubrick detrás de cada una de sus tomas se ha convertido en un mito, pues no se trata de una copia de la pintura, como muchos han asegurado, sino una referencia directa a lo que de verdad sucedió en el siglo XVIII, y esto hace aún más grande a su creador y su obra fílmica.
Las películas de Kubrick siempre superaron el límite de la tecnología aplicada en el cine. 2001: A Space Odyssey fue la primera en poner la tecnología como un medio para alcanzar uno de los máximos puntos artísticos en el séptimo arte seguida de Barry Lyndon gracias a las innovaciones que el director y su equipo de producción, principalmente John Alcott, aplicaron en la forma en que se filmaban escenas con luz natural tanto en interiores como en exteriores.
Alcott, el responsable de la aclamada fotografía de esta película y la de A Clockwork Orange y 2001, tuvo que enfrentarse a varios desafíos en los ocho meses y medio de filmación. Barry Lyndon fue filmada en su totalidad en algunas partes de Inglaterra e Irlanda, dos países que se caracterizan por los cambios bruscos del clima; así que las nubes, de acuerdo con algunos personajes que participaron en la producción del filme, imposibilitaba a Kubrick de tomar decisiones estéticas (lo cual representa una ironía, pues el director era un “controlador” de cada aspecto de sus producciones). En otras palabras, la luz en exteriores dependía totalmente de las nubes…
Ahora bien, si filmar en exteriores era complicado, en las locaciones reales –no se construyeron sets– las cosas se pusieron peor; sin embargo, esto fue lo que dio paso a que se revolucionara la forma en que se filmaban ciertas escenas en interiores y le dio a varios cineastas y fotógrafos la capacidad de filmar con luz natural o simples velas y candelabros.
En la década de los 60, cuando la NASA estaba planeando el programa de Apolo, encargó a la empresa alemana Carl Zeiss la fabricación de 10 lentes de gran apertura del diafragma que fueran capaces de capturar imágenes satelitales, en específico del lado oscuro de la Luna. Seis de estos lentes fueron enviados a la NASA y otros tres a Stanley Kubrick para filmar Barry Lyndon. El lente zeiss estaba pensado para tomar fotografías, no filmar, así que el director junto al inventor Ed Di Giulio, hicieron algunas modificaciones a las cámaras BNC para soportar el lente. Otros cambios a la cámara fueron los adaptadores para establecer una distancia focal que funcionara para lo planos de la cinta, entre otras cosas.
Una de las escenas más emblemáticas de Barry Lyndon, si es que se puede elegir una sola, es la llamada “The Seduction of Lady Lyndon”, la cual se filmó en un espacio cerrado iluminado con luz de velas. Este es un claro ejemplo de cómo el genio de Kubrick cubría todos los aspectos de un filme. Por un lado está presente la innovación tecnológica; y por el otro, la narrativa de la historia en un momento específico: musicalizada por el trío para piano de Schubert, Lady Lyndon, en medio de mucha gente, comienza a seducir con su mirada a Redmond Barry. Una escena sin palabras, suave y sutil que en 975 puso a muchos a dormir, pero que ahora se ha convertido en un referente de la belleza cinematográfica.
De acuerdo con The Guardian, Steven Spielberg habló de Barry Lyndon –palabras más, palabras menos– como una película aburrida en la que el narrador, desde un principio, revela el final de la historia, la decadencia de Barry Lyndon; sin embargo, Kubrick siempre insistió con algo: “No es importante lo que va a suceder, sino cómo va a suceder”.
Y lo que sucedió es que Kubrick marcó, nuevamente, un antes y un después no sólo en un género pasivo cargado de falsedad y poco apego histórico, sino en la tecnología que habría de utilizarse para dar más realismo al cine y convertirlo, desde la ficción, en un retrato de las sociedades del pasado que mantienen ciertas características en la actualidad. Barry Lyndon es otra de las películas del director estadounidense que soñaron con el futuro del cine, un sueño que se quedó en algunas críticas de la época que no obedecían a un decreto comercial.