Actualmente nos enfrentamos a una crisis de valores en la que la sociedad ha revelado su lado más oscuro. La exposición inmediata de las historias gracias al internet nos ha llevado a la conclusión de que la humanidad se encuentra en uno de sus puntos más bajos; sin embargo, hay que creer la mitad, y no porque seamos optimistas, sino porque esas bajezas, a un nivel individual y social, han estado siempre ahí. La crueldad animal, los feminicidios, los crímenes de odio, las masacres, la pedofilia y todo lo que nos parece culturalmente repugnante –haciendo énfasis en el aspecto cultural–, han formado parte del imaginario social desde hace muchos años, sino es que siglos.
La diferencia entre ese aparente “pasado decente” y lo que consumimos ahora es el internet y la inmediatez con la que viaja la información. Como mencionamos, ese aspecto de destrucción y muerte presente en los seres humanos resulta casi inherente a su naturaleza y ha sido registrado en la mitología y el arte en figuras como Cronos y el minotauro, o bien personajes literarios icónicos que le han dado incluso un nombre a las depravaciones. Por ejemplo, el infame Marqués de Sade, quien en 1785, durante su estancia en la Bastilla, terminó su obra literaria Los 120 días de Sodoma, uno de los escritos más vulgares y grotescos de los que se tiene conocimiento. En este manuscrito, como en la mayoría de su obra, quedó expuesta la filosofía del escritor que se podría resumir –si es posible– de esta manera: la sociedad que reprime sus instintos sexuales más “impuros” es hipócrita y no es libre. Todos aquellos que atienden los preceptos culturales están atados a ellos; sin embargo, todos los que liberan sus perversiones son libres y son reales, o auténticos.
Basado en esta premisa, el Marqués mostró al mundo –después de 100 años de haberlo escrito– Los 120 días de Sodoma, una historia en la que un grupo de aristócratas reúnen y secuestran a un grupo de adultos y jóvenes para llevar a cabo atrocidades sexuales que terminan en la muerte. En total, conforman un grupo de poco más de 40 personas en el que hay personas de servicio, como cocineras, pero sobre todo niños y jóvenes que son llevados a una fortaleza para violarlos, humillarlos y exponerlos de formas terribles. Cada uno de los aristócratas, los cuales representan una parte del poder que formulaba la Francia del siglo XVIII, tiene un grupo que le pertenece y al cual le puede hacer cualquier cosa durante diversas jornadas repartidas en tres meses.
Esta historia fue retomada en 1975 por uno de los directores, poetas y escritores italianos más importantes del siglo XX, Pier Paolo Pasolini. La adaptación de la novela del Marqués de Sade ha sido considerado por muchos como uno de los filmes más nauseabundos y asquerosos de la historia del cine; empero, también es una obra esencial de la cinematografía que planteó por primera vez un aspecto pornográfico sin perder el sentido artístico. A esto se le suma los detalles de su adaptación y la ambientación que Pasolini le dio en los 70.
La obra de Sade, como mencionamos, está ambientada a mediados del siglo XVIII, cuando Francia sufría un revés económico como consecuencia de sus continuas guerras dentro y fuera del país. Sin embargo, lo más determinante es que esa nación y la sociedad se estaba preparando para una iluminación que liberaría el intelecto, el conocimiento y la capacidad humana de comprender fenómenos científicos y sociales de su pasado, presente y futuro. Estamos hablando de la Ilustración, abanderada por figuras elementales de la filosofía como Jean Jacques Rousseau, Voltaire, Descartes, Montesquieu, Beethoven, Kant, y muchos más, todos bajo el manto de libertad que Napoleón Bonaparte llevó por todos lados, pero que al final, como sabemos, traicionó. De este modo, ¿por qué no habría de existir un personaje anárquico que ponga el sexo y sus depravaciones como tema central?
De aquí la importancia del Marqués de Sade y, posteriormente como una forma de traerlo a las nuevas audiencias, la adaptación cinematográfica de Pasolini. El artista italiano tomó las bases de Los 120 días de Sodoma y las reformuló en un entorno social similar al de Sade, pero aún más trágico (por la diferencia de más de un siglo entre una sociedad y otra): la Italia de la posguerra, devastada por el régimen fascista de Benito Mussolini, los miles de muertos y desaparecidos que sobrevivieron para comprobar una de las épocas más terribles para Italia y una gran parte de Europa.
De aquí la naturaleza violenta y grotesca de la película de Pasolini y su justificación en la historia del cine. Durante muchos años, sobre todo en los últimos 20, hemos visto un resurgimiento sutil de las películas gore que casi siempre fallan en el intento. Con esto no queremos decir que la violencia siempre debe estar justificada, pero si la vas a exponer a su máximo nivel, entonces debería tener una razón muy poderosa detrás. Esto fue lo que hizo Pasolini con Saló o Los 120 de Sodoma: le dio una justificación a la exagerada violencia sexual de la historia original como parte de la decadencia anímica de Italia frente al fascismo. ¿Por qué habríamos de mirar una cinta sobre las consecuencias de la guerra en la vida social de las personas, y no en su vida sexual?
Los libertinos fascistas cuentan historias mientras sodomizan a sus víctimas u ordenan que alguien más lo haga. Los jóvenes y niños, los cuales no pasan de los 15 años, son obligados a enfrentar una realidad brutal y sexual como las que enfrentaron los italianos en la Segunda Guerra Mundial con violaciones a cada uno de sus derechos. Sin embargo, y retomando lo que en un principio pretende demostrar el Marqués de Sade con esta y otras obras como Julieta y La filosofía del tocador, el destino de los jóvenes y el éxito de los fascistas depravados pertenece a un curso “natural” de las cosas, que se ha repetido con los años desde la ficción y, por ende, la realidad.
Basta con rescatar los ejemplos mencionados en un inicio para resolver nuestras dudas respecto al futuro de las sociedades que insisten en permanecer hipócritas ante las imposiciones culturales –desde la monogamia hasta el asesinato– por miedo a ser libres; sin embargo, el mejor ejemplo de todos es el del mismo Pasolini, quien se convirtió en una víctima de sus propios personajes, como lo dijo el cineasta Michelangelo Antonioni, cuando se enteró de la brutal muerte de Pasolini en 1975, a tan sólo 20 días de que Los 120 días de Sodoma fuera liberada y diera paso a un cine italiano un poco más mediocre, pero que ya no le temía a la censura de un fascismo que permanecía en la mente y cuerpo de muchos italianos y europeos.
El 2 de noviembre de 1975, Pasolini fue asesinado de forma misteriosa y brutal. Las teorías y conclusiones sobre las causas que llevaron a un joven de 17 años a supuestamente matarlo de esa forma han cambiado con el tiempo, pero la mayoría apunta a una decisión política que traía arrastrando el director desde hace muchos años. “¿Para qué seguir hablando de los peligros del fascismo si este ya no existe?”, se preguntaron algunos. Y la respuesta se inmortalizó con la muerte del director: para no repetir la historia y para que Italia viviera siempre atenta y atormentada.
La noche de la muerte de Pasolini, todo contado a través de la versión de Guiseppe “Pino” Pelosi, el cineasta habría recogido al culpable, llevado a un lugar aislado a unos kilómetros de Roma y, posteriormente, intentado tener relaciones sexuales con él. La consecuencia fue una reacción violenta por parte de Pelosi, que terminó en uno de los crímenes más violentos de la época. De acuerdo con algunos medios, Pasolini fue molido a golpes, lo que provocó hemorragias internas que, de alguna manera, salieron en cantidades inimaginables de sangre. Luego, fue aplastado en varias ocasiones por su propio auto hasta que su cuerpo quedó irreconocible. Pero las pruebas dictaminaron lo contrario como el hecho de que no sólo pudo haber sido un asesino, sino más. Y ni qué decir de la brutalidad del acto, el cual escondía algo menor que la pasión y más fuerte que la intención de mantener a alguien en silencio para siempre.
Así que sí, Michelangelo Antonioni tuvo razón en decir que Pasolini fue víctima de uno de sus muchos personajes. Se convirtió a los 53 años en un niño violentado, torturado y humillado al igual que las víctimas de Saló o Los 120 días de Sodoma bajo la mirada de un sistema que seguía levantado monumentos con signos fascistas y que a la fecha, como en muchas otras naciones, ha fomentado un resurgimiento del odio, el poder político absoluto, la intolerancia y la muerte.