Una de las primeras novelas que leí, y a la que le tengo un gran cariño, es Santa, de Federico Gamboa. Me dejaron leerla en secundaria y de inmediato su trama me atrapó, entre otras cosas, porque la historia tenía lugar en la Ciudad de México. Hasta entonces los escasos libros que habían caído en mis manos ocurrían en otros lugares del mundo.

Esta obra, escrita en 1903, trata sobre Santa, una jovencita de 19 años que acaba trabajando en una casa de citas después de que la corrieron de su hogar. Ahí, es pretendida por varios clientes y mientras va cayendo en penurias, su vida es seguida por Hipólito, un pianista ciego que trabaja en el mismo burdel y que secretamente está enamorado de ella.

Sin saberlo, este Vagando con Sopitas.com me llevó a reencontrarme con esta joya de la literatura mexicana, y así como hace tiempo publicamos un par de notas donde fuimos tras los rastros de la novela “Aura” de Carlos Fuentes, o del cuento “Tenga para que se entretenga”, de José Emilio Pacheco, ahora terminamos siguiendo los pasos de “Santa”.

Santa; Federico Gamboa
Santa; Federico Gamboa

Donde se esculpió el sol

En la época prehispánica, Chimalistac era un asentamiento dependiente de Coyoacán. Debía su nombre a la combinación de las palabras Chimalli, que significa escudo, e Iztac, que hace referencia al color blanco. Algo así como Lugar del escudo blanco.

Otros afirman que el nombre en realidad proviene de Temalistac, que puede entenderse como “donde se talla la piedra de sacrificios”. De hecho se cree que la famosa Piedra del Sol, también conocida como Calendario Azteca, fue labrada ahí.

Esta población, que formaba parte de Coyoacán, fue invadida en el siglo XIV por los Tepanecas y para 1410 se les impuso como gobernante a Maxtla, hijo de Tezozómoc, señor de Azcapotzalco. En 1426, Maxtla tomó el lugar de su padre en el trono y tuvo enfrentamientos con las ciudades de Tenochtitlan y Acolhua de Texcoco, asentamientos que unieron sus fuerzas y tomaron Azcapotzalco. A Maxtla no le quedó de otra y en 1428 tuvo que escapar y regresara a Coyoacán, hasta donde fue perseguido y derrotado dos años después.

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La guerra de Atzapotzalco. Códice Durán.

Tras este conflicto, Coyoacán y sus barrios (Axotla, Xoco, Tepetlapa, Coapa, Huitzilopochco, Copilco, Huipulco, y por supuesto, Chimalistac), se volvieron tributarios de la alianza que formaron Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan.

Aquello que no supe ver

Fueron cerca de 3 años los que trabajé en una oficina ubicada sobre Avenida Universidad, muy cerca de su cruce con Miguel Ángel de Quevedo. Muchas veces, después de una jornada laboral iba a curiosear a la librería Gandhi que se encuentra a unos metros de ahí. En algunas ocasiones lo hacía internándome en las calles de la colonia Chimalistac. Y cuando digo “internándome” exagero, pues en realidad solamente recorría un par de ellas.

Sin embargo, esos pasos que daba me bastaban para notar que aquella colonia estaba conformada de una forma muy distinta a la del grueso del entorno urbano. Una calle empedrada, casas grandes y de estilo antiguo, un camellón verde con un puente de piedra. No eran más de cinco minutos los que tardaba en trasladarme de mi trabajo hasta la librería, pero bastaba para hacerme sentir en un pueblo colonial y no en la Ciudad de México.

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Planeaba hacerme el tiempo para una tarde recorrer de forma más detenida esa colonia. Me daba curiosidad saber si sólo un par de calles guardaban esa estructura o si Chimalistac era así en su totalidad.

Nunca lo hice y dejé de trabajar ahí. Ahora, gracias a las notas de Vagando, decidí regresar a Chimalistac y ahora sí recorrer sus calles y ver con qué me topaba. Lejos estaba de imaginar el deleite que aquello sería para mis sentidos.

Una iglesia con toques germanos

Hay varias formas de ingresar a Chimalistac. Por fines prácticos decidí llegar hasta la estación del metro Miguel Ángel de Quevedo. Después de recorrer algunos puestos de comida llegué hasta el Callejón San Angelo, que se encuentra entre las librerías Gandhi y del Fondo de Cultura Económica. Bastaron unos metros para descubrir con alivio que aquella calle conservaba el aire provinciano de años atrás.

Un mural en la intersección con la calle San Sebastián Mártir me dio la bienvenida. Esa obra fue colocada en noviembre del 2004 para conmemorar el centenario de fundación de la colonia Chimalistac.

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El clima estaba fresco pero soleado y las hojas caían de los árboles, aquella era una típica tarde otoñal que me impulsó a dar vuelta en San Sebastián Mártir y recorrerla hasta toparme con una bella plazuela que en el centro tiene una fuente, una cruz y una pequeña iglesia.

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Las casas que se encuentran alrededor armonizan con el entorno. Este espacio invita a sentarse en una banca y disfrutar el paisaje.

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Opté por entrar a la pequeña capilla, construida por la Orden de los Carmelitas en 1585. su fachada está compuesta por ventanas octagonales, una imagen de la Virgen de Guadalupe y una torre de campanario que fue edificada a finales del siglo XVII.

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El interior es tan acogedor como misterioso, con un retablo dorado que data del siglo XVIII, cinco figuras que representan los misterios y una figura de San Sebastián.

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Un detalle que hace aún más especial a este templo, es la presencia de elementos alemanes. Estos se remontan a 1955, cuando se le concedió el cuidado de la capilla a unos sacerdotes alemanes, quienes contrataron al barón Alexander von Wuthenau para que diseñara la extensión que tendría la iglesia, aprovechando los espacios que fueron adquiridos de un cementerio aledaño (las zonas negras en la imagen).

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En estas “nuevas áreas” del templo sobresalen las vigas estilo alemán que sostienen la oficina parroquial. Así mismo, en el sagrario se encuentra esculpida un Águila Bicéfala que caracteriza al Imperio Germano.

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Por su belleza y el barrio en donde se ubica, esta es una de las iglesias con mayor demanda para la celebración de bodas.

La huerta del Carmen

En 1519, durante la Conquista, los españoles ejecutaron a Cuauhpopoca, gobernante de Coyoacán. Entonces el poder recayó en su hijo Ixtolinque, quien decidió unirse a la causa de Hernán Cortés y volverse su fiel aliado. Tras la caída de Tenochtitlán se le bautizó como Juan de Guzmán Ixtolinque.

Para compensar su lealtad hacia el ejercito español, Cortés lo nombró Gobernador de Coyoacán y le cedió las tierras que habían sido de sus ancestros. Aquellos eran unos terrenos muy extensos y entre ellos se encontraba la Huerta de Chimalistac.

Para 1573, Felipe de Guzmán Ixtolinque, nieto de Juan de Guzmán Ixtolinque, decidió vender (aunque algunos dicen que fue una donación) la finca de Chimalistac a la Orden de los Carmelitas.

Con estas tierras los religiosos ampliaron el terreno perteneciente al Convento del Carmen (del que por cierto, ya hablamos en un Vagando con Sopitas.com) y construyeron un colegio de teología y artes. Así mismo levantaron obras de riego aprovechando el Río Magdalena que cruzaba por la finca. Siguiendo el cauce de las aguas construyeron algunos puentes de piedra, en donde los carmelitas ensayaban sus sermones, buscando que su voz se oyera más fuerte que el agua en movimiento.

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Puente de Chimalistac, Eugenio Landesio

Las huertas de Chimalistac fueron expropiadas a la Iglesia en el siglo XIX y se vendieron a particulares. Así fueron construyéndose varias casas, una hacienda y algunas fincas de descanso. También se trazaron las calles y para el siglo XX este barrio fue tragado por la urbanización y nació la colonia Chimalistac. Aún así su belleza arquitectónica se mantuvo intacta, tanto que inspiró una de las novelas clásicas de la literatura mexicana.

La calle de Santa

Saliendo de la Iglesia de San Sebastian Mártir me topé con una casona típica del siglo XVIII en donde ahora se encuentra el Centro de Estudios de Historia de México Condumex. Una placa en su exterior me hizo una gran revelación: Uno de sus propietarios había sido Federico Gamboa, autor de Santa.

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Y es que parte de esa novela no sólo transcurre en el Chimalistac de principios del siglo XX, sino que lo retrata de manera magistral. Tras su publicación, Santa se convirtió en todo un éxito y su autor saltó a la fama. Tanto impactó tuvo en la sociedad mexicana que la Plaza de San Sebastián fue rebautizada como Plaza Federico Gamboa y ahí se colocó un busto erigido en su honor.

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Y no sólo eso, sino que dos calles cercanas fueron nombradas como los protagonistas: Santa y el callejón de Hipo.

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Desde entonces Chimalistac y Santa han estado relacionadas. Las cuatro adaptaciones al cine que se han hecho de esta novela (1918, 1932, 1943 y 1969) han sido filmadas ahí. Por cierto, la versión dirigida por Antonio Moreno en 1931 y estrenada un año después, fue la primer película sonora que se realizó en nuestro país.

Mil tesoros por descubrir

Uno puede pasarse toda la tarde recorriendo las calles empedradas de Chimalistac. Dejándose lleva por esos caminos serpenteantes que en cada metro ofrecen paisajes únicos. No sólo son las casas coloniales y coloridas hechas con madera, cantera y piedra volcánica; también son los árboles y las sombras que proyectan; o bien, el silencio que únicamente se ve interrumpido por el canto de los pájaros.

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A menudo nos podemos encontrar con diferentes placas que explican diversos aspectos culturales e históricos de Chimalistac, lo cual no nos extraña pues desde noviembre del 2012 el gobierno capitalino decretó a Chimalistac como Patrimonio cultural tangible de la Ciudad de México.

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En esta colonia hay 12 construcciones (levantadas entre los siglos XVII y XIX que han sido catalogadas por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) como monumentos históricos.

 

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Junto con la Iglesia de San Sebastián Martir, de la que hablamos anteriormente, el otro gran legado de los Carmelitas en Chimalhuacan es la Ermita del Secreto, construida por Fray Andrés de San Miguel, donde los frailes podían retirarse para orar en silencio.

 

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Cuenta con una acústica muy peculiar que permite que lo que se ora en un rincón se escuche en zona opuesta de la ermita.

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La mayoría de estas calles desembocan en Paseo del Río, un camellón en donde pasaba el río Magdalena y que ahora es una bien cuidada área verde que los vecinos mantienen en perfecto estado y donde podemos encontrar cuatro puentes de piedra, que aún con los siglos de antigüedad que cargan a cuestas lucen en perfecto estado.

 

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En lo más alto de uno de ellos hay un púlpito, algo raro para un puente pero que cobra sentido si recordamos que en estos puentes los estudiantes de los colegios religiosos solían ensayar sus discursos.

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Estando ahí es inevitable remontarme hasta esa época en la que Chimalistac era un majestuosa huerta en donde la naturaleza y las construcciones de piedra de los carmelitas formaban en conjunto un lugar mágico. Algo de esa hipnótica esencia sigue ahí.

Por años trabajé a unas calles de esta colonia que hoy es un compendio de tesoros escondidos que aún siguen siendo desconocidos para la mayoría de los habitantes de la ciudad. En su momento no fui capaz de ver su belleza, pero al final llegué a ella, tal y como le ocurrió a Hipólito con Santa.

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El perfecto final

Todavía no me reponía de la abrumadora experiencia que fue la visita a Chimalhuacán, cuando salí al Parque de la Bombilla, que tras ser remodelado luce realmente espectacular.

Por más que pase el tiempo, el Monumento a Álvaro Obregón y su espejo de agua, construido en 1935, sigue siendo imponente. No debemos olvidar que fue justo ahí donde asesinaron a Obregón tras su reelección como presidente en 1928, en el restaurante La Bombilla.

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Las paredes de esta pirámide de granito están adornadas con esculturas que representan la lucha de los campesinos. Por mucho tiempo en su interior se exhibió el brazo que el general Obregón perdió en una batalla.

Este es el punto perfecto para terminar este recorrido que nos enseñó una de las muchas facetas de esta ciudad que cada vez nos enamora más.

Todo lo que no sabías que necesitas saber lo encuentras en Sopitas.com

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