¿Luchar, trabajar intensamente y aferrarnos a nuestros sueños nos asegura el éxito? El proceso suena romántico, pero hay que decirlo con todas sus letras: muchas veces, ni siquiera todo el empeño ni todas las ganas del mundo son una garantía de triunfo. Esa es una realidad cruda de la vida en la que, desde luego, influyen un montón de factores externos a nuestra voluntad. A su vez, esta es la idea que podrás ver en The Disciple.
Dicha película, dirigida por Chaitanya Tamhane con la producción ejecutiva de Alfonso Cuarón, recién llegó a Netflix luego de su estreno en festivales de cine hacia finales de 2020, donde además cosechó varios éxitos y ha sido bien recibida por la crítica. Si no la has visto, por aquí te daremos algunas razones por las que debes verla.
No es la típica historia sobre ‘perseguir tus sueños y triunfar’
Dentro de la industria cinematográfica, hay un sinfín de películas que nos muestran el proceso, las dificultades, la vida complicada y el eventual triunfo del protagonista en la persecución de su sueño. Por supuesto, ahí hay un toque inspirador que a más de uno le levantará el ánimo, pero eso dista en ocasiones de la realidad de las cosas.
Ahí radica el valor de The Disciple, cinta que nos presenta la búsqueda de Sharad Nerulkar por la excelencia. Él es un amante de la música clásica de India (sobre todo, la de origen indostaní) y busca continuar con la tradición que su padre y actual gurú mantienen como vocalistas de este estilo musical. El protagonista se ha obsesionado hasta el tuétano con el estudio y practica incesantemente para convertirse en un buen cantante como sus mentores.
Para ello, ha sacrificado muchas cosas; se le ve como un hombre solitario que no es muy apegado a su abuela ni a sus conocidos. También le falta el dinero pues ha preferido establecerse en un empleo donde la paga no es buena, pero que le permite enfocarse en su pasión. Y así, pasan los años sin muchos cambios importantes en su vida, no satisface las expectativas de quienes le rodean y esto lo hace cuestionarse si ha valido la pena tanto esfuerzo para nada. Estamos frente a un drama estupendamente agridulce.
Una visión sobre adaptarse o ‘morir’
Es una idea bastantes cliché -porque es más que evidente-, pero nos encontramos en constante cambio. Si deseamos sobresalir o hacer algo realmente excepcional, hay que adaptarse a las últimas tendencias que dicta el campo en el que nos desempeñamos. Si no, eventualmente correremos el riesgo de quedar obsoletos y posiblemente en el olvido.
The Disciple nos muestra de manera peculiar esta idea sobre cómo somos repentinamente atraídos por la modernidad y cómo, en ese sentido, las tradiciones y la cultura en su raíz más pura suelen relegarse a un segundo plano en la sociedad. Desde luego, el protagonista es quien nos enseña la lección ‘por la mala’.
Mientras él se aferra a su idea de consolidarse como un cantante de música clásica tradicional en Mumbai, su antigua compañera de clase Shaswati se está convirtiendo en una estrella en ascenso al hacer la transición hacia la música comercial e incluso participar en concursos de canto. Mientras pasan los años, él ve con desdén el éxito de su compañera, pero siente innegablemente un interés por su masiva audiencia. Como dijimos, se trata de adaptarse o ‘morir’ (en sentido figurado, obvio).
El trabajo de Cuarón
The Disciple, cuyo título al español es ‘El Discípulo’, fue dirigida por Chaitanya Tamhane en lo que es apenas su segundo largometraje. Sin embargo, no podemos dejar pasar la aportación del propio Alfonso Cuarón dentro de la cinta. El mexicano recibe créditos como productor ejecutivo, pero es válido decir que hizo algo más allá de esas funciones.
Ambos se conocieron por ahí de 2016 cuando el propio Tamhane (dato curioso) se unió al rodaje de Roma como parte de un proyecto de mentorías organizado por la conocida marca de relojes Rolex. Conectaron en el set de filmación y así, comenzaron a colaborar en el proyecto de Chaitanya. Cuarón se involucró tanto en el proceso de escritura del guión y en la edición de la cinta que es innegable la influencia del oriundo de la CDMX.
The Disciple se asemeja en el lenguaje cinematográfico a lo hecho por Alfonso, con un ritmo pasivo en el desarrollo que prioriza la trama sobre el nivel técnico como tal. “Alfonso me empujó a no tener miedo. Para un cineasta independiente, en su opinión, las restricciones son lo primero… Te limitas mentalmente y piensas: ‘No tenemos el presupuesto’. Me empujó a anteponer la visión a todos los problemas”, dijo Tamhane a The Indian Express en una entrevista. De alguna manera, Cuarón tuvo en Tamhane a un discípulo.
Una obra visualmente sencilla pero hipnótica
Algo muy destacable en The Disciple es el trabajo de fotografía. Aunque la película es por momentos muy pausada, las escenas, las tomas y los paisajes acompañan a la perfección la historia de nuestro complicado protagonista. La prueba de ello son las secuencias donde él viaja en su moto, con la mirada fija pero intranquila, escuchando viejas lecciones grabadas de una mentora llamada Maai, quien nunca dejó que su música fuera comercializada y es quién provee al personaje principal de esa ideología tradicionalista sobre la música.
En la cuestión técnica de la fotografía, Cuarón metió mano para el filme. El mexicano se acercó a Emmanuel Lubezki con el fin de que este último los asesorara en este campo. “El Chivo” se rifó y recomendó al excelente Michael Sobocinski , quien al final se encargó de la cinematografía de la cinta.
Una cinta que invita a la reflexión
Tomando en cuenta lo anteriormente dicho, sobre todo en el aspecto referente a ‘adaptarse o morir’ y a la realidad de la vida en la cuestión del éxito, The Disciple es una película que nos invita a la reflexión de muchas maneras.
En el sentido estricto del concepto, la cinta de Chaitanya Tamhane no nos entrega una historia inspiracional sobre perseguir nuestros sueños. Más bien, el largometraje bien podría ayudarnos a recrear y analizar qué es lo que hemos hecho bien o mal en nuestro propio camino.
De manera inconsciente, desde un segundo plano, hasta podría ser una invitación a recomponer el plan trazado de nuestras vidas y aceptar que un cambio -por minúsculo que sea- podría definir lo que seremos.