Se supone que una boda, es una ceremonia religiosa y/o civil, en el que dos personas celebran su amor por medio del compromiso. Un evento tan importante debe ser tomado con el mayor respeto tanto por sus protagonistas como por quienes participan en ella. Sin embargo, eso no ocurre siempre.
Algo tienen las bodas que transforman a sus asistentes. Previo al inicio de la ceremonia, los novios y los invitados llegan echando tiros, vistiendo sus mejores ropas y mostrando un comportamiento impecable. Luego empieza a correr el alcohol, la música, no falta quienes se ponen sentimentales o agresivos; poco a poco las cosas se salen de control y aquello termina pareciendo más una fiesta salvaje que un enlace amoroso.
Muchas veces, las grandes culpables de que ocurran desfiguros en las boda son las propias Damas de Honor, esas mujeres en quienes de acuerdo al protocolo, la novia deposita la confianza de acompañarla en el día más importante de su vida. Ya sea porque se les pasan sus copitas, porque sienten que se les va el tren o porque YOLO, estas mujeres acaban desvirtuando el sentido original de la fiesta.
En la antigüedad existía la creencia de que los espíritus malignos podrían manchar o echar a perder una boda, y por eso, las damas visten de forma similar a la novia, para confundir a los demonios e impedir que echen maldiciones. Lo malo es que a veces son estas mujeres las que mandan todo al traste, y si no chequen estos desastrosos ejemplos:
No la toquen, anda chida:
Seis tacos de cachete para llevar, por favor.
Es de sabios cambiar de opinión, diría el novio:
Oreando los bisteces:
Donde cena uno, cenan dos.
¡Suelo!
Bueno, la verdad a veces las Damas de Honor están bien ricardas y le dan alegría a estas fiestas. Damas de Honor ebrias y en ropa interior, ¡nunca se mueran!