Por Ricardo Quintana Vallejo
De pequeños muchos aprendimos que “saber escribir” y tener buena ortografía son sinónimos. Si hay algo que comunicar, es necesario (nos dijeron) hacerlo con buena ortografía y atención a la puntuación porque, sin éstas, resulta difícil que el lector entienda.
Y estoy de acuerdo que la ortografía tiene funciones comunicativas. Sabemos pronunciar las palabras por la posición de sus tildes; así, lo que nos lastima puede no darnos lástima. “Estoy solo aún” es una oración lógica, hasta triste, pero “estoy sólo aun” no tiene ningún sentido. Si pregunto “¿como diablos?” podría estarme preguntando sobre mi ingestión de diablos o, tal vez, si hay similitud a los diablos; sin embargo, si pregunto “¿cómo diablos?” estoy preguntando, de manera enfática, “¿de qué manera?” Si es condición, sí es afirmativo, mas esta última oración no tiene más sentido que ilustrar el juego ortográfico.
Pero la ortografía no sirve sólo para comunicarse con precisión. La ortografía, por ejemplo, les sirve a los ejecutivos de recursos humanos para discernir entre candidatos. Al hablar de este tema con una ejecutiva, me aclaró que uno de los primeros criterios que usa para la contratación es la ortografía. Si un CV tiene una falta, ahí se acaba el proceso. Y no es sólo que indica una falta de atención, me explicó, indica falta de profesionalismo. Mencionó también que ésta es una práctica común.
Tener mala ortografía, entonces, sí te puede cerrar las puertas a un trabajo. Además, es menos probable que puedas publicar, o que tus ideas se tomen con seriedad. Debido a que “saber escribir” y la buena ortografía son sinónimos para muchos, un error ortográfico invalida la totalidad de un argumento, sin importar la validez del análisis o la presentación de evidencias.
En un estudio de 2008 sobre la ortografía de estudiantes de primaria en México, el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) comparó, entre otras cosas, la incidencia de faltas de ortografía que cometen estudiantes en cuatro categorías de escuelas públicas y privadas y encontró que las escuelas “rurales públicas cometen significativamente más errores ortográficos comparados con las otras modalidades, seguidos por los alumnos de Educación indígena y los de escuelas Urbanas públicas, quienes cometen una cantidad equivalente de errores . . . Por último los alumnos de escuelas Privadas . . . cometen significativamente menos errores” (109-110).
Un estudio similar en Colombia concluyó que “el factor socioeconómico es un factor altamente determinante, los resultados permitieron evidenciar que los estudiantes pertenecientes al estrato bajo presentan mayor deficiencia en el uso ortográfico” (90).
En otras palabras, las personas que tienen acceso a un capital cultural alto, tienen acceso también a una educación con enfoque en la ortografía. Por lo tanto, será menos probable que los ejecutivos de recursos humanos pasen sus solicitudes por alto, o que sus ideas sean banalizadas.
Los resultados de estos estudios no significan que no haya excepciones: niños de escuelas privadas con pésima ortografía o niños de escuelas públicas con ortografía excelente. Lo significativo es que, en general, el factor socioeconómico sí es determinante. Es probable que los niños de los deciles más bajos se conviertan en adultos con mala ortografía, cargando carencias de su educación básica.
Podemos pensar en la buena ortografía, entonces, como un símbolo de clase socioeconómica, que indica que, en una parte estadísticamente significativa de los casos, la educación recibida tuvo un costo elevado. Además, los padres de buena ortografía muchas veces tendrán cuidado en que sus hijos la hereden y que reciban, así, más oportunidades.
La ortografía se revela como un mecanismo de poder sutil (tal vez casi imperceptible), que sigilosamente abre puertas a quienes fueron a escuelas privadas y las cierra a quienes fueron a escuelas públicas. Por lo tanto, es un mecanismo que facilita la discriminación.
Y no sólo es en el mercado laboral que la ortografía es un obstáculo. También hay exámenes estandarizados que la evalúan. Cualquier solicitud escrita y hasta un letrero pueden ser objeto de burlas.
Hace poco un artículo en sinembargo.mx (que reportó el trabajo de investigación de Enrique Cárdenas Sanchez, director del Centro de Estudios Espinoza Yglesias) indicó a través de su título que “en México un joven que nació pobre, morirá pobre: CEEY; no hay igualdad de oportunidades”. Y la ortografía, por más benigna que parezca, es uno de los mecanismos que detiene la movilidad social.
Tal vez podemos restar algo de importancia a la ortografía. Tolerar faltas si un argumento es inteligente y persuasivo. Y es que “saber escribir” y tener buena ortografía no son lo mismo. La forma no es siempre tan importante como el mensaje que contiene y la ortografía no siempre refleja la capacidad o talento de quien escribe. Muchas veces, cerrarle una puerta a quien no usa acentos diacríticos o se equivoca con la g y la j, la v y la b, podría ser más un síntoma de clasismo que de cualquier otra cosa.
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Ricardo Quintana Vallejo es crítico cultural y traductor. Estudia el doctorado en literatura comparada de la Universidad de Purdue.
Twitter: @realquir
Sobre Alocado y dislocado: Nuestras identidades (condición socioeconómica, género, sexualidad, nacionalidad, raza), tanto individuales como colectivas, están en constante cambio. Los mexicanos somos versátiles; replanteamos el valor de nuestra historia, cultura y literatura constantemente. Nuestras identidades nos dan mucho de qué hablar. En Alocado y Dislocado se ofrece el análisis de temas actuales y de nuestros símbolos, de nuestras posibilidades identitarias en este momento, desde la dis-locada perspectiva de un mexicano queer en el Midwest estadounidense.